MASÓN
Recopilación, redacción y revisión del
M∴ R∴ H∴ Miguel Angel de Foruria, V∴ M∴
DEDICATORIA
A todos los QQ∴ HH∴ de la R∴ L∴ S∴ Cibeles Nº 131, en su primer aniversario,
pero muy especialmente a los HH∴ Aprendices, en ellos está el futuro de la Logia... y
el futuro de la Masonería.
M∴ R∴ H∴ Miguel Angel de Foruria y Franco
V∴ M∴
Pasado Gran Maestro y Gran Maestro de Honor Ab Vitam
del Grande Oriente Español
Pasado Diputado Gran Maestro de la Gran Logia de España
Gran Inspector de Comunicación y Publicaciones de la Gran Logia de España
Julio de 2004
INTRODUCCIÓN
QQ∴ HH∴:
Una de mis principales preocupaciones, en tanto que V∴ M∴ de la Logia y en tanto
que masón, es la formación masónica de todos los HH∴ del Taller, auténtico talón de
Aquiles de la Masonería en nuestros tiempos.
Mantengo desde hace muchos años que la Masonería no se aprende en los libros, por
muchos y muy documentados que sean los que sobre la materia se lean, sino desgastando el fondillo de los pantalones en la Logia, es decir, sentado cada H∴ en el lugar
que le corresponde en el Templo y estando con todos los sentidos atentos –los Aprendices en silencio– a cuanto hay, ocurre, se hace y se dice en el Transcurso de los Trabajos
ritualísticos.
Antes y después de las Tenidas, los Aprendices deben demostrar su interés consultando
todas las dudas con el H∴ Seg∴ Vig∴, de quien dependen directamente; también pueden, claro está, consultar con el V∴ M∴, pero no es conveniente que lo hagan dirigiéndose a los otros MM∴ MM∴ salvo para cuestiones relacionadas con los oficios
que estos desempeñen en la Logia. Llegada la hora, el H∴ Seg∴ Vig∴deberá evaluar
quienes son los Aprendices que están preparados para un aumento de salario y cuales,
no habiendo aprendido aun a utilizar con precisión las herramientas de su grado, deben
perseverar en su aprendizaje del Arte Real.
El resultado de la evaluación será comunicado al V∴ M∴, quien decidirá en última instancia.
En los años setenta del pasado siglo, todavía era costumbre que los MM∴ MM∴ de
mayor edad y experiencia se congregaran con los Aprendices una o dos horas antes del
comienzo de las Tenidas –y después durante el banquete fraternal en el que siempre nos
reuníamos al terminar los Trabajos–, con el fin de resolver las dudas, aclarar conceptos,
contestar a las innumerables preguntas que en aquel entonces los Aprendices siempre
teníamos que hacer a nuestros Maestros.
Habrá que estudiar la forma de reintroducir tal
costumbre, aunque a esos efectos haya que prescindir de aquellos HH∴ que siempre
tienen prisa u otras prioridades.
Manteniendo como mantengo que la Masonería no se aprende en los libros, las páginas
siguientes, seleccionadas y extraídas de diversos textos y múltiples autores entre los que
me incluyo, no tienen más pretensión que ser un recopilatorio de información masónica
a nivel básico.
Mas he de haceros una advertencia: La Masonería carece de dogmas y
de gurús, así que cuanto sigue no pasa de ser proposiciones sobre las que os invito a
meditar, conceptos que debéis conocer, claves que os ayudarán a analizar el significado
de símbolos, herramientas, rituales y alegorías.
En su conjunto, las páginas que siguen
no son sino un simple punto de partida para realizar el Trabajo en Logia, que es donde
todos juntos hacemos y aprendemos Masonería, ¡El Taller donde Trabajamos!.
No todo lo recogido en este “monográfico” corresponde estrictamente a nuestro Rito, a
nuestros rituales o a las normas y costumbres de nuestra Gran Logia; lo que no le quita
un ápice de utilidad en el apoyo a la formación masónica de los Aprendices, y una llamada al recuerdo en los Compañeros y MM∴ MM∴
Tampoco estoy muy de acuerdo con algunas interpretaciones ligadas a religiones concretas. Otras no son de aplicación en la tradición masónica española. En todo caso, en
los textos que no son míos ni quito ni pongo nada, más allá de algunas correcciones
obligadas.
∴
EN TORNO AL SIMBOLISMO
La Masonería Operativa Medieval es la predecesora de la Masonería Simbólica actual. La
Masonería Operativa constituyó una muy especial asociación de gremios de constructores,
precisamente por no haber sido nunca una asociación formal, sino un conjunto de
cofradías integradas por profesionales de la construcción, que se reunían con el fin
específico de llevar a cabo determinadas obras en lugares concretos.
Aquellos
constructores estaban vinculados entre sí por haber recibido una “iniciación” que proponía
una nueva dimensión del trabajo físico. Los operativos admitían como reglas de su
actuación profesional ciertas pautas, recogidas en los llamados “deberes” o “cargos”, que
traducían un legado filosófico y moral transmitido desde la Antigüedad por constructores
iniciados en las normas de la Armonía.
En el seno de la Masonería Operativa se gestó el embrión que había de llegar a ser la
nueva Masonería, que es simbólica y especulativa. De ella nos dice Edouard Plantagenet
que “sometida a las mismas leyes, vinculada a los mismos deberes, animada del mismo
espíritu, da continuidad en el plano mental a la obra proseguida y realizada por la
Masonería Operativa en el terreno físico.
Los constructores hicieron de la armonía el fruto
exuberante de la correlación metódica de los principios geométricos, y la iniciación no
sólo les revelaba el secreto de ciertas leyes de las medidas y las proporciones, sino que les
demostraba su carácter fatal y su valor cósmico”.
Y es que la construcción del Templo interior que persigue el masón especulativo requiere
asimismo una cuidadosa selección de elementos, armonizando factores físicos, psíquicos y
espirituales con ayuda de una ideal Escuadra y el delicado Compás de la intuición.
La metodología de los masones se plasma en rituales que emplean los signos como
proyecciones de un cierto código espiritual.
Si bien estos símbolos proceden, en buena
parte, del utillaje de los antiguos masones operativos, su contemplación especulativa tiene
como común denominador la transferencia al campo numérico, considerando que la
expresión matemática es la única capaz de sintetizar, como referencia última universal, los
valores funcionales atribuidos a los símbolos sensibles.
Del conjunto de rituales practicados para el tratamiento reflexivo de los diferentes temas
estudiados en las Logias surge el concepto global de Rito. Un Rito puede incluir un
número variable de rituales, en función del número de “grados” en que se divida la
iniciación contemplada por sus creadores. Es fundamental la previa valoración de un tema
de reflexión como iniciáticamente adecuado.
Es evidente que los criterios de selección
podrían ser múltiples, dando ello lugar a una proliferación de ritos, “llamados” masónicos,
que incluirían el tratamiento de un sinfín de temas.
La inexistencia de un órgano coordinador único encargado de velar por la disciplina ritual
y el centrifuguismo propio de la libertad de pensamiento y de acción que ha caracterizado
siempre a la Masonería, han permitido la aparición y desaparición, a lo largo de nuestra
historia y en el seno de diversas comunidades culturales, de un gran número de ritos
integrados por diferentes escalas “graduales”.
Como es habitual, ha habido criterios
diversos y no toda la producción ritual puede ser considerada ortodoxa.
Un Ritual Masónico esencialmente se caracteriza por el ejercicio del análisis analógico de
símbolos sensibles o abstractos. Una figura geométrica, por ejemplo, es, masónicamente
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considerada, símbolo sensible, y una frase o un mito son símbolos abstractos.
La actitud
filosófica de aproximación al mensaje contenido en el tema abstracto o en el símbolo es
condicionante, puesto que la pedagogía iniciática, a diferencia de la profana, requiere no
sólo la ejercitación de la razón por parte del iniciando, sino la de todas sus restantes
facultades humanas en un proceso gradual que parte de la introspección o análisis de las
propias reacciones íntimas ante un símbolo u otra manifestación objetiva.
Los programas pedagógicos profanos se basan en un concepto binario de exclusión
recíproca de proposiciones (lo bueno y lo malo, lo grande y lo pequeño, etc.) en el que
entran en juego la inteligencia racional selectiva y la memoria. Las escuelas iniciáticas
desarrollan su pensamiento partiendo de la analogía de los fenómenos en un Universo
unitario, en el que el “ánimo” es homogéneo y las diferencias dependen de cantidades
(quanta), dentro de un ciclo evolutivo general.
Cada cosa analizada resulta de la
integración de elementos o factores separables, pero sin cuya combinación el objeto
estudiado no sería lo que es. El pensamiento puramente racional actúa por deducción e
inducción, memorizando resultados parciales clasificados. El método analógico estimula
un “salto” del pensamiento que va más allá de la simple deducción y que está en la base
del avance científico del Hombre, incluso a pesar de su refutación por parte de algunos
científicos convencionales hasta hace pocas décadas, en que la nueva Física está
proponiendo un significativo replanteamiento de ciertos “postulados” que parecían
inexpugnables.
La entrada en juego de la intuición es sólo el reflejo de la analogía entre
micro y macrocosmo, que se hace consciente cuando la actualizamos en nosotros mismos.
Se trata del poder sugerente que los pitagóricos veían en la Geometría, que facilita
construcciones mentales por aplicación de sus propias reglas. No fue simple “deducción”,
sino algo más, lo que pudo hacer pensar al Hermano Isaac Newton en normas de atracción
gravitatoria interplanetaria a partir de la caída de una manzana del árbol bajo el que se
encontró en un momento dado, como lo señala el Maestro Beresniak.
La metodología masónica ritualizada no apunta hacia metas simplemente culturales.
Partiendo de cierto bagaje cultural, incita a la búsqueda de la Sabiduría mediante una
nueva percepción de la realidad y una activación de nuestra dimensión intuitiva, tratando
de racionalizar lo “irracional” para conocer “sintiendo” el conocimiento. Se pretende
llegar al sentimiento de lo trascendente, de aquello que trasciende nuestra estructura
corporal y es común a todas las estructuras energéticas que nos presenta el mundo
asequible por los sentidos.
En suma, se persigue aprehender íntimamente la realidad de la
gran Inteligencia cósmica dentro de la que existimos y somos. En este sentido, el ritual es
expresión de esa dimensión “religiosa” (en sentido etimológico) que nos hace
interrogarnos sobre nuestra “ligazón” o vinculación íntima con lo cósmico.
La otra finalidad de los rituales masónicos, igualmente importante, es la de activar el
sentimiento de fraternidad entre los hombres que participan en la construcción, en la “gran
obra”. La ortodoxia tradicional ha visto en los utensilios de construcción de los antiguos
masones instrumentos que reflejan actitudes y capacidades muy característicos del varón
que utiliza y transforma su fuerza física con voluntad creadora.
Este punto de vista no
implica que la mujer sea arbitrariamente excluida de la iniciación. Es perfectamente
coherente con el principio de analogía y con el de complementariedad que la mujer sea
capaz de crear su propia simbología iniciática en función de la polaridad humana que
representa.
En la búsqueda analítica de su intimidad, muy próxima al psicoanálisis modernamente
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redescubierto, el masón comparte en grupo sus hallazgos.
No sólo respeta la introspección
que, como él, realizan sus hermanos, sino que la apoya sincronizándose ritualmente con
ellos. Esta “simpatía” es la vía de progreso del amor fraternal, que es otra forma de la
inteligencia. El “secreto” masónico, al que, como algo pintoresco, se refieren
peyorativamente algunos profanos, es la expresión del profundo respeto que merece la
introspección realizada por cada uno en condiciones psicológicas muy concretas e
intransferibles a situaciones de convivencia diferentes.
Cabría señalar, tres cauces aportadores de símbolos en los ritos masónicos más
practicados:
1. La tradición judeocristiana imperante en el medio sociocultural en que se encuentra la
Masonería.
2. La tradición helenística (neoplatonismo gnóstico) con nomenclatura recibida a través
del Evangelio y del Apocalipsis llamado de San Juan (entre los varios que circularon
bajo esta supuesta autoría en los primeros momentos del cristianismo).
3. Las aportaciones llegadas a la cultura del medievo a través de los cruzados
(especialmente los templarios), que marcan una nueva toma de contacto con la Gran
Tradición de las escuelas orientales, sobre todo en sus formulaciones sufíes y
rosacruces, que influyeron en el desarrollo de los estudios cabalísticos y alquimistas
hasta el siglo XVII.
La mayor o menor presencia de símbolos procedentes de cada una de estas corrientes
históricas depende del tema básico tratado en cada grado al que se adapte el ritual
específico seguido.
El conjunto de los rituales que integran el Rito aparece así como un
policromo mosaico, más que como una gama de secuencias machihembradas, cuya
homogeneidad viene determinada por el talante analógico seguido en la meditación
esotérica, que queda fuera del espacio y del tiempo históricos.
Todos los ritos masónicos tienen en común tres grados simbólicos en los que se alude a la
construcción del “Templo” interior (prefigurado en el Templo de Salomón), aplicando el
principio de analogía a la relación Cosmos-Templo-Hombre y considerando la Palabra, la
Escuadra y el Compás como las tres “luces” simbólicas “mayores” en el camino hacia el
desarrollo del intelecto intuitivo que requiere la iniciación.
En una Obediencia (Gran Logia o Gran Oriente) pueden coexistir varios ritos reconocidos.
Así, es practicado el Rito Escocés Antiguo y Aceptado por Logias de obediencias
diversas, con independencia de su ubicación geográfica. Lo mismo cabe decir del Rito de
Emulación, del de York y del Escocés Rectificado, entre otros.
Cada ritual del Rito encierra dos aspectos: la enseñanza iniciática propiamente dicha y su
forma de transmisión o expresión. La enseñanza esotérica que se estudia en cada grado
recibe el nombre de “arcano” y los arcanos pueden clasificarse en cinco grupos:
1. Al grupo de símbolos verbales corresponden los arcanos o enseñanzas contenidas en
las palabras llamada “sagrada” y de “paso”.
2. Al grupo de símbolos gestuales o mímicos, de expresión corporal, corresponden las
enseñanzas del gesto de “puesta al orden”, el “signo”, la “batería”, los toques de
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identificación y de contacto ceremonial, los pasos y las formas de caminar en Logia.
3. Al grupo de símbolos numéricos corresponden los arcanos del número de años de
edad masónica, de peldaños del Oriente de Logia, de pasos de cada desplazamiento
ritual, de golpes de batería, etc.
4. El simbolismo temporal lo expresan las horas de apertura y cierre de los trabajos de la
Logia (mediodía y medianoche simbólicos).
5. Dentro del grupo de símbolos cromáticos están los colores de las paredes del Templo
o Logia, según el ritual del grado, los de mandiles, bandas y demás elementos del
atuendo iniciático.
El arcano o tema de cada grado se explica apoyando la enseñanza en símbolos
correspondientes a cada uno de los diversos grupos señalados, por lo que en todos los
grados se hallan estos cinco grupos, si bien su desarrollo es diferente en cada uno de ellos.
La transmisión verbal de la enseñanza depende de circunstancias culturales, por lo que
tiene carácter adjetivo y no sustancial (idioma utilizado, “tempo” y forma concreta de la
representación ritual, etc.).
Los cinco grupos tienen como denominador común el número:
de luces, de golpes, de pilares, de columnas, de pasos, etc., y a los números corresponden
otras tantas formas geométricas (triángulo, cuadrado, pentágono, etc.).
También ciertas palabras son utilizadas como símbolos de un arcano y representan valores
numéricos que resumen la esencia del concepto transmitido, al sumarse o multiplicarse los
valores parciales de cada una de las letras que las componen, en una forma de codificación
simbólica o cabalística. Se utiliza así por analogía entre palabra y número, patente en todas
las lenguas.
- Basándose en el número, el aprendizaje del primer grado masónico parte, en todos los
ritos, de dos modelos simbólicos: el binario y el ternario.
Los símbolos utilizados en Logia
de Aprendiz corresponden alternativamente a uno u otro modelo. Así se complementan
analógicamente la Luna y el Sol, la Escuadra y el Compás, la Plomada y en Nivel, la
Piedra “bruta” y la Piedra “cúbica”, Cincel y Mallete, Columnas “B” y “J”... Se trata de
modelos en "oposición", cuyo análisis lleva al desarrollo del concepto de
complementariedad recíproca, dimanante de la unidad final de todas las cosas.
El nexo por
el que se “disuelve” la oposición, integrando sus dos elementos en una unidad conceptual,
completará con ellos una “terna”. Tal sería la oposición binaria hombre-mujer, disuelta en
el concepto ternario de “ser humano”, considerado no sólo como la suma de los dos sexos,
sino como resultante de dos principios interactivos.
Las tríadas o simples grupos de tres símbolos no pueden ser sistemáticamente propuestas
como ternas. El Arte Real consiste en la posibilidad de “encontrar” el tercer elemento
integrador de dos conceptos opuestos, y en esta ejercitación se basa el “aprendizaje”
masónico. Belleza, Fuerza y Sabiduría suelen ser la terna paradigmática sometida a
estudio analógico en el primer grado.
La especial consideración que se da en ese grado a los números dos y tres está
ampliamente fundamentada y corresponde a la inquietud especulativa que se encuentra en
la raíz de todas las civilizaciones. Partiendo de la unidad, el dos significa la diferenciación
respecto a uno mismo, y en esa diferenciación tendemos a ver una oposición en lugar de
un complemento.
La búsqueda de analogías, que implica el intento de ver más allá de las meras apariencias, tiende a deshacer la “oposición” dando paso a una nueva idea.
El tres
simboliza el conjunto de los dos elementos complementarios integrados en una unidad
final: dos más uno, o bien unidad y diferencia fundidas en un nuevo concepto trinitario
que encontramos expresado en la Trimurti hindú, el Triple Principio de la Cábala hebrea,
la Trinidad cristiana y las trinidades de las culturas arias.
Cualquier acto humano, siendo uno, comprende: sujeto activo, acción realizada y
resultado de la acción o efecto. La expresión geométrica del tres –o su proyección
espacial– es el triángulo, que constituye la forma más simple de acotamiento del
espacio mediante intersección de líneas rectas que unen tres puntos separados. Las
relaciones de sus lados y de sus ángulos ponen de manifiesto una correspondencia
universal que está en el origen del pensamiento matemático. Por ello, el Triángulo
masónico simboliza el fundamento de la Gran Arquitectura Universal.
LA INICIACIÓN
¿Qué significado tiene la Iniciación Masónica? La respuesta viene en otra pregunta:
¿Qué significado tiene para nosotros? ¿Es solamente formal? La Masonería está
supuesta a iniciarnos en una nueva experiencia de la vida, o sea, a ponernos en el
camino de esas nuevas experiencias.
De ahí que se denomine a ese gran momento,
Iniciación.
Pero aun así, depende de cada uno el que ésta sea efectiva. En realidad, la Iniciación
masónica no puede ponernos en ese camino si no estamos preparados y predispuestos
para tomarlo, pues ella tiene sólo un carácter simbólico.
¿Qué utilidad tienen entonces
las iniciaciones masónicas? El grado de Aprendiz y cada grado sucesivo de la Orden
comprenden cierta etapa evolutiva, o sea, cierto estado de conciencia, y nadie puede,
naturalmente, conferirnos un estado de conciencia u otorgarnos un determinado grado
de evolución, ni iniciarnos en él. Cada cual tiene, por tanto, que ser interiormente un
iniciado de algún grado, antes de que pueda tomar efectivamente la Iniciación
correspondiente.
Uno es un iniciado; nadie puede hacerlo un Iniciado.
Sin embargo, con la debida comprensión, cada Iniciación puede significar un paso de
incalculable trascendencia en nuestra vida, y está concebida con esa finalidad. De ahí la
necesidad de que comprendamos el verdadero propósito de las ceremonias iniciáticas de la
Masonería.
El Cuarto de Reflexión y el examen de sí mismo que cada uno hace en él, como
preámbulo de la Primera Iniciación, debe haberlo preparado previamente para este gran
momento. Todo el que ha reflexionado suficientemente a lo largo de su vida sobre el paso
que está por dar, al tomar la iniciación, debe poseer también la debida madurez y la
necesaria comprensión para poder participar efectiva y no formalmente, de todo lo que ha
de llevarse a cabo en la ceremonia y ver lo que las formas revelan.
Con esa predisposición, el candidato sentirá, durante la ceremonia, que está en presencia
de algo significativo.
Cada palabra, cada acto del ritual, encerrará alguna clave que, como
una chispa, podrá encender alguna luz interior que estaba ya lista para manifestarse en él,
iniciándolo en alguno de los sagrados misterios de la vida y del ser. La Iniciación
resultará, entonces, por lo que implica, un hecho real y no una forma ceremonial, saliendo
de la misma un verdadero iniciado en los secretos de la vida.
El camino evolutivo tiene para todos, sin excepción alguna, ciertas etapas bien definidas.
Una Iniciación masónica ofrece, al que la toma y a los que participan en ella, una
representación dramática de este proceso de realización del ser, con lo cual muestra un
cuadro anticipado de este proceso. La Iniciación comprende solamente la primera etapa a
recorrer, pues la limitación de nuestra mente no nos permite abarcar más.
Pero ella nos
muestra lo suficiente para que podamos prever lo que esa etapa encuadra y no andemos
tan a ciegas.
Los ritos de la iniciación nos muestran los pasos que debemos dar para recorrer esa
próxima etapa del camino, facilitándonos con ello un progreso más rápido.
La Iniciación nos anticipa, pues, el futuro. Y, para que el mismo nos quede fielmente
grabado en la memoria, nos hace ensayar, a través de su desenvolvimiento, el papel del drama que habremos de representar en la vida real en el futuro.
Ella constituye, por tanto,
un ensayo del drama a desarrollarse.
La primera Iniciación masónica, o sea, la del grado de Aprendiz, se diferencia de las
demás por el hecho de que resume singularmente, en forma sintética, los tres principales
grados o las etapas a recorrer, además de extenderse en la propia, demostrando
nuevamente la ley de analogía de “cómo es arriba es también abajo”. Ofrece de esta
manera, a vuelo de pájaro, una idea general del camino evolutivo.
Un motivo para ello parte, indudablemente, del hecho de que el método natural para
reconocer la realidad es el de ir de lo general a lo particular y que, por otro lado, por
adelantados que estemos en el camino evolutivo, seguimos siendo siempre aprendices.
Sin necesidad de entrar en detalles sobre las otras iniciaciones superiores vedadas a los
Aprendices, podemos considerarlas someramente a todas en este Grado.
Esta particular
Iniciación constituye, en realidad, un ensayo general de todo el drama que ha de
desarrollarse en nuestra vida, visto a través de la Masonería.
De esta manera recalca al Iniciado la realidad que William Shakespeare intuyó que este
mundo es un escenario y que todos somos actores en él. Si bien debemos poner en su
representación mente y corazón, no debemos olvidar que somos en realidad meros actores,
y que debemos desempeñar nuestros papeles con el desapego que nos corresponde.
Este ensayo general tiene, además, un fundamento psicológico bien conocido. Este es que
“la acción sigue al pensamiento”, y que “la visión de lo que queremos llegar a ser debe
preceder lo que somos actualmente”.
En adelante el iniciado debe tratar de vivir como si
hubiera llegado al grado de evolución que le marca la iniciación tomada.
La ceremonia de Iniciación revela al mismo tiempo la fórmula de realización para cierta
etapa de la vida. Nos sugiere que encaremos esa realización en forma científica, aplicando
esa fórmula; que la pongamos a prueba y veamos si da el resultado anunciado.
Podemos
resumir diciendo que las iniciaciones masónicas nos muestran el camino que tenemos por
delante para su comprobación. ¿Comprendemos por qué las iniciaciones se caracterizan
por determinadas pruebas a las cuales se somete el Iniciado?
Para realizar esas comprobaciones en forma científica y evitar engañarnos es
indispensable llevarlas a cabo con una mente abierta, desapasionada y libre de prejuicios.
Para observar el cuadro es necesario salirnos de él.
Nada ayuda tanto para progresar por este camino como el desapego y el
desapasionamiento. ¿Por qué? Porque estamos apegados a los intereses materiales y nos es
necesario desprendernos de los lazos que nos atan a ellos en nuestro corazón. Es natural
que tratemos de agarrarnos a las personas y a las cosas que nos rodean en la oscuridad en
que nos movemos; y de ahí nuestro apego a los bienes materiales.
También, como un
árbol milenario, la raíz de nuestra existencia está firmemente arraigada en la tierra y no
nos es fácil salir de ella y volver la atención a las energías que nos llegan de arriba, sin las
cuales no podríamos vivir y de nada nos serviría la tierra.
Pero para progresar en el camino hacia la total liberación de limitaciones, es lógico que
tengamos que desprendernos de esas ataduras mentales que limitan nuestra vida y
dificultan los pasos que debemos dar hacia delante.
El progreso es difícil llevando un peso muerto atado al pie. No podemos dar un paso
adelante sin despegar el pie de donde está apoyado. No es posible adelantar por camino
alguno sin dejar atrás o trascender muchas cosas. Continuar manteniendo posiciones de
retaguardia que hace tiempo hemos trascendido, es querer salvarnos cometiendo suicidio.
No podemos traficar con cosas que tenemos que trascender. Tenemos que ser enérgicos en
este sentido.
Debemos enfrentarnos con nosotros mismos y preguntarnos a qué cosas
estamos dispuestos a renunciar para poder aceptar la nueva vida.
Cada iniciación verdadera constituye un punto de síntesis alcanzado en nuestra vida y
debe marcar el final de una etapa de superación y el comienzo de otra.
Nuestro proceso evolutivo se compone de un proceso gradual de cortar lazos y
desprenderse de ataduras que limitan la vida. El camino está libre.
El primer desapego en
la primera etapa de la vida se produce al cortarse el cordón umbilical que nos une
físicamente a la madre. El segundo, al desprenderse, paso a paso, de las ataduras de la
materia.
Para indicársenos que el desapego de los bienes e intereses materiales es uno de los
primeros y más importantes pasos que debe dar el que inicia este camino, se le pide, al que
quiere hacerlo, que entregue las “joyas y metales” que tenga.
De esta forma se procura
prepararlo y probarlo para el progreso en el camino que debe recorrer. No son los bienes
materiales en sí los que limitan, sino el sentimiento de apego a ellos como a cualquier otra
cosa. Para darnos a entender esto se nos devuelven finalmente los “metales”.
Cualquier vicio es, también, una atadura que limita e impide nuestro progreso.
El
materialismo y el apego a los bienes materiales pueden constituir una limitación, una
esclavitud y una tiranía muchas veces peor que cualquier totalitarismo. Aunque la jaula
sea de oro no deja de ser prisión.
Tomamos demasiado en serio nuestro papel como actores en este drama y olvidamos que
todo es prestado en la obra que estamos realizando, que no somos más que simples
administradores de los bienes que tenemos en nuestras manos. Nos aferramos a ellos como
si pudiéramos adueñarnos de su forma y llevarlas con nosotros a la vida real, como si
tuvieran un valor verdadero en vez del convencional.
Cuando actuemos como si las energías y los recursos de que disponemos son nuestros
exclusivamente en vez de prestados, asumimos una actitud separativa, separándonos y
excluyéndonos mentalmente de la fuente única de energías. Tratando de acaparar recursos,
ponemos límites a nuestras posibilidades de progreso. Comprendiéndolo, debemos vencer
esta tendencia a defraudar nuestro progreso.
Al quitársenos y entregársenos de nuevo los “metales” se nos indica, con ello, que los
bienes materiales son prestados por un tiempo por el G∴ A∴ D∴ U∴ para ayudarnos a
alcanzar un propósito más elevado de vida. Se nos devuelven cuando los hemos dedicado
a ese fin y hemos probado con nuestra actitud que estamos dispuestos a utilizarlos en
adelante como corresponde para la construcción del Templo del G∴ A∴ D∴ U∴.
Lo que alcanzamos en cada paso adelante que damos por este camino de autodedicación
vale muchas veces más que lo que dejamos atrás. ¿Cómo cambiar, en este caso, de
sacrificio? Sacrificio es, por el contrario, renunciar a lo más por lo menos.
LA CÁMARA DE REFLEXIÓN
El primer contacto de un candidato con el Simbolismo masónico se produce durante su
ingreso y permanencia en la Cámara de Reflexión. Se trata de un espacio mínimo, tenuemente iluminado por una vela o lamparilla, amueblado tan sólo con una mesa y un
taburete, en el que el silencio, la penumbra y la soledad invitan a la introspección.
La Cámara es la puesta en escena de la caverna platónica, provista de determinados
símbolos pedagógicamente seleccionados a fin de que la atención que gradualmente
vayan mereciendo del candidato fuerce a éste a concentrarse en las evocaciones o sugerencias íntimas que en él susciten, buceando en sí mismo y evitando la dispersión del
pensamiento.
El entorno profano en el que habitualmente nos desenvolvemos proyecta
sobre nosotros, directa o subliminalmente, una profusión de formas vibratorias que provocan nuestra casi permanente “enajenación”, un no estar en nosotros mismos.
El miedo a lo infrecuente, a lo desconocido, tiene que ser superado mediante la concentración
introspectiva en el análisis íntimo de las nuevas situaciones. Las imágenes o símbolos
de la caverna representada por la Cámara de Reflexión equivalen a las “sombras”, que
constituían el único reflejo del mundo real percibido por el Hombre platónico.
A su ingreso a la Cámara se pide al candidato que se despoje de los objetos metálicos
que en ese momento posea.
En Masonería no se invita al Iniciando a “renunciar al
mundo”, sino a buscar la armonía en el mundo. La renuncia a los metales representa la
capacidad íntima de medir y valorar relativamente aquello que consideramos valioso o
necesario a fin de usarlo armónicamente. En su momento recuperará el candidato esos
metales.
Sobre la mesa se hallan algunos elementos como un vaso con agua, un trozo de pan, sal,
azufre, mercurio y una calavera.
En la pared se encuentran algunos pensamientos y la
inscripción “V.I.T.R.I.O.L.”, como sigla clave de la Iniciación masónica.
Puesto que el paso por la Cámara de Reflexión simboliza un primer plano de la Iniciación recogido por todas las tradiciones iniciáticas, la caverna masónica refleja la “prueba” o “viaje” al interior de la Tierra, que se completará, una vez superada, con las pruebas del agua, el aire y el fuego, resumiendo el ciclo clásico de los elementos.
El agua del vaso situado sobre la mesa es símbolo de fertilidad vital. Las “aguas cósmicas” a las que alude el Génesis (... y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las
aguas) representan el gran magma del que brota la Vida. De todos los elementos, tal vez
sea el agua el que nos pone de relieve de forma más patente su vinculación con la gran
inteligencia universal. Su “memoria” permite al agua “recordar” estructuras cristalinas
que es capaz de formar en determinadas condiciones de presión y temperatura, aumentando su volumen...
El agua simbólica de la Cámara debe asociarse a la Tierra fecundada por el Espíritu, es
decir, por el principio energético que actúa impulsando todas las interacciones del universo.
El pan representa la transformación de elementos, que la naturaleza nos ofrece bajo una
determinada apariencia, en otros que ayudan a nuestro desarrollo obtenidos mediante el
esfuerzo y la aplicación práctica de nuestra propia observación.
El fuego se asocia a la cocción de harina y agua para la obtención del pan, alimentando nuestro cuerpo, que es
la forma en que la energía vital cósmica de la que somos partícipes se apoya.
La sal y el azufre ilustran elementos que representan principios fundamentales de la
Alquimia (activo y pasivo) en la interacción universal.
La calavera recuerda al candidato que ha de morir al concepto profano de la vida para
renacer a un nuevo estado de conciencia.
El acrónimo V.I.T.R.I.O.L., en fin, resume en sí el contenido potencial de todos los
símbolos presentes en la Cámara de Reflexión: Visita Interiora Terrae Rectificando
Invenies Occultum Lapidem (visita el interior de la tierra y rectificando hallarás la piedra oculta). Sólo adquiriendo conciencia de la propia identidad, analizando y discerniendo, ordenando y rectificando las apariencias con que nuestros sentidos nos velan la
realidad, seremos capaces de encontrar en nosotros mismos la materia prima del verdadero Ser, la chispa “divina” que habita en cada hombre.
“Desde el primer rito solar a la iniciación moderna, ha representado siempre (la Cámara
de Reflexión) el “descenso a los infiernos”, la muerte aparente que precede a la resurrección, el renacimiento a una vida “nueva”. Es el sol vencido del equinoccio de otoño
elevándose victorioso de su lucha contra el demonio de las tinieblas en el equinoccio de
primavera...
Es toda la iniciación antigua que se daba en las mismas entrañas de la Tierra, en las cámaras subterráneas de las pirámides, en la cripta de los Templos...”.
La Masonería, en concordancia con todas las vías iniciáticas, conserva un símbolo que
alude directamente a la necesaria separación entre el mundo profano y el sagrado: el
Gabinete, o Cámara, de Reflexión. Se trata de un pequeño habitáculo, totalmente pintado de negro, en el que es introducido el aspirante a la iniciación masónica.
Allí, en
completa soledad y abandonado a sí mismo, deberá despojarse de sus múltiples egos y
máscaras (las que conforman la personalidad del hombre viejo), permitiéndole así recuperar la identidad con su auténtico ser (el hombre nuevo).
Esto es lo que simboliza precisamente el “despojamiento de los metales” a que se ve sometido el candidato por el
Hermano Experto después de salir del Gabinete, tras lo cual podrá acceder al interior de
la Logia, en donde deberá superar las “pruebas de los elementos” aire, agua y fuego.
De
hecho, la estancia en el Gabinete (que está fuera de la Logia) representa la primera de
esas pruebas, la de la tierra, y más concretamente el interior de ésta, es decir, el mundo
subterráneo, que es donde simbólicamente se ubica el Gabinete.
Estamos, por tanto,
ante una prueba que se refiere directamente al “descenso a los infiernos”, común a todas las cosmogonías tradicionales, y que de manera tan ejemplar describió Dante en la
Divina Comedia.
Mediante ese descenso el ser conoce sus estados más densos e inferiores, de los que ha de purificarse para poder ascender posteriormente hacia sus estados
sutiles y superiores. A ese descenso-ascenso alude, precisamente, el acrónimo alquímico V.I.T.R.I.O.L, que se encuentra inscrito en una de las paredes del Gabinete: Visita
el Interior de la Tierra y Rectificando Encontrarás (Invenies) la Piedra Oculta (Ocultum
Lapidem).
Como a este respecto indica Guénon “la 'rectificación' es aquí el 'enderezamiento' que señala, después del 'descenso', el comienzo del movimiento ascensional”.
Por todo ello, el Gabinete de Reflexión está emparentado con la simbología de la caverna o gruta, o con la choza ritual, e incluso con la espesura del bosque, lugares en
donde el neófito vive la experiencia directa de su muerte iniciática.
En este sentido, en el Gabinete de Reflexión se opera el “regreso al útero o matriz” de la Madre Tierra
(Mater Genitrix), pues como dice Mircea Eliade: “el candidato a la iniciación se sitúa
antes de su nacimiento biológico, en la noche cósmica, a fin de participar de un segundo nacimiento”.
O como también afirmaba Paracelso: “Quien quiera entrar en el
Reino de los Cielos, debe primeramente entrar con su cuerpo en su Madre y, allí, morir”. Se trata todo ello de un simbolismo que se refiere efectivamente a la “muerte iniciática”, representada en Alquimia por la nigredo o “el negro más negro que el negro”,
es decir, por un estado de completa oscuridad o concentración, necesaria para la purificación completa de la psiqué, lo que en verdad constituye una catarsis en el sentido
propio del término, y que confluirá en el “nacimiento iniciático”, o “segundo nacimiento”.
Ese proceso es lo que en la Masonería se denomina el pasaje de “las tinieblas
a la luz”, semejante al proceso cosmogónico del “caos al orden”.
La luz de la vela que ilumina débilmente la estancia del Gabinete simboliza precisamente el germen de ese nuevo nacimiento, que está también representado por el gallo
figurado en una de las paredes. Ave eminentemente solar, que anuncia el nacimiento
del nuevo día en lo más profundo de la noche, el gallo es también un símbolo del dios
Hermes, el guía que conduce al iniciado en su camino hacia el Conocimiento.
La banderola que aparece encima del gallo con la inscripción "Vigilancia y Perseverancia"
aluden directamente a un estado activo de la conciencia y a un estar “despierto” interiormente para recibir la influencia espiritual (intelectual) que al menos virtualmente le
será conferida al candidato durante el rito de la iniciación en el interior de la Logia.
Hablaremos en su momento de cada uno de los restantes elementos simbólicos que aparecen en el Gabinete de Reflexión, a saber: el Pan y el Agua, los tres principios herméticos: Azufre Mercurio y Sal, el Cráneo y el Reloj de Arena.
LA ENTRADA
La entrada al Templo se inicia con tres golpes sobre la puerta, dando a entender que la
triplicidad es el principio de todo lo que sigue. La puerta se abre sólo al que golpea en ella
en forma adecuada, indicando la síntesis alcanzada.
Esto es sintomático de todas las “entradas” que seguirán. Basta golpear adecuadamente a
las puertas en el camino para que indefectiblemente se vayan abriendo. Si no abren,
podemos estar seguros, es porque no llamamos a ellas con la correcta actitud.
Si nos acercamos a este momento solemne de la Iniciación como el que está entrando por
la puerta hacia una nueva experiencia de la vida, resultará indudablemente una realidad.
Para poder entrar al Templo y llevar a cabo la Iniciación, tenemos que pasar
inevitablemente por entre dos columnas poderosas situadas a lados opuestos de su portal.
Estas columnas tienen una importancia fundamental en el Templo. Constituyen el punto
de partida de todo cuanto se realiza en él. Tanto es así que hablamos de levantar columnas
cuando nos referimos a abrir una Logia, lo cual equivale a nacer a una nueva vida.
Este hecho lleva involucrado un mundo de significados.
La primera vez que pasamos entre
columnas lo hacemos a ciegas y sin darnos cuenta de ello, ya sea al iniciar una nueva vida
en el Oeste o al nacer a ella. Luego lo hacemos con los ojos abiertos, conscientes de ello
aunque no siempre de su significado. Lo repetimos después siempre que entramos al
Templo o cuando nos ponemos al orden (a las ordenes) del V∴ M∴ para realizar algún
trabajo.
Las dos columnas, “B” y “J” representan los pares de opuestos o la dualidad en nuestro
ser: una el polo positivo, el espíritu o la mente y, la otra, el aspecto negativo, la materia o
el corazón. Cada masón lleva en sí estas dos columnas. Constituyen las dos piernas sobre
las cuales nos sostenemos y caminamos por el sendero hacia nuestro objetivo. Ambas son
necesarias. Tratar de eliminar una de ellas para eliminar la lucha de los opuestos es como
eliminar una de nuestras piernas. Faltando una de estas dos columnas se derrumba el
Templo.
Lo primero que se hace con el neófito es ponerlo entre columnas, para que asuma el lugar
de su verdadero ser y para indicarle, desde un principio, la posición de síntesis en medio
de opuestos que debe caracterizarlo en adelante; que debe pasar a través de ellos en su
búsqueda del camino medio del equilibrio, o sea, la síntesis que únicamente puede llevarlo
a su autorrealización. Lo que es más significativo aún, le indican que al pasar entre ellas,
para entrar al Templo, tiene que dejarlas atrás...
El que va por el camino medio de la
síntesis vivirá en armonía con todo, aunque haya cosas que no estén en armonía con él.
Estas dos columnas le indican, asimismo, la solución de uno de los problemas mayores y
más difíciles que tendrá que afrontar en su camino de superación. A saber: el problema del
sexo. El problema consiste en que los sexos están colocados en polos extremos. En un
extremo está el aspecto positivo del hombre y en el otro el aspecto negativo de la mujer.
La solución de este problema, como la de todos, está en pasar por entre las dos columnas
no en género neutro, sino en equilibrio, en armonía, o sea, en la síntesis de los dos sexos
atraídos por algo superior a sí mismos que, reuniendo todo su poder creativo, los redima.
Estas dos columnas adquirirán un simbolismo bello y glorioso el día en que pasen entre
ellas el hombre y la mujer tomados de la mano y en perfecta armonía uno con la otra,
como si esas columnas tomaran vida y salieran andando.
Hay muchos otros significados ocultos detrás de estas dos columnas.
Cada uno puede
hallarlas si busca un poco. No nos será difícil si nos proponemos ser personas
equilibradas, si siempre que entramos al Templo y pasamos entre las columnas “B” y “J”
tenemos en cuenta que lo hacemos buscando el camino medio del equilibrio y la armonía
en todo lo que realizamos allí dentro, dejando atrás los opuestos, los antagonismos y los
separatismos para trabajar en completa unidad.
Esto nos llevará a sumergir nuestra
personalidad en la gran obra sintetizadora de la Masonería, para surgir con los Hermanos
de nuestra Logia en la construcción de las tres cúpulas del Templo.
Los opuestos están tan lejos y a la vez tan cerca uno del otro como el Este del Oeste.
Un
buen sector de la Humanidad cree, en primera instancia, que para llegar a la Armonía es
necesario eliminar la Oposición. Las dos columnas del Templo masónico nos muestran,
sin embargo, otra solución: el surgimiento del camino medio o superior donde se unen
ambos caminos en una síntesis, o sea, donde reina silencio en ambas columnas, el punto
donde se inicia el camino a lo infinito.
LOS VIAJES
Este camino se inicia al abrirse para el neófito la puerta del Templo, que se halla ubicada
al Oeste, símbolo de la oscuridad. Él ignora a qué experiencias lo admite esa puerta. Para
más, se lo introduce por ella con los ojos vendados para indicarle la gran oscuridad que
caracteriza la etapa inicial de las experiencias por las que ha de atravesar.
Éstas, como queda señalado, no son inventadas por la Masonería.
Están en conformidad
con la estructura y la constitución del hombre y del universo, y de acuerdo con ciertas
leyes que rigen el proceso creativo y evolutivo. Son universales y aplicables a todos los
hombres. No podemos preguntar por qué son así más de lo que podemos inquirir acerca
del porqué de fenómenos como el de la herencia, la evolución, la gravitación y el de causa
y efecto. Debemos aceptarlas como son y conformarnos a sus leyes.
Es con esta actitud
que debemos atravesar la puerta de la Iniciación de la vida si queremos sacar el provecho
que ella nos depare.
Los tropiezos que tenemos en la vida, los errores que cometemos, la manera en que
equivocamos con frecuencia la dirección que deberíamos seguir, los temores y las
aprensiones que nos embargan, son indicios de la oscuridad en que efectivamente vivimos.
La oscuridad es símbolo de limitación; y la luz significa para el eterno viajero la liberación
de limitaciones. Aunque no la pueda ver por hallarse la luz muy lejos, intuye que la puerta
iniciática de alguna manera o de otra lo conduce a ella. Presiente, en su búsqueda
desesperada, que se halla en dirección al Oriente, y que se encuentra en el punto opuesto
de donde él está
El órgano visual en este camino no es la vista ocular sino la mente.
Por esto durante la
ceremonia se le vendan los ojos al neófito. De esta manera se aguza su mente y no distrae
su atención con las superficialidades que lo rodean y los Compañeros que lo asisten. Son
innumerables las indicaciones útiles que pueden derivarse para el neófito de todo lo que
sucede durante la Iniciación si mantiene la debida atención.
El hecho de que va con los ojos vendados debe indicarle, asimismo, que la ceguera de su
vida no es real y que debe buscar la manera de despojarse de la venda que cubre sus ojos;
que la luz está allí y si no la ve es porque aparta la vista de ella para mirar en la oscuridad.
En realidad, aunque se resista a admitirlo, le gusta la oscuridad mucho más que la luz. El
hecho de que permanezca en ella lo comprueba. Salir de la oscuridad, depende de él
solamente.
Sin perder de vista el objetivo lejano de iluminación y realización, la Iniciación nos insta a
fijarnos metas inmediatas y tratar de alcanzarlas una tras otra.
Estas metas están definidas
por la Masonería en sus tres grados simbólicos: el de Aprendiz, el de Compañero y el de
Maestro, los cuales están esbozados en la primera Iniciación.
Los tres viajes que realiza en ella le indican al iniciado que tiene por delante un camino
que recorrer y que éste consta de tres etapas. También tratan de mostrarle que todo en la
vida se desenvuelve en ciclos, y que cada etapa del camino equivale a un determinado
ciclo de evolución.
Por esto los tres viajes se realizan en forma circular. Parten y terminan
entre columnas para indicar el punto de síntesis a que es indispensable llegar en cada ciclo
evolutivo.
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Son viajes simbólicos a través de la vida de todo hombre. Durante el transcurso de la
misma, camina tanteando y tropezando torpemente en la oscuridad hasta el final del tercer
viaje, en que recibe la luz directa de la intuición y cae finalmente la venda de sus ojos
también, como en la vida real, al neófito se lo puede orientar o conducir, pero no
arrastrarlo o cargarlo, tiene que dar los pasos por su propio esfuerzo y consciente de lo que
hace, pues ésta es una empresa de realización propia.
El primer viaje es por aire, porque en él recibimos el aliento de vida necesario para iniciar
el camino y la nueva vida a la cual nacemos. Esta etapa requiere mucho aliento. Se
desenvuelve en el plano físico e involucra las actividades del cuerpo etérico, vital y físico.
Durante esta etapa el viajero se halla sumido en el materialismo y las satisfacciones
materiales, y lo dominan sus apetitos y su personalismo.
Inicia esta etapa de su vida en medio del trepidar de espadas en la lucha de opuestos
dentro de sí. Su meta, al final de este viaje, es llegar al punto de síntesis o armonía entre
los opuestos. Esto lo consigue a través de la integración de su personalidad.
El primer viaje lo lleva al Segundo Vigilante, el cual representa la personalidad o nuestra
naturaleza material. El viaje termina entre columnas.
El segundo viaje es por agua. El agua simboliza la naturaleza emocional y esta etapa se
caracteriza por el emocionalismo y las grandes luchas internas que finalmente conducen al
caminante al sitial del Primer Vigilante.
El tercer viaje es por fuego, el cual simboliza nuestra naturaleza mental. En esta etapa el
peregrino, tras consumirse en un fuego sagrado resucita a una nueva vida, espiritualizado
y liberado de sus limitaciones, habiendo escalado las tres gradas al trono del espíritu o ser
supremo entre nosotros, representado éste por el Venerable Maestro de la Logia.
Cae la
venda de los ojos. Todo se ilumina entonces en la Logia individual y colectiva.
Aquí terminan los viajes, habiendo alcanzado simbólicamente su objetivo.
Lo usual es que el Iniciado haya empezado a escalar en esta Iniciación, apenas el primero
de los tres peldaños que lo llevarán al trono del Venerable Maestro. O que, en realidad,
esté en el segundo o tercer escalón, por hallarse ya en esa etapa de su evolución.
Al final de tantas vueltas el viajero termina regresando a sí mismo, encontrando dentro de
sí la luz que buscó con tanto ahínco por tierras extrañas y con experiencias no siempre
agradables.
Los viajes le parecían entonces interminables, pero al final ve que no eran tan
largos después de todo. En la realidad es así, aunque solemos impacientarnos por lo lento
que nos parece el progreso.
Cuando los realizamos con los ojos vendados durante la ceremonia de Iniciación nos
parecen extensos, pero al quitarnos la venda de los ojos, nos sorprende ver cuán reducido
era el espacio en que nos movimos, pues como en una espirales tuvimos dando vueltas en
el mismo sitio.
Esto nos indica que el camino está dentro del espacio de nosotros mismos, cada uno es una
Logia en funcionamiento. Las iniciaciones que recibimos en las Logias formales son sólo
simbólicas. Las verdaderas las recibimos en nuestra Logia individual. Éstas siempre
coinciden en sus grados con las primeras.
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Sacamos de ello en conclusión que el hecho de haber realizado estos viajes sobre baldosas
negras y blancas que tuvimos por suelo, las cuales simbolizan los pares opuestos, nos insta
a mantener a éstas bajo nuestros pies, es decir, bajo control, a ser superiores a sus luchas y
fluctuaciones, a mantener serenidad, equilibrio y armonía en todo momento, afirmados
sobre lo inconmovible de nuestro espíritu y la seguridad de lo inevitable de nuestra meta
de autorrealización.
EL FINAL
Las palabras y sus expresiones frecuentes resultan inadecuadas para explicar las
experiencias y los misterios de la vida y del ser. Siempre que intentamos hacerlo corremos
el riesgo de desorientar a quienes queremos ayudar. Y el no perjudicar debe ser la regla
número uno de nuestra vida. De aquí que se le exija al Aprendiz la promesa de ser
reservado en sus declaraciones sobre todo lo que se le va revelando.
Sus conocimientos, por ser relativos, parciales e incompletos, están sujetos a conclusiones
erróneas. Sólo cuando posea la luz directa e la intuición que le permita un conocimiento
completo de las cosas estará en condiciones de sopesar y valorar las consecuencias de sus
afirmaciones.
Mientras tanto debe dedicarse pacientemente a la tarea de someter al crisol de la
experiencia todas las indicaciones que reciba sobre el camino a seguir y los supuestos
secretos que le revelen sobre la vida y el ser, para poder extraer de ellos el oro puro de la
Realidad. La ayuda más efectiva que se le puede ofrecer al caminante es estimularlo a que
haga esto, si es posible, con el fin de capacitarse para ayudar con la fortaleza adquirida, a
los Compañeros en el sendero de la superación.
El proceso evolutivo es una cadena, y todos somos eslabones de esa cadena. La unidad es
la característica esencial del universo y debe serlo también en nuestra Logia, tanto en la
colectiva como en la individual. El desarrollar la conciencia de la realidad de esa unidad es
el objetivo de todos nuestros trabajos. De la unidad personal pasamos a la unidad grupal
de la Logia y de ésta a la conciencia de la unidad universal.
Para que la tengamos siempre
presente está la cadena que rodea el Templo masónico.
Esta unidad es evidentemente subjetiva. La cadena material y superficial significa
esclavitud. En todos los órdenes de la vida debemos elegir diariamente entre la cadena de
la unidad y la cadena de la esclavitud. Sólo de la unidad subjetiva viene la armonía y la
fuerza. Esa unidad tiene una sola amalgama en todo el universo: el amor.
Al final del drama evolutivo que se ha realizado en la ceremonia de Iniciación, como es
costumbre, salen a escena todos los que han actuado en él.
Como broche final se forma la
cadena masónica. Este último acto tiene por finalidad dejar grabado en la mente de éste,
como resumen de todo lo actuado, que debe esforzarse por eliminar de sí todo sentido de
separación, porque no existe, en realidad, separación alguna subjetiva entre un hermano y
otro. El más débil del grupo debilitará al conjunto; es decir, el grupo no será más fuerte
que el más débil de sus integrantes.
Deben progresar juntos por fuerza. En bien del
conjunto, todos estarán dispuestos a ayudar al Aspirante.
Siendo éste el más nuevo, se lo considera el más débil del grupo; y se lo insta, en bien de
todos, que acelere el trabajo de su autorrealización. Se le crea esta obligación moral desde
el momento que acepta entrar a formar parte del grupo que constituye la Logia.
Cada iniciación individual es, a la vez, una Iniciación grupal ya que solamente unidos
podemos progresar. Cuando adelantamos en nuestra evolución individual atraemos hacia
nosotros a todo el grupo.
Debido a que somos reproducciones del universo, que somos partes inseparables del
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mismo y que éste se halla dentro de nosotros, cada iniciación que realizamos en nuestro
camino evolutivo constituye una iniciación universal, todo el universo participa en ella.
Simbólica y efectivamente en cada Iniciación nos abrazamos a los hermanos en tres
ocasiones. De ahí el triple abrazo de síntesis al final de cada iniciación, con todo el
significado que involucra.
Toda iniciación es el comienzo de algo. Nuestras iniciaciones masónicas han sido el
comienzo ¿De qué en nuestras vidas?
SIMBOLISMO INICIÁTICO
Etimológicamente, la palabra “símbolo” (del griego syn-bolon) alude a un signo formado
por las dos mitades, reunidas, de algo. El objeto representado se toma como signo figurativo de otro, en función de una analogía que puede ser percibida espontáneamente o bien
ha sido convencionalmente admitida por los miembros de un grupo cultural determinado.
Este último sería el caso de las ecuaciones o formulaciones matemáticas, por ejemplo.
Así es como definen el símbolo algunas enciclopedias, dejando el concepto insuficientemente delimitado respecto a los cercanos de “emblema” y “alegoría”, de los que el primero es la representación simplificada de una idea y, por ello, muy próximo al “ideograma”, en tanto que alegoría significa etimológicamente “hablar de otra manera”; Se
trata de aludir a algo concreto que ya se conoce: la balanza representará la Justicia, en
nuestro medio cultural, cuando nos expresamos en el ámbito del Derecho. Si la alegoría
es verbal, estaremos ante una “parábola”, también de significado preciso.
El símbolo asocia ideas diferentes por “evocación”, y su desdoblamiento racional está en
función de la capacidad de análisis que el observador haya llegado a desarrollar. Por tratarse de evocaciones íntimas, éstas pueden ser inefables o de expresión convencional desconocida por el propio observador. En tal caso, su experiencia íntima no será tan fácilmente “exoterizable” o lo será recurriendo a una simbología auxiliar, como puede ser
el lenguaje poético.
La Gran Tradición ha utilizado el soporte de los símbolos para transmitir enseñanzas
adoptando determinados signos sensibles convencionales, reconocidos en sucesivos períodos históricos por diversas civilizaciones. El idioma propio de cada grupo humano
transmite conceptos universales utilizando combinaciones fonéticas diferentes, normalmente referidas al campo de lo material, de lo racional, combinando analíticamente los
términos.
Sin embargo, siempre ha habido palabras con específica proyección intelectiva
que constituyen un acervo “sagrado” por el simbolismo específico que encierran. En este
sentido son símbolos íntimamente vinculados a la evolución del Hombre, que representan, dentro de la simbología masónica, sintemas (conjuntos de valores sintetizados) de
alto interés iniciático. Recordemos los “mantras” de las escuelas orientales, por ejemplo,
utilizados no sólo para la especulación preiniciática, sino para la concentración espiritual
propiamente iniciadora.
El aspecto exotérico de los símbolos, su forma sensible, depende de una realidad inmanente que ha de servir de referencia si lo que se persigue es poner al alcance de quienes
estén capacitados para la iniciación elementos válidos de los que pueda partir la reflexión
íntima de cada uno, en función de su propio condicionamiento.
Esa realidad inmanente de
referencia común, manifiesta datos sobre el Hombre y su entorno universal a los que se
aplican criterios analógicos para desarrollar una intuición intelectual que pueda transportarnos al campo de lo sutil, de lo "inteligente" en su acepción profunda de “interactivante”. La inteligencia real va mucho más allá de la mera capacidad deductivo-inductiva
racional en la que parece querer centrarse nuestra “civilización occidental”, encadenándola al uso hábil de la razón para la formación de silogismos basados en apariencias sensibles que conducen a igualarla con una forma de “progreso” utilitario, generador de “riqueza”.
El simbolismo es un método para el ejercicio de la imaginación que se propone el desarrollo de la capacidad de “resonancia” íntima del iniciando en presencia de imágenes percibidas a través de los sentidos.
Trabajada así nuestra conciencia, despertamos en nosotros la potencialidad intuidora de analogías características del Hombre que nos permita
llegar a identificar nuestra intimidad (nuestro ego) dentro de la interacción constante con
la Realidad cósmica total de la que formamos parte. Nuestro microcosmo es análogo al
macrocosmo en el que existimos, aun siendo ingente la cuantía de los aspectos de esa
realidad microcósmica interactiva ignorados por nuestra “razón”.
La racionalización no
es otra cosa que la “exoterización”, no siempre posible, de nuestros hallazgos íntimos
mediante ecuaciones sintetizadoras, que, en definitiva, son también símbolos.
Todos somos capaces de “sentir” conocimientos adquiridos de esa forma en función de la
ejercitación que practicamos habitualmente en nuestras profesiones u oficios.
Para alguien habituado a la investigación lingüística, por ejemplo, las analogías evocadas por los
signos gráficos o fonéticos, en circunstancias determinadas, provocan el “salto” intuitivo
descubridor de una relación hasta ese momento no percibida. Para Einstein, es precisamente la intuición lo que relaciona las impresiones sensibles con el mundo de las “ideas”,
negando la existencia de un nexo lógico vinculante de otro tipo.
Por resonancia imaginativa o intuición han accedido hombres preclaros, si no a la Iniciación en sí, que requiere
una concienciación que no es exactamente “científica”, sí a umbrales de inteligencia que
han permitido la formulación de ecuaciones exteriorizadas o “racionalizadoras” no alcanzadas de otro modo.
Las escuelas iniciáticas, en Oriente y en Occidente, han utilizado los símbolos para sugerir concatenaciones de ideas, complementarias entre sí, que permiten el gradual acceso a
estados de conciencia “mutados” a partir de una sensibilización del individuo.
Esta sensibilización es la que marca el comienzo de la “iniciación” efectiva o, si se quiere utilizar
un término familiar en la tradición masónica, “iniciación operativa” y no meramente virtual. La simple especulación en torno a los símbolos, la reflexión racional explicativa de
las posibilidades “evocadoras” que contiene un símbolo, no es más que la preparación
que el iniciando puede emprender para encontrar su propia clave de iniciación personal
siguiendo la metodología simbolista.
Si no se pasa de la especulación a una forma de
“realización” interior, el iniciando sólo recibirá una parte de la transmisión tradicional,
suponiendo que esa aportación le llegue a través de Maestros regularmente iniciados en la
cadena de la Gran Tradición, aunque lo estén también de forma meramente virtual.
El simbolismo, dice Jules Boucher, es una verdadera ciencia, con sus propias reglas, cuyos principios emanan del mundo de los arquetipos.
Sólo a través de los símbolos, ritualmente considerados, puede entenderse lo esotérico, es decir, la enseñanza dirigida a la
intimidad del Aprendiz. Éste es el carácter “secreto” de lo esotérico frente a la enseñanza
exotérica, que expone silogismos en los que la relación de causa y efecto es evidente, sin
que se requiera para su captación mayor esfuerzo psíquico que el del normal funcionamiento de nuestra memoria racional. Conviene subrayar esta diferenciación distinguiendo, a su vez, el esoterismo iniciático de lo que vulgarmente se denomina “ocultismo”.
El esoterismo busca un mejor conocimiento de la realidad, más allá de las apariencias sensibles, un “descubrimiento” íntimo, en tanto que el ocultismo se propone alcanzar un “poder” para modificar esa realidad. Nuestro tiempo, más que otras épocas, se
caracteriza por el predominio de un espíritu ocultista que instrumentaliza las ciencias,
desvinculándolas de su Principio superior, que se halla en la unidad cósmica de todas las
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cosas, obligándolas a servir intereses concretos en busca de un “poder” del hombre sobre
la naturaleza.
Esa obtención de poder en parcelas diversas de la realidad física aparente,
anárquicamente perseguida, corresponde a un talante ocultista o mágico en el que no importa sino la modificación lograda con el pretexto de “vencer” dificultades que, en último
extremo, derivan de la inmadurez humana para alcanzar un desarrollo en armonía con su
verdadera identidad.
De ahí la despersonalización galopante que se está produciendo en
nuestras sociedades, en las que simples pulsaciones de teclado hacen vivir ilusorios poderes mágicos a individuos desprovistos de cualquier tipo de formación, empujados por
sorprendentes “logros” científicos a proyectarse permanentemente fuera de sí mismos.
La Enseñanza masónica, globalmente considerada, gira en torno a la construcción del
“Templo”. El término designa, etimológicamente, un lugar “acotado” o separado con un
propósito específico. La intimidad de cada ser humano es el primer Templo natural que
utiliza nuestro ego. Para conocernos hemos de eliminar las adherencias que distorsionan
nuestra estructura mental, los dogmatismos que puedan determinarnos apriorísticamente.
Pero el conocimiento al que se aspira iniciáticamente no es un simple “saber” científico,
que es aprovechable, sino una realización de nosotros mismos tomando conciencia de
nuestra integración cósmica. El microscopio y el telescopio, en cualquiera de sus más
sofisticadas versiones actuales, nos muestran, de cerca, estructuras sensibles cuyas interrelaciones obedecen a principios que ninguno de esos utensilios puede “abstraer”.
La
filosofía que se estructura a partir de esos datos está apelando, cada vez más insistentemente, a motivaciones metafísicas (mal llamadas “místicas”), reconociendo o intuyendo
la necesidad de una “teoría” sintetizadora. Pues bien, esa teoría es, para las escuelas iniciáticas, la que transmite la Gran Tradición a través de sus mitos y símbolos, que hacen
referencia constante a la interacción universal en masas y volúmenes, medidas y proporciones, racionales o irracionales, recogidas muy específicamente en los rituales masónicos.
Partiendo del “Templo” interior, el masón podrá colaborar en la construcción del Templo
exterior, social, buscando la armonía con el gran Templo cósmico. La utopía social masónica es la ascesis hacia una sociedad de hombres y mujeres capaces de aspirar a la Iniciación, sintiéndose habitantes de un planeta “vivo” cuya estructura está en resonancia
con el resto del universo.
La traducción de esa “simpatía” universal sería la solidaridad
fraterna, cuya importancia subrayan especialmente nuestros rituales.
Dice un Maestro, que el proceso de iniciación presenta, en sus diversas fases, una correspondencia, no sólo con la vida individual, sino también con el fenómeno de la Vida en sí,
cuyo proceso de manifestación es análogo al que el iniciando debe realizar en él mismo,
buscando la expansión de todas las potencias de su ser.
El arquetipo del plan universal
(equivalente a la “voluntad” universal) es lo que en Masonería recibe el nombre de Gran
Arquitecto del Universo, y en ciertas escuelas orientales el de Tao (“Gran Camino” de la
tradición extremo oriental) y Vishuakarma (“Gran Arquitectura” de la tradición hindú).
Esta unidad, en cuanto al Principio, de las diversas escuelas iniciáticas no implica uniformidad de la enseñanza exterior, que se realiza de acuerdo con las circunstancias culturales propias del medio concreto en el que se imparte, puesto que no es sino una preparación para el conocimiento iniciático que adquiere el iniciando con su propio esfuerzo,
asistido por los Maestros.
No existen formulaciones dogmáticas ni sistemas cerrados
“aprendibles” al modo de las enseñanzas profanas.
La intuición individual es la facultad humana, no estrictamente “racional”, que nos capa-
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cita para “saltar” al plano de conciencia en que la “forma” que lo cósmico ha adoptado en
nosotros, individualizándose, encuentra su vía de “retorno” a la realidad universal de la
que procede. Ése sería el Conocimiento iniciático, que es incomunicable, “secreto”, en
cuanto experiencia personal. Siendo toda lengua vulgar una forma de expresión analítica
que expresa racionalmente las sensaciones, no puede sintetizar, como lo hacen el símbolo
o las “palabras simbólicas” a las que nos hemos referido antes como íntimamente vinculadas al desarrollo humano, un mundo “intuido” que está más allá de las sensaciones comunes al plano de conciencia ordinario.
Mediante el razonamiento lingüístico puede alcanzarse ciertos conocimientos teóricos previos al fenómeno de la auténtica “Captación”,
que será siempre absolutamente íntima y personalizada. Por ello no es posible identificar
la especulación filosófica ni “teológica” con la aprehensión final de los aspectos de la
realidad a que llega el Iniciado.
EL TEMPLO INTERIOR
Los masones, hemos sido iniciados tales, para la construcción del Templo ideal, hemos
sido iniciados en un arte bajo el designio del oficio de constructor, por eso nos llaman
obreros y nuestro Templo el Taller. Este Templo representa en primer lugar el hombre
mismo, después representa la sociedad y, por último representa la creación. Nuestro
arte de constructores se denomina Arte Real, porque a instancias del Rey Salomón
quien hizo construir el Templo de Jerusalén, dedicado a Dios viviente, nosotros construimos el Templo en el Hombre en el Mundo, A L∴G∴ D∴A∴ D∴ U∴.
¿Qué es el hombre, según la tradición iniciática?. La Concepción racionalista del hombre, que sirve de fundamento a la civilización contemporánea no corresponde a su verdadera esencia e impide la comprensión de ésta. En tanto que ser puramente orgánico,
es solamente un egoísmo que se afirma y un animal gregario. Sus manifestaciones espirituales solo son una función de la sustancia gris del cerebro.
¿De donde viene pues esta
angustia que se ampara en sí mismo cuando ha tenido éxito en satisfacer sus necesidades materiales, que hay en la conciencia tranquila y que siente aún la satisfacción del
deber cumplido?. ¿De dónde el hombre debe el principio, irracional que le fuerza a
“clamar un sufrimiento desconocido” en un lenguaje comprendido del corazón?. ¿Por
qué desde el día en que se ha puesto a contemplar el cielo y el mundo supone la existencia de un secreto en el interior y en el exterior de sí mismo?
Schiller ha dicho: “en mí y fuera de mí esta escrito el jeroglífico de una fuerza que me
parece...”
La Concepción iniciática del hombre no se ha limitado a la del “sapiens” de la antropología científica, no sólo es la Unidad sociológica que compone la colectividad humana.
El hombre es mucho más y mejor que esto: desborda la fórmula del binario cartesiano, compuesto de cuerpo y alma.
Iluminado por la tradición iniciática, el hombre es el hijo del cielo y de la tierra, el centro de la Gran Tríada, siendo en ésta la Cadena que une la Esencia, a la Sustancia. Su
espíritu pertenece al Cielo y su cuerpo a la Tierra.
Según las palabras escritas sobre la
Tabla de Esmeralda del hermetismo, el hombre se eleva de la tierra al cielo y desciende
del cielo a la tierra, aprende la sabiduría de las cosas visibles e invisibles. Es el espejo
que refleja el rayo divino y que coexiste en él sin mezclarse lo divino con lo material.
Según la filosofía hindú, el hombre participa de la emanación divina de la cual un rayo
forma en cada ser una parte superior y descarnada que le sirve de guía en todas las fases
de su evolución; es una noción análoga al del Angel de la Guarda (guardián) de los cristianos.
El hombre integral realiza en sí mismo el equilibrio del espíritu, imagen del Logos, y su envoltura corporal.
La edificación del Templo Interior es precisamente la reconstitución del hombre verdadero por medio de su perfeccionamiento; es entonces que desaparecen en él todos los
Velos que son obstáculos y que disimulan sus ojos la verdad real; el egocentrismo del
cuerpo se subordina el teocentrismo del espíritu.
Para Naguer, el hombre ha perdido su
unidad original y se encuentra como descentrado; la iniciación lo torna a su sitio que le
devuelve elevándolo según la vertical que une el hombre al cielo. Cuando se admite el
concepto iniciático de la naturaleza humana, el Bien es la unión del libre albedrío
humano y del Principio Supremo, mientras que el Mal es la oposición de estas dos fuer-
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zas.
En el primer caso, uno ve realizarse la asociación del hombre libre con la economía
divina del mundo. En el segundo, hay disociación de los dos.
En su calidad de orden iniciática, la Francmasonería, tiene por tarea colaborar con el
Principio Supremo y buscar a realizar en, este mundo el provecho del G∴ A∴ D∴
U∴. No hay un abismo entre esta doctrina de la predestinación del hombre y las concepciones más altas de la filosofía positivistas y materialista.
En un H∴, la neutralidad
o incomprensión de este deber esotérico representa la infancia masónica, o la seudoiniciación. La oposición activa y la negación del Principio Supremo, que limitan al hombre al plan de los fenómenos, constituyen la Contrainiciación.
EL TEMPLO EXTERIOR
Después de la edificación del Templo interior, examinemos la edificación del Templo
Exterior que es la acción del masón en el mundo. Según la tradición iniciática, el mundo es a la vez antítesis y reflejo material de la divinidad: en primer lugar es el reflejo
directo en el mundo espiritual o noumenal, y en segundo lugar el reflejo secundario en
el plano de los fenómenos; toda la creación lleva el sello divino, la rúbrica divina.
La edificación del Templo exterior comporta un carácter escatológico, es decir, de los
fines últimos del hombre. Viviendo todo en la ciudad presente aspira a la ciudad futura
que resultará la transformación del mundo. El hombre es instrumento, de ésta. De toda
la creación, no hay quién sea apto para plantear la cuestión del origen del mundo y de
su fin último, pues hemos visto, es el intermediario y el eslabón entre el mundo sensible
y el mundo espiritual.
En esto, es superior a los ángeles, pues realiza la unidad de la
tríada formada por el cuerpo, el alma y espíritu.
El hombre es el intermediario y el realizador de los designios del G∴ A∴ D∴ U∴,
pues es a la vez la imagen de Dios y la del mundo sensible al cual pertenece.
Es tal por
esencia, pero no es tal en realidad: como lo hemos visto, la edificación del Templo interior tiene por objeto devolverlas su naturaleza integral, a fin de que tenga conciencia
del principio que lleva en sí mismo, que está más allá de la materia y de la duración, y
que se traduce, por la atracción que sobre él ejerce todo lo que es eterno e infinito.
Los
instintos y las necesidades determinan y limitan las percepciones de los animales, aunque los más evolucionados de entre ellos sean capaces de emociones refinadas, tales
como la unión desinteresada, y el amor y respeto a su amo. No es concebible, sin embargo, que un animal se pregunte de donde viene y cual es su fin último.
El materialismo histórico reduce al hombre a su naturaleza bien lógica desde que oye explicar la
historia considerando sobre todo las causas económicas y la lucha por la vida. Solo el
yo orgánico, superficial y egoísta, en función de las condiciones materiales de la existencia. El hombre no sufre solo de hambre físico, sino también de hambre espiritual que
ha sido siempre el carácter distintivo de los pueblos.
El trabajo de este Templo Exterior del G∴ A∴ D∴ U∴ que es la manifestación de la
Masonería en el Mundo, debe proseguirse al mismo tiempo que el trabajo interior de
cada uno; pero es evidente que solo puede emprenderlo con provecho aquel que ha adquirido ya una cierta experiencia iniciática y que alcance una cierta disposición espiritual, permitiéndole mirar el mundo con otros ojos que aquellos del profano.
Es indispensable, algo más, un cierto misticismo; su ausencia hace imposible la percepción
integral del mundo exterior.
El hombre, solamente, es el ser de toda la creación capaz de utilizar sus sentidos para
comprender el lenguaje inconsciente de las cosas que lo rodean. Se puede decir que la
creación se reconoce por medio de la inteligencia, del pensamiento, del lenguaje del
hombre; y aunque el lenguaje, articulado descubre el pensamiento que tiene que traducir, esto demuestra únicamente la importancia a expresar la naturaleza y la esencia de
las cosas.
El hombre es el centro de la naturaleza o microcosmos. Es a través de la inteligencia humana que el mundo, creado se exterioriza y reconoce. Es lo que le hace apto
para comprender y conocer el macrocosmo. La significación propia de la esencia misma de cada cosa no se realiza sino en el momento en que ésta, última es percibida, reconocida y denominada por el hombre. En el origen este fue el papel de Adán, hombre
integral; él fue encargado de dar nombre a los; animales. Denominar no es colgar una
simple etiqueta.
La criatura se ha realizado, es decir, que su sustancia está constituida,
según la ley predeterminada de la analogía con el prototipo divino o pensamiento creador de Dios, que Platón llama, idea, que Plotino llama el Logos de las cosas, y que es la
realidad suprema y original, predestinante del aspecto fenomenal del mundo.
La Criatura es la Rúbrica del Creador sobre el plano material; el hombre es el único
capaz de leer el libro abierto y de responder al llamado de la Creación; pero, hay que
precisar todavía, solo es apto para esto el hombre cuando la Iniciación lo ha aproximado a su naturaleza original.
Así se realiza de nuevo, por edificación del Templo Exterior al G∴ A∴ D∴ U∴, el rol
cósmico de Adán interrumpido en el hombre profano por la dislocación de la Tríada,
que la iniciación tiene por objeto reconstruir. El mundo entero espera con ansiedad esta
transfiguración del hombre.
Recordemos las palabras de San Pablo: “Pues la Creación
ha sido sometida a la vanidad, no de su grado, pero a causa de ella hay sumisión, con la
esperanza de que ella también será liberada de la servidumbre de la corrupción para
tomar parte en la libertad de la gloria de los hijos de Dios” Romanos. 8,19, 23.
Y recordemos el consejo de Zosismo: “Amad la creación de Dios, tan enteramente como cada objeto y cada gramo de arena: aprended a percibir el secreto de Dios en las
cosas. Sembrad la tierra y amarla sin reposo ni saciedad. Amad todo, y buscad este éxtasis y este delirio”.
Este éxtasis es solo accesible a los grandes iniciados, como San
Francisco de Asís, San Juan de la Cruz y otros.
Sin duda si el objeto supremo de la Iniciación consiste en la transformación del cosmos,
el primer objetivo del iniciado debe ser el Mundo Social, es decir, la Humanidad misma.
Esta transformación debe comenzar por poner ésta misma en armonía con el Principio Supremo, el G∴ A∴ D∴ U∴; pero esta reforma espiritual de la sociedad humana
es irrealizable sin haber obtenido, previamente, una transfiguración interior, individual,
y sobre todo, voluntaria de cada ser humano.
Esta debe traducirse por un desarrollo espiritual y por una restauración de la naturaleza
original de la Tríada. Nuestra tarea es defender esta libertad, aún contra una aparente
mejoría de la existencia del Hombre, mejoría impuesta por la fuerza.
TRABAJO RITUALÍSTICO EN LOGIA
El H∴ iniciado debe caracterizarse por un especial apego al conocimiento y dominio
del propio Ritual y de las ceremonias practicadas en Logia, dado que en estos se dibuja
el marco y contenido de las Tenidas. Se podría definir el ritual como intimista, ya que
es a través de la Práctica y el estudio del Ritual que el Iniciado incorpora y reflexiona
sobre los muchos mensajes contenidos en los textos de Apertura y Cierre de los «Trabajos» de la Logia, así como en los textos correspondientes a las ceremonias de iniciación, aumento de salario y exaltación al grado de Maestro Masón.
El Rito traza un camino a practicar, en un principio y aparentemente, sin la ayuda exterior del análisis y explicaciones provenientes de los demás hermanos. Hay que vivir el
Ritual y las Tenidas. El trabajo masónico se representa como un psicodrama que deja
una profunda huella en la mente y corazón del hermano, siempre que esté receptivo.
A
veces puede resultar desconcertante o difícil este camino para el hermano que espera
obtener todas las explicaciones de los HH∴ más antiguos, al considerarlos más experimentados, pero el verdadero trabajo lo debe realizar él mismo.
Se le puede ayudar a
identificar una parte de los Antiguos deberes, Usos y Costumbres, además de ciertos
conocimientos que deberá analizar, pero el camino es individual y personal, lo cual
exige un esfuerzo introspectivo y de autocrítica íntima a los masones que practican la
Masonería, ya que lo que pudiese expresar un H∴, es solamente su propia vivencia y
no la transmisión espiritual del conocimiento masónico, estos secretos no son traducibles en palabras y los conceptos escritos o transmitidos mediante la palabra son meras
traducciones generales.
Por otra parte, el trabajo del Venerable Maestro de la Logia y el de los Vigilantes, tiene
una primera prioridad en las Tenidas que se celebran, y que es la de saber escenificar y
transmitir la esencia del Ritual y su simbolismo a los demás Hermanos, de lo contrario,
el efecto y el esfuerzo son en vano.
Esto exige tres esfuerzos básicos:
Entender la mecánica de los movimientos durante las Tenidas y poder guiar a los demás
Hermanos menos experimentados.
Entender y conocer suficientemente el significado de las diferentes frases, preguntas y
respuestas del Ritual, para poder pronunciarlas libremente, con el tono y acento adecuados y poder escenificar los trabajos de modo fluido y natural.
Vivir e interiorizar las Ceremonias
De esta manera los demás hermanos también se sentirán inmersos en el Ritual y en cada
reunión encontrarán frases y símbolos que les harán reflexionar, entender y profundizar
en el mensaje del mismo. Solamente de esta manera se puede avanzar firmemente en
nuestro Arte Masónico a través de los tres grados simbólicos.
La parte más importante del trabajo en Logia, es hacer fluir las energías que se concentran en el Templo una vez consagrado el mismo, mediante la invocación al G∴ A∴
D∴ U∴, en ese instante se activan las fuerzas masónicas invisibles, actuando íntimamente en el espíritu de cada asistente, es por ello que cada H∴ que ingrese al Templo una vez abierto los trabajos lo deberá realizar al Orden, para poder conectarse a ese
fluido y no perturbar las vibraciones existentes en la Cámara.
Sin embargo, no todo el trabajo masónico se realiza exclusivamente durante la Tenida,
cada H∴, al interiorizar los mensajes secretos que se transmiten en ella los expresará
más tarde en su vida cotidiana, formando estos un entorno especial que lo identificará
como iniciado en nuestros Augustos Misterios.
LA VIRTUD DEL SILENCIO
El ambiente secreto de que se rodea a la Masonería constituye, sin duda, para el que no
es masón, la característica más notable de la Orden. Esta impresión viene a corroborarse y fortalecerse en la Iniciación y en los grados siguientes de manera suficientemente concluyente para que, quien haya pasado por todas estas ceremonias, no pierda
jamás de vista su deber de Silencio masónico.
Pueden existir algunos masones que pongan en tela de juicio al principio y quizá durante
mucho tiempo, la necesidad de semejante secreto. Hasta los más pensadores se desconciertan cuando tratan de determinar cuál es el valor práctico del silencio que prometieron
guardar, pues cuando dan vueltas en sus cabezas a la naturaleza de los “secretos” tan celosamente guardados, es difícil que puedan evitar una sonrisa incrédula ante la idea de dar
gran importancia a unos cuantos útiles y palabras secretas, cuya divulgación por la prensa
no podría ocasionar grandes trastornos al parecer.
Claro que es conveniente que exista un
signo secreto para que los Francmasones se puedan reconocer entre sí; pero esto no justifica al parecer las extraordinarias precauciones que toman los miembros de la Orden masónica para conservar sus signos secretos y sus palabras de paso.
Este tema se presta a profundas reflexiones. Para ello dividiremos nuestro estudio en dos
aspectos, es decir, el del Secreto y el del Silencio. El primero es de aspecto externo y exotérico, y el último es el interno o esotérico. El secreto o reserva es un recurso mundano de
defensa relativamente fácil.
Por el contrario, el silencio es esencialmente espiritual, y no
tiene nada que ver con las conveniencias mundanales.
Existen muchas razones sencillas y obvias para que la Francmasonería guarde el secreto
externo, pues, si bien hoy día ya no se nos persigue por nuestras ideas religiosas ni por
nuestras opiniones filosóficas, conservamos, sin embargo, la tradición de épocas lejanas en
que los que sustentaban opiniones o practicaban ritos que no eran ortodoxos debían guardar el más severo secreto y la más estricta reserva, si no querían poner sus vidas en peligro.
En realidad, el pensamiento original, las investigaciones científicas, la cultura y, principalmente, las especulaciones religiosas han sido hasta una época relativamente reciente
ocupaciones que entrañaban grandes peligros si no se realizaban a puertas cerradas. La
reserva y el secreto eran, también, muy convenientes, en muchos oficios y comercios con
objeto de conservar las recetas y las fórmulas y proteger los intereses de los verdaderos
artesanos.
Aparte de estas consideraciones puramente prácticas, no cabe duda de que los actos de
naturaleza ritualística han de protegerse contra el menosprecio y las burlas de los profanos
a fin de que las cosas preciosas y sagradas no sean execradas por quienes son demasiado
ignorantes para comprender su naturaleza interna y su significación espiritual.
Si no se
tomara la medida de guardar las cosas en secreto es probable que los HH∴ más débiles
serían incapaces de soportar el esfuerzo, y sucumbirán al ridículo; mientras que ante cualquier evento se haría un derroche innecesario de energía para desviar las pullas de los ignorantes o las malevolencias dirigidas contra la Orden y sus procedimientos.
Existen otras razones poderosas de que se guarde el secreto masónico, entre las cuales
destaca la de crear deliberadamente una atmósfera de misterio, pues si bien esa atmósfera
atrae a los curiosos y les alienta a profundizar en los misterios secretos de la Naturaleza,
también tiende a avivar el sentimiento religioso de los hombres y procura acrecentar la reverencia que se debe tener por el Ritual masónico.
El amor a lo misterioso es saludable y
beneficioso si se dirige cuerdamente, pues no existe nadie por cínico que sea que no abrigue una secreta atracción hacia el misterio. Porque ¿Quién no ansía, por escéptico que sea,
conocer y comprender el significado de la Naturaleza con todas sus maravillas, de la vida
y de la muerte, de la conciencia, del origen y destino de las miríadas de vidas de que está
lleno el universo y de lo que existe en las estrellas, así como de su duración? No existe
reverencia tan verdadera como la del hombre de ciencia que estudia los milagros de la
Naturaleza para arrancar de los tesoros de ésta diminutos fragmentos.
Además, el mero hecho de participar con otros en la conservación de secretos establece un
sutil lazo de simpatía que ayuda a fortalecer la cadena fraternal. Pocos hombres pasan de
la edad espiritual en que se experimenta esa satisfacción de poseer secretos que es una de
las características más destacadas de los niños. Excepto los que carecen de imaginación,
todos encuentran cierto encanto en participar con otros en la posesión de secretos, lo cual
ocurre hasta en el caso en que éstos no tengan valor alguno ni sean interesantes. El mero
hecho de que los francmasones sean capaces de reconocer a los miembros de su fraternidad en cualquier lugar de la tierra y distinguirlos de todos los demás hombres, es un atractivo que tiene algo de ensueño y de romance.
Una lección valiosísima que se desprende de la práctica del secreto y de la reserva es la del
dominio de la lengua. Dícese que la lengua es el miembro más rebelde del cuerpo y el más
difícil de dirigir, y, en verdad, que pocos hombres son capaces de conservar un secreto, ya
sea éste grande o pequeño. Casi todos tienen propensión a las debilidades de la curiosidad,
con cuyo defecto va unido íntimamente el deseo de saciar la curiosidad ajena, comunicando al prójimo lo que sería conveniente guardar en secreto.
De modo que la Francmasonería proporciona una excelente disciplina, quizá algo elemental, para tener quieta la lengua, y da una educación que puede sernos útil muchas veces. En la jocosa frase de Mark
Twain de que “la verdad es nuestro tesoro más preciado y, por lo tanto, debemos economizarla...” se encierra una gran verdad.
Si el francmasón no adquiriese en la Orden otra cosa que la capacidad de no decir cosas
innecesarias y de conservar el dominio de la lengua, no habría gastado el tiempo en balde.
El hecho de que no encuentre una razón poderosa que justifique la estricta conservación de
los secretos francmasónicos, sirve para que su entrenamiento sea más efectivo.
No deben
confiarse los grandes misterios a quien no sea capaz de guardar secretos sin importancia.
Sin embargo, andaríamos equivocados si creyésemos que la Francmasonería no tiene ningún secreto que deba ser ocultado a toda costa a los profanos por temor de que resulte un
perjuicio real.
El mundo occidental se va percatando ya de que la Francmasonería tiene
íntima relación con los Misterios verdaderos, en que se comunica a los iniciados los secretos reales. Estas cosas fueron dadas al olvido durante muchos siglos, pero no está muy
lejano el día en que se restablezcan y en que se confieran genuinos secretos de terrible y
extremado poder a los hombres puros y dignos de ello, porque la Francmasonería es magia
–en la verdadera aceptación de esta mal definida palabra– y magia de orden elevado, a
pesar de que actualmente se haya perdido casi por completo el arte.
Cuando llegue el momento de su restauración, serán esenciales la reserva y el secreto absoluto, y entonces la
educación que ahora recibimos con objeto de que guardemos nuestros secretos aparentemente inofensivos, nos mantendrá en aquellos días en buenas condiciones y hará que seamos dignos de que se nos confíe el faro del verdadero conocimiento, de donde procede el
poder de la “magia” espiritual para iluminación de los hombres y servicio del mundo.
Dirijamos ahora nuestra atención al aspecto interno de la conservación del secreto y del
verdadero significado del silencio masónico.
Múltiples y valiosísimas son las lecciones del silencio así como de su belleza y misterio.
Del silencio hemos salido y a él debemos retornar cuando llegue la hora. Cuando estamos
en silencio podemos ahondar en la significación de los misterios de la vida. En el silencio
solitario de nuestros corazones es donde descubrimos las grandes experiencias de la vida y
del amor.
Es preciso acallar a la naturaleza inferior para poder ver la verdad o encararse con la vida
con toda equidad y firmeza. Sólo cuando se silencia y aquieta el tumulto de las pasiones
egoístas, de los vehementes deseos, del odio destructor o de la malevolencia es cuando
puede dejarse oír la voz del Guía interior –que es el Hombre verdadero–, y cuando el V∴
M∴ puede dirigir la Logia.
Los mensajes y órdenes del Maestro, el Ego sabio, no pueden
ser transmitidos a los elementos de la naturaleza inferior, ni pueden ser “obedecidos con
toda exactitud” sino cuando hay silencio en la Logia, cuando han cesado el altercado de
las luchas emocionales y mentales y cuando todas las partes del organismo se subordinan
a la dirección silenciosa del Dueño de la conciencia, o sea, del ego.
Cuando el corazón está en silencio la inspiración aparece y la visión se aclara.
En el desvelo silencioso de la noche, en la calma del desierto, en las cumbres solitarias de las montañas, en el sosiego de los bosques y bajo el plateado dosel de las estrellas las pasiones se
debilitan, la iluminación emana de la mente, el corazón se hincha y el espíritu adquiere
alas para remontarse al cielo.
En los escasos momentos de silencio en que se acalla el estrépito de las bulliciosas actividades de los hombres y de sus inquietas civilizaciones es cuando podemos encontrar paz y
sentir la beatitud de una clara visión.
El silencio es siempre más elocuente que el lenguaje:
cuando tratamos de expresar la verdadera simpatía, la comprensión más profunda, el mayor de los amores, el más genuino de los afectos y la más noble de las camaraderías no
encontramos más que palabras imperfectas e inadecuadas; pero estos sentimientos se comunican libre y fácilmente si permanecemos en silencio.
Emerson estaba en lo cierto
cuando dijo que el volumen de un discurso se puede medir por la distancia que separa al
orador del oyente. Entre los amigos existe una comprensión, una inteligencia callada: no
existe simpatía más real ante el dolor que la silenciosa. En las miradas de los perros y de
los caballos se descubren mudas comprensiones que, a veces, nos parecen más verdaderas
y consoladoras que las más elocuentes palabras de los hombres.
Las emociones más sublimes sobrepujan a la capacidad del discurso y alcanzan su pináculo supremo en el éxtasis y en el silencio. Las grandes tragedias no pueden expresarse
con palabras, y hasta las más agudas chanzas hacen que se acallen las risas para provocar
un silencioso regocijo interior. Los grandes fenómenos de la Naturaleza, el esplendor del
alba y del ocaso, la imponente grandeza de las cumbres, la fuerza de las cataratas, la pureza deslumbradora de los nevados campos, el monstruoso poder de los glaciares y de las
avalanchas, la delicada fragancia de las flores, el grato aroma que despide la tierra sedienta
cuando pasado el tropical monzón, el sosiego de los helados mares, el furor de la tempestad, las heroicas hazañas, la vida de devoción y sacrificio, la amargura de la muerte y el
nacimiento de una nueva vida nos transportan a una región en que las palabras orales no
son necesarias ni posibles, y nos internan en un mundo en que el silencio reina supremo y
en que todos los demás medios de expresión son fútiles y mezquinos.
Nada hay que sea tan lívido, tan infinitamente flexible como el silencio. Lejos de ser éste
una mera negación de sonido, es capaz de expresar la más extrema diversidad de pensamientos y emociones. Recuérdense sino el silencio del odio implacable y del amor fiel; el
silencio del desprecio o de la veneración; el del consentimiento y de la desaprobación; el
de la cobardía o del valor; de la tristeza o del regocijo; el de la desesperación y el del éxtasis y del placer.
Es un lugar común conocido por todo observador de la naturaleza humana que los silencios de los hombres expresan con frecuencia mucho más que sus palabras. Las cosas que
ellos no saben cómo expresar bien son a manera de velos que cubren otras más profundas
que no saben o no se atreven a manifestar por medio del lenguaje.
En los momentos de
silencio aparece a la superficie la verdadera naturaleza de los hombres, y éstos se percatan
de sus almas más íntimas. Los hombres débiles e impuros sienten esto instintivamente; por
eso temen a la soledad, y tienen miedo de quedarse a solas con sus yo, pues son incapaces
de dominar a su naturaleza ruin. Y por el contrario, los fuertes y los puros no temen al
silencio, sino que lo buscan, porque saben que en la soledad pueden acercarse a su Dios
interno.
Quizá no existe una prueba tan cierta de la grandeza y de la fuerza interior como
la de la capacidad de experimentar los largos períodos de silencio, y sacar provecho de
ellos ya se hayan buscado deliberadamente, ya hayan sido provocados por la deserción de
un amigo o de un amante, porque cuando esto ocurre las voluntades débiles e inferiores se
agrian y retornan al vicio, mientras que las poderosas y puras acrecientan su templada
fortaleza así como la dulzura de su carácter.
Lo propio ocurre con la amistad cuando llegan momentos de separación o de sombra. Si el
afecto es débil, acabará por desaparecer como cosa marchita; pero si es fuerte, su fortaleza
y su resistencia aumentarán.
En la Francmasonería se nos conduce desde los mundos del estrépito y de la lucha al silencio en que se cobijan los secretos del corazón.
Todo masón ha de descender en el curso
de su carrera al silencio de la tumba, y desde ésta ha de cruzar el portal de la muerte para
entrar en una vida más noble en la que quizá pueda encontrar los verdaderos secretos del
Maestro Masón. Si logra triunfar en su búsqueda, se encontrará en el mundo de los místicos y videntes, en que los lazos del amor y de la amistad unen en el Centro a todas las unidades separadas, y en donde ha de alcanzar una conciencia superior a la del cerebro y entrar en una región en que desaparecen las diferencias y se borran hasta los mismos "pares
de opuestos" resolviéndose en una unidad superior.
Por lo tanto, la Francmasonería vuelve a proclamar a su manera peculiar, simbólica y
dramática, la antiquísima lección de que el Reino de los Cielos ha de encontrarse dentro.
La paz se logra en el centro, en el silencio. Aunque el masón salga del oriente y se encamine al Occidente, no podrá encontrar los verdaderos secretos del M∴ M∴ hasta que
retorne al centro y mire dentro de su propio corazón.
La misma naturaleza es gran maestra del silencio, pues realiza sus más hermosas obras de
artífice sin emitir sonido.
Los cataclismos y la destrucción van acompañados de estrépito;
pero no hay oído que pueda percibir su trabajo constructivo. Los procesos de asimilación,
de recuperación y de crecimiento; la florescencia y la fertilización: las fuerzas de expansión y de contracción, de electricidad, magnetismo y gravitación: la oscilación de calor y
luz, así como muchas otras que construyen el mundo de la vida y lo nutren y sustentan, y
le dan calor y luz, color y belleza tienen lugar en silencio.
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Los hombres no hacen más que imitar a la Naturaleza, tanto cuando construyen maquinarias, como cuando fundan organismos.
La prueba de la eficacia de estos últimos consiste
en la suavidad y quietud de sus actuaciones, puesto que el ruido y el rechinamiento sin
indicios de defectuoso ajuste, fricción y pérdida de energía.
Esta misma ley se aplica también al carácter individual.
Los que trabajan con menos ruido
suelen ser los más diestros. Los hombres verdaderamente fuertes son, por lo general, los
más silenciosos, así como los más gentiles.
Los que más hablan son los que menos hacen. El silencio interno indicador del dominio
completo y consciente sobre todo el organismo es esencial para esa obra constante, persistente y concienzuda que conduce hacia las grandes realizaciones y hazañas. Los hechos
más bravos son los que se hacen y viven en silencio..
La incalculable fuerza de la voluntad
humana -cuyo valor apenas reconoce el mundo moderno- opera en silencio. Saber es bueno; osar es mejor; pero ser silencioso es lo mejor de todo. El discurso corresponde a hombres; la música a los ángeles, y el silencio a los dioses. Los sonidos tienen principio y fin y
son temporales. El silencio nunca cesa, y es eterno.
Las voces de los sabios y de los más
compasivos no son oídas más que por quienes saben substraerse al tumulto de las palabras
y de las querellas humanas, para colocarse en el centro, esperar que suene la música del
silencio y aprender la sabiduría, la fuerza y la belleza que fluyen de ese centro para quienes pueden aliarse con esas secretas fuerzas benéficas de donde vendrá la salvación de los
hombres y la salud del mundo.
Según una ley oculta, la charla innecesaria y excesiva representa un gran derroche de
energía. Cuando Jesús sanó al hombre enfermo le recomendó que siguiera su camino y no
contase a nadie lo que había ocurrido.
Cuando es preciso hablar es preferible hacerlo después de haber estudiado el hecho de que se trata en la conversación. Se malgasta más
energía en la conversación superflua y necia que en ninguna otra cosa. Los irreflexivos
prestan poca atención al prudente consejo que deben escuchar más que hablar. Pocos son
los grandes oyentes, pero el mundo está lleno de grandes habladores. Quien quiera aprender para llegar a sabio, debe, ante todo adquirir el arte de permanecer silencioso mientras
que observa, oye y piensa continuamente.
El primer paso que debe darse en el camino de la sabiduría es el de permanecer en silencio, en tanto que éste sea atento y activo, y no puramente pasivo. Este principio regía en
las escuelas pitagóricas, en donde los discípulos, conocidos con el nombre de akoustikoi u
oyentes, pasaban por un período probatorio de absoluto silencio, durante el cual no se consentía que hablaran.
¿Cómo podría enseñar un Maestro a quienes no saben estar en silencio? Los hombres se lamentan de la falta de cultura, pero suelen tener ellos mismos la
culpa, porque no dejan ningún resquicio en su mente para que penetren en ellas las nuevas
ideas, ya sus “principios pensantes” como los llama Patanjali, se encuentran en estado de
modificación o “agitación” turbulenta, de suerte que las nuevas enseñanzas rebotan en la
mente como los objetos que se lanzan contra la periferia de una rueda que gira con gran
rapidez.
En la ciencia física abundan las analogías y ejemplos de la ley del silencio. La luz sólo es
visible cuando da en un objeto oscuro. Si no hubiera nada que recibiera la luz, todo permanecería en tinieblas. El sonido divide la continuidad del silencio en fragmentos y secciones, y de este modo lo hace perceptible a nuestros sentidos. La música está compuesta
en silencio, del mismo modo que una estatua de Fidias está esculpida en un mármol informe, o los esplendores de la puesta del sol se reflejan en la pura e invisible luz blanca.
Toda nota musical se compone de numerosas porciones de silencio separadas entre sí como las divisiones de una regla que marcan distancias en el espacio inconmensurable. El
ritmo, la melodía y la armonía no son otra cosa que métodos de espaciar y colocar en patrones los fragmentos del silencio. Así como todos los colores existen en la luz blanca, así
también todos los sonidos están latentes en el silencio. Así como la luz de un masón no es
otra cosa que tinieblas hechas visibles, así también la música o el sonido es silencio hecho
audible.
Por lo tanto, la Francmasonería es en realidad un drama de silencio, una sinfonía a base
del tema del silencio. Ella llama a los hombres para que abandonen el tumulto y la barahúnda de los negocios humanos y se retiren a ese centro silencioso en donde no pueden
penetrar los sonidos y en donde todo es paz. El deber primero y constante de todo francmasón estriba en conservar cerrada la Logia, en guardar silencio y cobijarse en ella.
El
candidato a la Masonería que va en busca de la verdad entra en la Logia en silencio y tinieblas y es conducido desde los tumultuosos sonidos del exterior hasta el mundo interno
en que cesan todo ruido y en donde reinan la paz y el silencio serenos. En todas las etapas
de su progreso es puesto a prueba en silencio y jura permanecer callado, hasta que, por fin,
sufre la última pena antes que ser infiel al silencio.
Después, desciende a la calma final; es
exaltado a una vida más plena, y oye que le dicen que busque en el sosiego de su corazón
los secretos verdaderos que el Maestro Hiram se llevó consigo al silencio.
La entrada en la Francmasonería significa la iniciación en el conocimiento del silencio; de
suerte que, a medida que el masón progrese en su ciencia, ha de aprender a amar el silencio, a morar en él constantemente, a penetrar cada vez más en sus profundidades y maravillas.
Los hombres que viven en el tumulto del mundo son muy propensos a olvidar la
existencia del silencio y los misterios que éste guarda. El ruido es vida para ellos, y cuanto
más estrepitoso es el sonido, más abundante es su vida. Ellos creen que la ausencia de
sonido es carencia de vida, es muerte. Pierden gradualmente la fe en todo lo que no puede
ser tocado y visto y, no sólo se convierten en meros agnósticos, sino, además, llegan a ser
francamente materialistas.
Cuando la muerte acalla todo, no esperan nada porque creen
que los misterios de la vida y de la muerte y hasta el amor dejan de tener significación
alguna. La Francmasonería retrotrae a los hombres a esos misterios, que no pueden ser
resueltos ni destruidos con negaciones; ella no sustenta que puede develar los misterios,
pero, por lo menos, vuelve a proclamar nuevamente que existen y manda a los hombres en
busca de lo perdido.
La Francmasonería aprovecha todas las oportunidades que se le ofrecen para inculcarnos
la inexistencia de inefables misterios tras de toda vida y de toda naturaleza, para lo cual se
vale de los artificios del ritual y de la ceremonia.
Ella nos muestra esto, símbolo tras símbolo, ordenándonos que contemplemos los eternos principios que éstos representan, de los
cuales son mudos testimonios, pues los planes del Divino arquitecto se desarrollan lentamente por estos principios, trabajando en silencio para ordenar todas las cosas conforme a
la belleza, la fuerza y la sabiduría.
Así que la insistencia de la Francmasonería en la necesidad del silencio y del secreto está
verdaderamente justificada. La inmutable tradición de la Francmasonería ordena sabiamente que todo Hermano debería comprometerse a sellarse los labios como prueba de su
lealtad al silencio.
En cada nuevo grado el Francmasón se sumerge cada vez más profundamente en el corazón del silencio, hasta que, finalmente, pasa por el Silencio de la Muerte, el gran silenciador, para encontrar que ha sido exaltado a una vida superior, en donde
una voz que surge del silencio susurra débilmente, hablándole del centro en que él podrá
encontrar el verdadero secreto del masón, para lo cual ha de ir completamente solo.
En el
Centro, en el silencio de su propio corazón, encontrará él el punto situado dentro del círculo en donde, como dice un himno egipcio, moran "La Única Obscura Verdad, el Corazón
del Silencio, el Oculto Misterio y el Dios interno entronizado en el altar".
¿DE QUÉ TRATA EL PRIMER GRADO?
Introducción
Es común, luego de nuestra Iniciación, que a nuestra ansia de saber, investigar y trascender a la sociedad con los principios de nuestra Orden, se nos conteste con aquella
letrilla molesta: “No es de tu grado”. Internamente nos rebelamos: ¿Cómo es posible
que el estudio y el conocimiento se limiten? ¿Acaso todo tipo de temas no se los trata
en el llamado “mundo profano” y aquí, en una Orden libérrima, se nos establecen limitaciones?
A esta situación se suele añadir el pedido de que nos centremos en los aspectos propios del grado, pero no se nos dice cuáles son éstos, cada uno debe descubrirlos,
se nos dan preguntas en lugar de respuestas y símbolos como principal material de investigación.
Pretendemos utilizar estos elementos para descubrir la razón de ser de los grados y sus
limitaciones; también, y en forma muy concreta, averiguar de qué se trata el primer
grado, cómo se expresan los altos principios de la Orden en él y qué se espera de nosotros en esta primera etapa masónica que comenzó la noche de nuestra iniciación.
Para ello, analizaremos y trataremos de clarificar los fines de la Francmasonería y el
porqué de su tradicional división en grados.
Con respecto a los objetivos propios del
grado de Aprendiz, recurriremos como fuentes de respuesta: al Ritual; al simbolismo
básico del grado, el tallado de la piedra; a la pregunta de primer grado y a la numerología.
Podremos llegar a una conclusión en la medida en que encontremos puntos comunes en
los resultados a que lleguemos dentro del análisis e interpretación de los elementos
mencionados.
Finalidades de la Orden
Preguntas que son muy frecuentes por parte de los profanos, que para nosotros no son
fáciles de contestar, son aquellas sobre ¿Qué pretende la Masonería? ¿Para qué sirve?
¿Cuál es su aporte o utilidad práctica? Nuestra respuesta casi invariablemente es una
expresión de ideales o una relación de glorias pasadas.
Contestamos que mejorar al
hombre, a la sociedad, a la humanidad, anhelos que a nosotros mismos nos parecen tan
lejanos, que nos inquieta no sean más concretos y realizables. Pero aquí viene el cuestionamiento: ¿Fallan los ideales de una Orden tan sabia y antigua o falla nuestra comprensión?
Los ideales no son otra cosa que eso: ideales, aspiraciones a muy largo plazo,
la meta mediata, el punto que suponemos es el final del camino, un camino que se alarga en la medida de nuestro avance. Lo perfecto es un ideal, lo real y concreto es la perfectibilidad humana, es decir, el esfuerzo individual por llevar a cabo el ideal.
La Francmasonería tiene por finalidades las más altas a que puede aspirar el ser humano y solo con estas miras se pueden realizar cosas realmente efectivas e importantes.
Sus miembros, sabiéndonos perfectibles pero que la perfección en sí tal vez es un imposible, no nos detenemos y aquilatamos el valor que tiene actuar como quijotes, porque
eso han sido los más distinguidos masones que han hecho aportes importantes a la
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humanidad. Ellos, como masones, han actuado como quijotes pero sin hacer caso omiso
a los consejos de Sancho. El tiempo y la historia les han dado la razón.
Las finalidades generales de la Orden están claramente establecidas en las Constituciones de las Grandes Logias. Una declaración de principios tipo, nos dice: “Como Institución docente tiene por objeto el perfeccionamiento del hombre y de la humanidad.
Promueve entre sus adeptos la búsqueda incesante de la verdad, el conocimiento de sí
mismo y del hombre en el medio en que vive y convive, para alcanzar la fraternidad
universal del género humano.
A través de sus miembros proyecta sobre la sociedad
humana la acción bienhechora de los valores e ideales que sustenta... Sustenta los postulados de Libertad, Igualdad y Fraternidad y, en consecuencia, propugna la justicia
social y combate la tiranía, los privilegios y la intolerancia... En la búsqueda de la verdad y en el logro de la justicia, es deber de los francmasones mantenerse en un lugar de
avanzada en el proceso evolutivo e integrador del hombre y de la sociedad. Francmasones, Logias y Grandes Logias se empeñan constantemente en el perfeccionamiento del
Hombre y de la Sociedad, a través del Amor, la Solidaridad, la Justicia y la Paz, para
Gloria del Gran Arquitecto del Universo.”
Además de esto, es el símbolo, nuestro lenguaje, transmisor de secretos y verdades, el
que señala como misión de la Orden la construcción de un gran Templo Ideal y Social,
del cual nosotros somos sus artífices, ejecutores de las mayores aspiraciones de la
humanidad, pero al mismo tiempo constituimos materiales, herramientas y obreros del
Gran Templo de la Verdad, la Virtud y la Justicia.
Los grados
El cumplimiento de los fines generales de la Orden implica formar adecuadamente a las
personas que deben llevarlos a efecto y establecer metas mucho más concretas y particulares. No se es masón por el solo hecho de la iniciación, ésta no es una ceremonia
mágica que tiene la virtualidad de crear otros hombres de la noche a la mañana.
Con la
iniciación comenzamos un proceso de cambio y una primera etapa masónica, la de
aprendizaje; en ella tratamos de aprender a ser mejores, tratamos de cambiarnos nosotros mismos, pues si no fuésemos capaces de esto, sería inútil que pretendiésemos realizar cambios en la sociedad o la humanidad.
He aquí el sentido de los grados como yo lo comprendo, no quemar etapas, no realizar
algo sin estar preparados para efectuarlo.
La Masonería no es una mera teoría, si lo fuera bastaría un curso por correspondencia o leer unas páginas en Internet y en muy poco
tiempo se podría conocer y aprobar la materia de cada grado. La Masonería es fundamentalmente práctica, vivencia.
La Masonería es una forma de vivir, y, por tanto, de
pensar y de actuar. No basta repetirnos cada vez, que nos reunimos sobre el nivel y nos
separamos sobre la Escuadra, debemos cumplirlo cada momento de nuestra vida: siempre debe reinar la igualdad entre nosotros y siempre nuestros actos deben ser justos y
rectos. Y este es tan solo uno de los aspectos que debe ocuparnos.
Así como nuestros HH∴ nos escogieron para la iniciación por considerarnos hombres,
libres y de buenas costumbres, así también, cuando se dan cuenta que estamos en el
sendero de superación, que nos esforzamos en el aprendizaje, en el cambio personal,
que esto se está cumpliendo, nos escogen para que adelantemos en conocimientos, responsabilidades, vivencias y otros cometidos dentro de la Orden.
La división en grados de la Francmasonería es uno de sus grandes aciertos, reconoce las
realidades, que el progreso del ser humano es paulatino, encarga las misiones masónicas según el nivel de desarrollo de cada hermano.
En este caso, la tradición de la Masonería resulta sabia y efectiva.
Con los grados no se descuidan los fines de la Orden, por el contrario, se sientan sólidas
bases para su efectivo cumplimiento. Los fines se particularizan, se dividen, se concretizan, y cada cual tendrá una misión y podrá llevarla a cabo porque está preparado para
ello.
Ahora, lo importante es descubrir nuestro particular cometido, y cumplirlo, esto es lo
difícil. Si hay falla, ésta no radica en la Orden, en su teoría y organización, sino en
quienes debemos llevar a efecto las misiones que nos corresponden.
Las fuentes
Descubrir nuestra tarea es una misión personal, pues la Francmasonería parte del principio de libertad de investigación: No hay verdades dadas, no hay dogmas. La verdad es
una meta inalcanzable. La identificamos con la luz porque ella es nuestro objetivo final,
pero si la recibiésemos de golpe nos cegaría. Si venimos de un mundo en que simbólicamente reinan las tinieblas, debemos acostumbrarnos poco o poco a la luz y así, cada
vez podremos recibir más claridad, pero nosotros debemos alcanzarla o generarla.
En éste contexto, ¿De qué elementos podemos servirnos para descubrir el objetivo de
nuestro grado? Quien realiza esta plancha considera que hay cuatro fuentes fundamentales de donde podremos extraer respuestas: El Ritual de Primer Grado, el simbolismo
básico del grado, la pregunta que corresponde a los aprendices y la numerología.
El Ritual puede tener un propósito disciplinario y psicológico, nos obliga a disciplinarnos en forma mínima para efectuar nuestros trabajos y nos recuerda, repitiéndolas constantemente, nuestras obligaciones.
El simbolismo básico nos abre las puertas a la reflexión, para que descubramos nosotros mismos, en nuestro caso particular, en qué consisten nuestras obligaciones, las que
a fin de cuentas somos cada uno de nosotros los que nos las fijamos.
La pregunta de los aprendices dirige nuestra visión hacia un punto en concreto, hace
que estudiemos el pasado antes de preocuparnos por el futuro. Nos ordena, nos organiza, centra nuestras inquietudes dispersas en puntos específicos.
Por último, la numerología nos hace meditar para contestarnos las interrogantes que se
nos han creado, pero ella es tal vez la que nos trae la más clara enseñanza del avance
gradual: no se puede llegar a un número sin haber pasado por el anterior.
Es muy corto
y conciso el camino que nos corresponde, pero el sendero, como los números, tiene la
particularidad de ser infinito. Es la perfecta relación entre lo real y lo ideal. Los factores
que armonizan esta relación aparentemente contradictoria serán la efectividad de nuestra acción y nuestra paciencia.
Ahora, nos corresponde analizar cada uno de los elementos enumerados, relacionándolos con nuestra etapa de desarrollo simbólico: nuestro grado de siempre, el de Aprendices, aunque nuestros mandiles estén recubiertos de color.
Simbolismo básico del Primer Grado: El tallado de la piedra
Recordemos la obra de los masones operativos. Su objetivo final era construir un gran
Templo y cuando lo concluían se trasladaban a otro lugar para iniciar la construcción
nuevamente; así, Europa fue llenándose de Catedrales góticas, sólidamente asidas a
tierra pero elevándose al infinito al igual que sus constructores. Para esta obra se escogían piedras de una especial calidad: La mejor.
El trabajo se distribuía según el grado
de conocimientos en el arte. Se iniciaba la labor y el aprendizaje con el tallado de la
piedra a cincel y martillo; el objetivo era lograr piedras cúbicas con sus caras a nivel y a
plomo, la comprobación de esto se hacía con la Escuadra.
Pero esto tenía para ellos un
mensaje simbólico, el cual hemos conservado los Masones Especulativos, substituyendo el objetivo de construir Templos reales por Templos ideales de Verdad, Virtud y
Justicia.
Si el trabajo más simple y elemental del oficio de la construcción consiste en el aprendizaje del tallado de la piedra en bruto, simbolizando ella nuestras individualidades,
como se trata de piedras de especial calidad, es decir, hombres, libres y de buenas costumbres, imperfectos pero perfectibles, debemos dedicarnos a éste aprendizaje con
ahínco, utilizando nuestro intelecto representado en el cincel y nuestra voluntad simbolizada en el martillo, pues si no podemos con estos instrumentos no se nos podrán confiar otros, si no podemos desbastar una piedra no debemos intentar levantar muros o
trazar planos.
Tallar la piedra simbólica implica superar nuestros defectos y lograr que afloren nuestras virtudes, convertir la mole informe en una piedra cúbica, todo esto bajo la guía de
nuestro Segundo Vigilante, que simboliza nuestro objetivo e ideal: la belleza.
Ritual de Primer Grado
Dos momentos y actitudes distintas se diferencian a partir del primer golpe de mallete y
nuestra frase ritual: ¡Silencio, en Logia Hermanos míos! Comienza la Tenida con la
tradicional Apertura, en ella se repiten solemnemente muchas frases que van quedando
grabadas poco a poco en la memoria y que parecen máximas de increíble profundidad;
su repetición nos lleva a pensar en su sentido e intención.
Repitámoslas y descubramos a qué nos llevan:
- H∴ Prim∴ Vig∴ ¿Sois francmasón?
- Todos mis HH∴ me reconocen cono tal, V∴ M∴
- ¿Qué entendéis por Francmasonería, H∴ Prim∴ Vig∴?
- El estudio de la filosofía moral para conocer la práctica de las virtudes, profesión que hacen todos los francmasones, respetándose entre sí y amándose como
hermanos, V∴ M∴
- H∴ Seg∴ Vig∴ ¿en qué trabajan los Aprendices?
- En desbastar la piedra bruta, V∴ M∴
- ¿Qué significa la piedra bruta, H∴ Seg∴ Vig∴?
- Nuestro estado de imperfección por los vicios y nos recuerda que debemos trabajar constantemente a fin de conseguir una educación virtuosa, V∴ M∴.
Repitamos también, una vez más, algo de lo que se dice en la Clausura de nuestros trabajos:
-
H∴ Prim∴ Vig∴ ¿qué debe evitar todo francmasón?
- La maledicencia, la calumnia y la ociosidad, V∴ M∴
- ¿Qué debe observar?
- El silencio, la prudencia y el altruismo, V∴ M∴
- ¿Cuáles son las principales obligaciones de un francmasón?
- Trabajar, obedecer y callar, V∴ M∴
Continúan las preguntas y respuestas, luego las promesas, hasta que intervenimos todos, formamos la Cadena de la Unión y el V∴ M∴ nos dice:
QQ∴ HH∴, no olvidéis que todo hombre tiene derecho a vuestros buenos oficios; así
os encargo que hagáis bien a todos.
Por diligencia en el cumplimiento de vuestro deber, por una benevolencia liberal, altruismo, constancia y fidelidad en vuestras amistades y por un porte amable, justo y
virtuoso, descubriréis los efectos útiles de esta antigua y honrada institución.
Y continúa:
- H∴ Prim∴ Vig∴ ¿cómo se reúnen los francmasones?
- Sobre el nivel, V∴ M∴
- H∴ Seg∴ Vig∴ ¿cómo se separan los francmasones?
- Sobre la Escuadra, V∴ M∴
- Puesto que nos hemos reunido sobre el nivel para demostrar la igualdad que
reina entre nosotros y nos separamos sobre la Escuadra para demostrar que nuestros
actos deber ser siempre justos y rectos, separémonos en paz bajo la ley del más estricto silencio.
El Ritual de Primer Grado habla por sí solo, nos pinta un panorama en que deben quedar atrás los vicios y que nuestras metas deben ser las virtudes, pero aparte de señalarnos algunas de éstas, las que más bien tienen un sentido metodológico y de armonía
interna, nos deja en libertad para fijar nuestras propias normas de conducta. En el contexto de nuestra Orden, considerada como Alta Cátedra Moral, el Ritual nos plantea el
programa de estudios del primer grado: La Filosofía Moral, es decir, la Ética, lo que
implica conocer las normas morales que nos entrega la sociedad, analizarlas a la luz de
nuestra razón y concluir elaborando nuestras propias normas de conducta.
Por eso se establece claramente cuál es el fin de este estudio: “la práctica de las virtudes, profesión que hacen todos los francmasones, respetándose entre sí y amándose
como hermanos”.
Sin esto, sólo seríamos masones de nombre. Por ello decimos que no se nos conocerá
por nuestros símbolos externos sino por nuestros actos.
En este sentido sería mejor llevar la Escuadra y el Compás en lugar de en la solapa, en el corazón y el cerebro.
La pregunta del Grado: ¿De dónde venimos?
Esta pregunta nos lleva a las más profundas reflexiones filosóficas, al estudio de los
más difíciles problemas científicos, a la comprensión de las grandezas y mezquindades
de la historia de la humanidad, y por último a una íntima reflexión sobre nuestro pasado, sobre los altibajos de nuestra vida profana.
Comenzamos con una rápida visión retrospectiva de nuestra existencia pasada, conminados por un testamento. En él no hacemos otra cosa que formular una hipótesis, ahora
nos toca comprobarla, realizar un balance de nuestra vida y empezar un nuevo ejercicio,
¿De dónde viene cada uno de nosotros? De lo que fuimos, de nuestra historia, de nuestro pasado.
El conocimiento del pasado nos sirve para poder rectificar en el presente y
forjar un futuro distinto.
Solo contestándonos de dónde venimos estaremos capacitados para responder qué somos y qué hacemos y luego poder reflexionar hacia dónde vamos.
En la noche de nuestra iniciación termina el pasado y comienza el presente. Nuestras
actuales acciones son una respuesta a ese pasado. Ahora lo estudiamos y hacemos a
nuestro criterio una serie de cosas, iguales y diferentes. Este obrar presente es nuestra
respuesta e interpretación crítica y real de nuestro pasado.
De dónde venimos, es una pregunta que merece une respuesta personal: nuestro íntimo
accionar, nuestra vivencia diaria. Un caminar seguro en un sendero que nosotros mismos lo trazamos.
Estudios del grado: Numerología
A partir de lo que fuimos tenemos un largo camino por recorrer, este es el mensaje que
nos puede traer el estudio de los números.
La Gnosis numeral, conocimiento de verdades esotéricas encerradas en los números, cobra una singular importancia en la Masonería, pues esta la aborda a la luz de la libre investigación e interpretación. En la Masonería el estudio de los números constituye una investigación de símbolos unidos armónicamente, que forman una cadena y que en conjunto nos traen la idea de camino, sendero.
La Tradición ha establecido que en el Primer Grado se estudien los tres primeros números (aclarando que hay autores que sostienen que también debe considerarse al número
cuatro).
El estudio de estos números generalmente se hace con relación a la pregunta ¿De dónde
venimos?, especificando reiteradamente que son materia de estudio de los Aprendices y
que otros números están fuera de este grado.
Si con números nos corresponde responder la pregunta del grado, se puede afirmar que
venimos del 1, del Todo; del 2, de las dualidades del mundo; y del 3, del hombre, de
nuestro pasado.
De igual manera, si con números debemos responder cuál es el cometido del primer
grado, el 1, el 2 y el 3 pueden simbolizar los esfuerzos sucesivos en una sola dirección
que deben caracterizar a nuestro perfeccionamiento, nuestros tres pasos seguidos hacia
el Ara, cada uno mayor al anterior, como nuestra dedicación al Arte de Vivir que es la
Masonería, es decir, cada vez mayor, en la línea recta que nos señala la regla y que nos
trazamos en la vida: Dirigida en dirección a Oriente, la luz, la verdad.
Pero ese camino de perfeccionamiento es largo como los números; la verdad será cada
vez mayor conforme avancemos, así como avanza el valor de los números; pero ellos
no tienen fin, así como la búsqueda de la Verdad y la Virtud tampoco tiene fin.
Conclusión
Hemos expresado una opinión dentro de las muchas que al respecto pueden surgir, un
rayo de luz de color que solo juntándose con todos los otros rayos de luz de color del
espectro, formará la luz blanca.
El punto de vista que se ha sustentado es que los fines generales de la Francmasonería
se expresan en forma paulatina y gradual, de ahí la importancia de los grados.
Además, en este marco de referencia hemos creído descubrir, a través del estudio del
Ritual, el simbolismo básico del grado, la pregunta de los Aprendices y los tres primeros números, el cometido del aprendizaje, el cual consideramos poder sintetizarlo en
una sola palabra: Ética.
En efecto, se puede decir que con la Iniciación muere simbólicamente el profano y nace
el “Iniciado”. Nace un nuevo hombre que tiene grandes ventajas: formación, experiencia, conocimientos, y sobre todo: memoria.
Con estos elementos él construirá un Templo Interior, analizará el pasado para forjar su
nueva vida, establecerá sus normas de conducta ética y tratará de vivir según ellas.
Para llegar a la presente conclusión hemos analizado cada una de las fuentes que nos
podían brindar respuestas, pero la comprensión de los cometidos del Primer Grado es
tan solo el inicio del camino. Ahora nos corresponde llevar la teoría a la práctica, pues
la vivencia diaria es sin duda la parte más difícil, pero también más importante del Sendero.
En ello va nuestra vida, solo cabe el triunfo o la derrota y en esta última está incluida la
mediocridad. Se trata de un trajinar duro y peligroso, que lo podemos expresar en palabras de Federico Nietszche: “El hombre es una cuerda tendida entre la bestia y el superhombre... peligroso mirar atrás, peligroso detenerse”.
Si nos detenemos caeremos sin darnos cuenta al abismo, y allí tal vez se nos escuche
recitar aquellos versos de nuestro Q∴ H∴ Rubén Darío:
Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque ésta ya no siente,
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pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y él temor de haber sido y un futuro terror . . .
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por lo vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber a dónde vamos,
ni de dónde venimos...!
La Logia del Aprendiz
La Logia de los masones de nuestro tiempo es también un “recinto sagrado” por ser en
ella donde el iniciando (casi todos los masones perseguimos la Iniciación a lo largo de
los diferentes grados, pero permanecemos como iniciandos) ha de ejercitarse especialmente en la disciplina que le permita acceder a un estado de conciencia superior.
Por
ello, la Logia o “Taller” se “consagra” mediante una ceremonia ritual.
Por encima del concepto material de “Logia” situamos el espiritual. Allí donde tres o más
masones se reúnen invocando la fuerza del Gran Arquitecto del Universo, surge la Logia.
El Templo interior, que en las enseñanzas iniciáticas se ubica en el centro del corazón,
proyecta la voluntad armonizada de los Hermanos creando el espacio psíquico y atemporal
en que consiste una verdadera Logia o Templo masónico.
Así pues, aunque existen en el mundo hermosos Templos masónicos de los más diversos
estilos arquitectónicos, en los que los rituales se desarrollan esplendorosamente, el
auténtico fulgor de una Logia es aquel que emana de los corazones unidos de los masones
oficiantes en busca de la verdadera luz.
Quisiéramos subrayar que en esta descripción
utilizamos términos que pudieran parecer, a algunos, meras figuras “poéticas”. Lo cierto
es que cada uno de ellos alude simbólicamente a conceptos muy concretos de la enseñanza
iniciática que pueden ser desarrollados hoy día, en cierta medida, utilizando expresiones
puestas “de moda” por la investigación científica profana, igualmente indescifrables para
casi todo el mundo, pero que tienen la ventaja de ser benévolamente escuchadas o leídas.
La palabra “Logia” es de origen sánscrito y, en diversas formas derivadas, común a casi
todas las lenguas indoeuropeas.
El recinto de la Logia masónica es rectangular y se ingresa en él por su lado Oeste,
siguiendo el modelo de los tiempos clásicos y a diferencia del Templo de Salomón, cuyo
acceso se situaba al Este. La entrada “este”, en recuerdo de la de aquel Templo, está
representada en las Logias por la abertura central de la balaustrada que decora el espacio
llamado “Oriente”, tras la que se encuentra el sitial del Venerable Maestro de Logia.
La orientación Este-Oeste de los Templos, independientemente de dónde se emplace el
acceso a los mismos, remonta su origen al culto solar. El Sol, nuestra fuente de vida, ha
simbolizado siempre un aspecto de la inteligencia cósmica, acumulada en los fotones de
su ingente masa. Su “divinización” por las civilizaciones clásicas de todo el planeta no tiene otra interpretación de fondo, por más que las teogonías religiosas, elaboradas sobre
tan elocuente simbolismo, hayan podido sofisticar el tema.
La luz solar, entrando por el Este al amanecer, iluminaba el Dvir o Santuario del Templo
salomónico, subrayando así el significado universal del mensaje contenido en el Arca de
la Alianza, en intención de los inspiradores de aquella religión. El acceso por el Oeste
simboliza, en los demás casos, la marcha “hacia la Luz” que penetraba por las aberturas o
ventanales que solían practicarse en el muro Este de los Templos. Tal es el valor simbólico
retenido por las Logias.
La Logia (lonja) es el “locus” latino que designaba un “lugar” del bosque, un espacio
cubierto por ramajes, considerado sagrado y en el que igualmente se desarrollaban
ceremonias rituales. Las Logias masónicas dispuestas para el trabajo de los Aprendices,
Compañeros y Maestros Masones solían tener sus muros pintados de color azul..
La
Masonería Simbólica recibe por ello el nombre de "Masonería azul". Sin embargo, los
rituales escocistas consideran el color rojo como el propio del simbolismo masónico.
Los aprendices ocupan sus puestos a lo largo del muro Norte de la Logia, simbolizándose
con ello su provisional distanciamiento del calor y luz solares, que concentran su mayor
intensidad en el “Sur”, donde se sitúan los Compañeros y Maestros (éstos últimos
opcionalmente).
La “germinación” iniciática hará pasar al Aprendiz a los bancos del “Sur”
tras su período preparatorio, ayudados por la energía que sobre ellos proyecten aquellos.
Las Logias “azules” son también llamadas “de San Juan”, en recuerdo de la solemnización
ritual de la llegada de los solsticios de verano e invierno que acostumbraban a celebrar los
masones operativos. Ambos solsticios coinciden, aproximadamente, con las festividades
cristianas de San Juan Bautista y San Juan Evangelista (junio y diciembre) que las
cofradías masónicas festejaban, dentro del ambiente social en que se hallaban insertas.
De
ello deriva también la costumbre de colocar sobre el altar de la Logia una Biblia abierta en
cada Tenida.
Los diferentes símbolos que decoran la Logia merecen un detenido estudio, pues cada
uno de ellos encierra una gran riqueza de analogías potenciales.
El conjunto de lo que podría considerarse decoración de una Logia de San Juan o Logia
Simbólica, que es el Templo o Taller en el que se reúnen los masones de los tres
grados, reproduce los símbolos utilizados por éstos para el desarrollo de sus temas de
meditación.
La meditación masónica no es tan sólo filosófica, ya que, si nos atenemos
al significado etimológico de la palabra “filosofía”, observaremos que es el de
“tendencia o amor a la sabiduría”. Ese talante no es sino una condición previa del
masón, sin la que sería imposible su iniciación. La especulación en torno al “saber” no
siempre tiene como consecuencia el alcance del Conocimiento, que es la meta
iniciática.
Por otra parte, el Conocimiento del Iniciado no es erudito, aunque la
abundancia de datos suministrados a la razón, que es su primera herramienta de trabajo
en el plano físico, pueda ser muy conveniente. La Iniciación efectiva consiste en una
toma de contacto estable con lo que llamamos Inteligencia Cósmica, difícil de definir
en términos “científicos” profanos, aunque los avances de la Física nos estén facilitando
abundantes atributos de esa esencia última en la medida en que seamos capaces de vincularlos con la enseñanza transmitida por la Gran Tradición.
Las escuelas iniciáticas no
confían a la “fe” tal vinculación, a diferencia de las religiones positivas, sino que
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consideran al Hombre ideal (Adán Kadmon), capaz de “realizar” en sí mismo su
“participación” a través de un estado de conciencia alcanzable a partir de determinadas
premisas.
Los símbolos, como queda dicho, son “sintemas”, en cuya traducción a niveles íntimos
ejercita el iniciando su mente buscando las “resonancias” intuitivas que, en un momento
dado y en condiciones psíquicas concretas, posibilitan un nuevo tipo de percepción.
La Puerta de la Logia
Puesto que el acceso a la Iniciación exige, además de condiciones anímicas y psicológicas,
una firme determinación de la voluntad y una dedicación disciplinada que entraña espíritu
de sacrificio, la puerta de una Logia ha de ser simbólicamente “estrecha”.
Dice el Maestro
Plantagenet, en una de sus sustanciosas charlas iniciáticas en Logia de Aprendiz, que “el
profano sólo ha de poder entrar en el Templo pasando por una puerta estrecha y baja, que
no pueda franquear sin agacharse. Ese gesto le recordará que, muerto a la vida profana,
renace a una nueva vida a la que accede de manera semejante a la de un niño que viene al
mundo”.
Naturalmente, el símil evoca, además, las dificultades materiales reales de las
ceremonias de iniciación que se llevaban a cabo en la Antigüedad, tanto en Tebas como en
Menfis o en Eleusis. La realidad actual es que sólo en el ritual de iniciación se simula una
puerta de esas características.
La puerta del Templo, que es, como se ha dicho, la puerta de Occidente, queda flanqueada
por las columnas de Hiram.
Sobre ella figura un frontispicio triangular, y sobre éste suele
hallarse un Compás con las puntas hacia arriba, evocando la aspiración masónica de
reflexión en torno a cuanto penetra en el mundo de lo abstracto (lo que hay “arriba”,
simbólicamente).
El Oriente de la Logia
Todo, en Masonería, tiene un valor simbólico efectivo. La Logia se extiende de Occidente
a oriente, de Norte a Sur y de Cenit a Nadir, reproduciendo el Universo, del que es imagen
psíquica. Se “acota” el espacio psíquico en un tiempo también psíquico desde el momento
en que se reúnen al menos tres masones, con intención ritual, en cualquier parte (Logia
simple). Cinco forman una Logia “justa”, y siete, una Logia “perfecta”.
La Logia simple o
“triángulo” debe formarse con tres Maestros Masones, la Logia justa con cinco y la
perfecta se integra con cinco Maestros, un Compañero (segundo grado) y un Aprendiz
(primer grado).
El Oriente es el punto por donde se inicia el ascenso del astro rey, transmitiendo luz y vida
a nuestro planeta..
El significado místico de la luz solar ha sido recogido por todas las
culturas que se han sucedido en la Tierra y está en el origen del concepto “monoteísta”,
captando un aspecto fundamental de la realidad física puesto de relieve modernamente por
la investigación científica: el fotón es la partícula elemental clave del universo.
Vamos hacia la luz desde Occidente, siguiendo el giro de nuestro planeta hacia el este. Por
ello, al fondo de las Logias, cuya bóveda representa el firmamento estrellado, se alza la
cátedra del Venerable Maestro, simbolizando la espera, en su propio nombre y en el de sus
Hermanos, de la Luz vitalizadora e inteligente de Osiris...
Esa fuerza cósmica, que actúa
en todo el universo generando y manteniendo cuanto existe, se halla especialmente
concentrada, para el Hombre, en el Sol de nuestro sistema planetario. En el Oriente, anunciando la espera, se sitúa el gran triángulo o “Delta” que simboliza la
estructuración del pensamiento humano como resultado último del proceso vitalizador de
la luz. Jenócrates y otros clásicos comparaban la “divinidad” a un triángulo equilátero,
figurando el equilibrio de todas sus potencias. En el centro de ese triángulo se inscribe, a
menudo, bien la forma de un ojo representando la conciencia cósmica, bien la expresión
simbólica del nombre atribuible a la Gran Energía generadora del Universo, que, por
sernos aún desconocida en su esencia última, aparece transcrita como sigla
impronunciable en la versión que la tradición mosaica ha conservado en el Tetragrama.
Las religiones positivas, tratando de fijar esquemas alegóricos de los postulados que
consideran inalterables, han atribuido a la Tríada o Trinidad valores muy semejantes, en
última instancia. Las trinidades hindú, persa, egipcia y cristiana pueden ser ejemplo de
ello.
El Maestro Boucher propone como interpretación masónica del Delta la síntesis de los
principios activo y pasivo en el tiempo: la esencia de la materia es la luz, evolucionando
activamente en el espacio pasivo a través de procesos integradores y desintegradores que
constituyen lo que llamamos tiempo o “duración”. Tal duración sería indistinguible de la
“acción” de la materia, que se realiza en un espacio-tiempo.
Así, la luz, que es la
concreción más elemental de la materia, formaría, con el espacio, los dos lados oblicuos
del triángulo, uniéndose ambos en la base del mismo, que expresa el tiempo.
Desde la educación euclidiana (tridimensional) que caracteriza aún a nuestra cultura, nos
resulta muy difícil imaginar objetos en cuatro dimensiones, integrando el tiempo. Sólo en
el mundo psíquico nos movemos realmente en el espacio-tiempo, pero eso sigue
pareciendo “esotérico” a quienes todavía no han podido entrar en la galopante
“exoterización” de este fenómeno que está propugnando la Física cuántica.
La exposición
geometrista que avanza Jules Boucher al proponer una interpretación masónica del
Triángulo no puede ser desechada como “algo traído por los pelos”. Veamos lo que dice el
investigador Paul Davies en este sentido:
Como resultado de los efectos cuánticos puede suceder que la estructura más probable
del espacio-tiempo, en ciertas circunstancias, sea realmente un espacio de cuatro
dimensiones. James Hartle y Stephen Hawking han argumentado que esas
circunstancias prevalecieron justamente en los albores del universo.
Es decir, si
imaginamos que el tiempo vuelve hacia el Big Bang, al alcanzarse un tiempo del orden
de Planck (10-48 segundos) desde lo que creemos fue la singularidad inicial (compresión
máxima de la materia), algo peculiar empieza a suceder. El tiempo se va “convirtiendo”
en espacio.
Más que hablar del origen del espacio-tiempo, por tanto, hemos de
contentarnos con espacio tetradimensional. Y aparece la cuestión de la forma de dicho
espacio, o sea, su geometría. De hecho, la teoría permite infinidad de formas
Simbología de la apertura de la Logia
El ritual de apertura y clausura de la Logia masónica es, junto a los manuales de instrucción y los símbolos que aluden a la construcción, el legado que la Masonería actual
ha recibido de la antigua Masonería operativa.
Esto ha permitido que se continuara conservando la descripción simbólica de la cosmogonía, y, por consiguiente, la posibilidad
de acceder a su conocimiento y comprensión. De esta manera lo fundamental del Arte
Real masónico, que ejemplifica el proceso que conduce a ese conocimiento, se ha perpetuado a través del tiempo, y con él el Espíritu de esta organización iniciática de Occidente.
Esta sería la principal razón de que la Masonería continúe siendo una tradición
viva con todos los elementos necesarios para hacer efectiva la realización espiritual. Por
otro lado, el que muchos miembros de la Masonería ignoren el verdadero contenido
iniciático y esotérico de la Orden a la que pertenecen, en nada altera la validez de la
iniciación masónica, ni disminuye su fuerza para quien esté interesado realmente en un
trabajo interno serio y ordenado, y sepa ver más allá de la apariencia formal e «institucional» conque se reviste y «cubre» esta tradición para expresar la primordialidad de su
mensaje, el que constituye su esencia y su razón misma de ser.
En esta primera parte vamos a ceñirnos especialmente a la simbólica del ritual de apertura de la Logia, ritual que consagra, en el verdadero sentido de la palabra, los trabajos
que en ella se cumplen. En efecto, mediante dicho ritual, lo que no era sino un lugar
cualquiera, deviene un Templo, esto es, un espacio sacralizado y significativo.
Gracias a la acción de las energías espirituales transmitidas por los símbolos, palabras y
gestos rituales, podría decirse, que ese lugar es «transmutado» en algo esencialmente
distinto de lo que era. De ahí, por tanto, la importancia de que el ritual sea practicado lo
más perfectamente posible, siguiendo con la máxima escrupulosidad lo en él prescrito,
y sin alterar, suprimir o modificar sin razón alguna ninguno de los elementos que lo
constituyen, ya que en el respeto a los mismos reside precisamente la eficacia del propio rito.
Naturalmente esto no quiere decir que los gestos rituales se repitan de una manera «mecánica», sino que al tiempo que se realizan han de comprenderse las ideas que
transmiten, que hablan de una realidad arquetípica, siendo uno con ellas, pues el rito no
es otra cosa que el símbolo hecho gesto. Por consiguiente, el ritual ha de vivirse como
lo que realmente es, como un conjunto o un todo ordenado y armónico en donde cada
una de las partes que lo conforman se corresponden mutuamente entre sí. Se trata, por
tanto, de un organismo que está vivo, y que actúa de acuerdo a los estímulos que recibe,
es decir, en cuanto se pone en práctica de una manera consciente.
Es por eso que si una
de esas partes faltara el ritual entero se resentiría, perdiendo «fuerza y vigor» la influencia espiritual que a través de él se transmite.
Para su mejor explicación, podemos dividir el ritual de apertura en cuatro partes:
- Asegurarse de que la Logia está a cubierto.
- Comprobar la regularidad iniciática de los asistentes y determinación del espacio simbólico.
- El encendido de las luces y el trazado del cuadro de Logia.
- Descripción del tiempo simbólico y consagración de la Logia.
Asegurarse de que la Logia está a cubierto
La apertura de la Logia comienza comprobándose ritualmente la «seguridad» o «protección» de la misma.
En eso consiste el «primer deber de un Vigilante en Logia», pues
ésta ha de estar plenamente «a cubierto» de las influencias procedentes del mundo exterior o profano. Dicha cobertura asimila el Templo masónico a la «caverna iniciática»,
cuya simbólica está en relación con la idea cíclica de ocultación y repliegue de la doctrina tradicional en un «lugar» inaccesible a las «miradas de los profanos». De que la
Logia esté a cubierto se encarga directamente el Guarda Templo, oficial que, como la
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propia palabra indica, tiene la función de «guardar» y «cubrir» el Templo.
Con el cumplimiento de su oficio, el Guarda Templo, al actualizar la idea que el símbolo manifiesta, ritualiza la efectiva «separación» que necesariamente ha de existir entre ese
mundo profano y la realidad de lo sagrado que se vivencia en la Logia. Dicha separación está señalada simbólicamente por el Pórtico de la entrada, que según se dice «no
está ni dentro ni fuera de la Logia».
Se trata entonces de un espacio «intermedio», lugar de «pasaje» o de «tránsito» entre el
exterior y el interior del Templo, entre lo profano y lo sagrado. Así lo indican las «marchas» o «pasos» rituales que se efectúan desde la puerta del Templo hasta el medio de
las columnas J y B que sostienen el Pórtico.
Precisamente es en ese espacio intermedio
donde se ubica el Guarda Templo, estando bajo su custodia, velándolo (sin abandonarlo
en ningún momento) para que los trabajos masónicos se desarrollen y se cumplan en
perfecta armonía. Esta función hace del Guarda Templo un verdadero «guardián del
umbral», entidad que impide el paso a los que no están cualificados para recibir la iniciación, pero que al mismo tiempo «abre» las puertas del Templo a quién verdaderamente reúne las condiciones necesarias para recibirla.
En los antiguos rituales esta función también la cumplía el «Hermano Terrible», cuyo nombre es bastante ilustrativo al
respecto.
Comprobar la regularidad iniciática de los asistentes y determinación del espacio
simbólico
Una vez el Templo está «a cubierto», se procede a comprobar que todos los integrantes
de la Logia están en el lugar que les corresponden dentro de ella, asegurándose también
que estén en posesión del signo de «al orden», que forma parte de los “secretos” del
grado y que se refiere a la disposición interior adecuada para recibir la enseñanza tradicional transmitida por los ritos y los símbolos.
En asegurarse de ello consiste el «segundo deber de un Vigilante en Logia». En este sentido, si el Guarda Templo se encarga de la seguridad «externa» de la Logia, el Primer y el Segundo Vigilantes asumen
su seguridad «interna».
Es por ello que el término de “vigilantes” (que incluye la idea
de estar «despiertos») conque se les designa, concuerda perfectamente con las funciones respectivas de estos dos oficiales, que junto al Venerable Maestro representan las
«tres luces» de la Logia masónica.
Ellos «vigilan» la regularidad iniciática de todos los hermanos que se sitúan en las «columnas» del Mediodía (el Sur) y de Septentrión (el Norte), las cuales no son otras que
los lados anchos del rectángulo de la Logia.
Para comprobar esa regularidad los dos
Vigilantes recorren sus respectivas columnas, lo que se ejecuta, como todo en la Logia,
de una manera ritual. En efecto, para dirigirse a las columnas que están bajo su vigilancia (la del Mediodía bajo la del Primer Vigilante, y la de Septentrión bajo la del Segundo Vigilante), ambos oficiales han de «cruzarse» previamente en el Occidente (el Oeste), lo que vuelven a repetir cuando pasan por delante del Altar de los Juramentos, situado hacia el Oriente (el Este), regresando seguidamente a sus correspondientes estrados.
Es de advertir que dicho recorrido constituye la primera circunvalación ritual que
se realiza en la Logia, y con la que se señalan de manera clara los cuatro puntos cardinales que determinan el espacio de la mima, comprendido entre las columnas J y B que
sostienen el Pórtico hasta los tres peldaños que suben al Oriente.
Este espacio rectangular constituye lo que se denomina el Hikal, que es propiamente el plano-base de la Logia (análogo al plano horizontal del mundo), en toda la extensión del cual se llevan a
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cabo el desarrollo integral de los trabajos rituales, es decir, donde éstos se manifiestan y
son posibles.
Pero esa determinación, o «enmarque» espacial, es “trazado”, si así puede decirse, previamente por los saludos o gestos rituales que los dos vigilantes se hacen entre sí durante la circunvalación.
Cada gesto describe de manera significativa una Escuadra,
siendo cuatro en total: dos cuando se saludan en Occidente y dos cuando pasan por el
lado del Oriente, al que se denomina el Debir, situado a un nivel superior al plano-base
del Hikal.
Esos cuatro gestos «en escuadra» serían análogos a las cuatro piedras de fundación de
toda construcción, y a partir de las cuales podrá levantarse todo el edificio. Precisamente, en este momento del ritual de apertura se trata de poner los fundamentos, o los
cimientos, de los trabajos que se van a realizar en la Logia, su base firme y «segura»
sobre la que dichos trabajos podrán ser consagrados.
Efectivamente, sólo si los que
«decoran» las columnas del Mediodía y de Septentrión están en «su lugar» e interiormente «al orden», la Logia estará «debidamente cubierta», y se podrá así penetrar «en
las vías que nos han sido trazadas», es decir, en el camino que conduce a la Luz del
Conocimiento.
La iluminación del Templo y el trazado del cuadro de Logia
Es dicha Luz lo primero que se solicita cuando se entra en esas vías. Y la luz que ilumina la Logia, como la que ilumina el mundo, procede del Oriente, donde está situado
el Delta luminoso, símbolo por excelencia del Gran Arquitecto del Universo.
Y es a los
pies del Oriente en donde los tres principales oficiales de la Logia (el Venerable Maestro y los dos Vigilantes) se «unen» para «recibir» la Luz que simbólicamente emana del
Delta, lo que es lo mismo que la recepción y transmisión ritual de la influencia espiritual que a través de las respectivas funciones de estos tres oficiales en verdad «dirigirá»
los trabajos de la Logia.
Al menos así debería ser en un Taller masónico cuyos miembros fueran lo suficientemente conscientes de la realidad sagrada que se expresa mediante el rito y el símbolo, asumiéndola en sí mismos y en la medida de las posibilidades de cada uno.
Antes hemos dicho que a estos oficiales se les denominan también las «tres luces», queriendo mostrar así que ellos, o mejor sus funciones, son los portadores del espíritu que
ilumina la Logia, y que la luz sensible simboliza de manera manifiesta.
A este respecto,
y según señala Guénon, en los antiguos rituales operativos se necesitaba la reunión o el
concurso de tres Maestros para que una Logia pudiera trabajar regularmente, representando cada uno de ellos un determinado arquetipo espiritual o nombre divino creador.
Esa simbólica ha permanecido en la actual Masonería, y esos tres Maestros no son otros
que el Venerable y los dos Vigilantes, cuyas funciones respectivas, como estamos viendo, se vinculan con un atributo, aspecto o nombre del Gran Arquitecto: la Sabiduría al
Venerable Maestro, la Fuerza al Primer Vigilante, y la Belleza al Segundo Vigilante.
Y
Sabiduría, Fuerza y Belleza son los nombres que reciben los tres pilares o «tres pequeñas luces» situadas en el centro mismo de la Logia, y dispuestas en forma de escuadra larga.
Estos tres pilares son llamados también «estrellas» (alusión directa a su simbolismo
celeste), las cuales son hechas «visibles» y presentes en la Logia gracias a la invocación de los nombres divinos.
El rito del encendido de estos pilares que acompaña las invocaciones, señala el momento preciso en que la Logia, que hasta entonces permanecía en
penumbras, queda plenamente iluminada, produciéndose un paso de las «tinieblas a la
luz». Es, pues, un rito esencialmente cosmogónico, análogo al Fiat Lux del Verbo creando el orden cósmico al fecundar el caos primigenio, es decir, el conjunto de todas las
posibilidades de manifestación que se actualizan gracias a esa acción demiúrgica.
La invocación de los nombres divinos y el encendido de los tres pilares que conjuntamente llevan a cabo los tres principales oficiales de la Logia están ritualizando, haciéndolo presente, ese gesto generador del Arquitecto. Por lo tanto, la apertura de la Logia
describiría de manera simbólica un proceso análogo al de la creación del mundo.
Por otro lado el término Logia procede de Logos, la Palabra o Verbo, y también de términos lingüísticos que designan la luz, como el griego liké. De hecho, el Templo masónico (como cualquier recinto sagrado) es una imagen simbólica del cosmos, que a su
vez es el Templo universal y la obra directa del Creador.
Y así como éste «todo lo dispuso en número, peso y medida», la Logia se edifica con Sabiduría, Fuerza y Belleza, o
con Fe, Esperanza y Caridad, las tres altas virtudes que se corresponden respectivamente con cada uno de los tres pilares.
En la triple invocación se apela a la Sabiduría
del Arquitecto como la verdadera artífice de la obra de la creación, a la que preside; a
su Fuerza como la voluntad que la sostiene y la regenera perennemente; y a su Belleza
como a la energía que la «adorna» al imprimirle las medidas exactas y armónicas que
conforman su orden interno y externo, revelado fundamentalmente a través de las proporciones numéricas y las estructuras geométricas y simbólicas.
Con las invocaciones de esos atributos divinos también se está recordando, o reiterando
en la memoria de los presentes, aquello que se dice en los Salmos: «Si el Eterno no
edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican». Sólo después de esas invocaciones, y gracias al influjo espiritual en ellas contenido, el espacio de la Logia (del Templo
universal), previamente «encuadrado» por las circunvalaciones de los dos Vigilantes,
queda iluminado, u ordenado, en toda la extensión del mismo.
Es a partir de ese momento que se procede a la apertura del Libro de la Ley Sagrada
(generalmente la Biblia), y a disponer sobre él el Compás y la Escuadra, lo cual lleva a
cabo el Experto de la Logia (en nuestro Rito lo hace el Primer Vigilante), oficial al que
se considera como el «guardián» del rito.
El Libro, el Compás y la Escuadra constituyen las «Tres Grandes Luces» de la Masonería, situadas encima del Altar de los Juramentos, es decir, en el punto geométrico donde simbólicamente se efectúa la unión del
cielo y de la tierra, de la vertical y la horizontal.
Esa unión está representada por la posición en forma de estrella de David, o sello de
Salomón, del Compás y de la Escuadra, ambos símbolos respectivos del cielo y de la
tierra. La Logia aparece así como el lugar donde se hace manifiesta la conjunción cielo tierra, y, por consiguiente, la comunicación entre el mundo superior y el mundo inferior.
En este sentido, recordaremos que en la rica iconografía descrita en los cuadros de
Logia masónicos en ocasiones aparece una escalera (símbolo del eje) apoyando su parte
inferior en el altar (que simboliza el “centro” de la tierra) con las “Tres Grandes Luces”, mientras su parte superior toca los cielos.
Al integrante de la Logia se le indica así
cual ha de ser el camino que debe seguir en su proceso interno, un camino vertical,
hacia lo «alto», sin olvidar, empero, que ese ascenso sólo es posible gracias a la com-
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prensión de la doctrina tradicional.
Esta se articula y expresa a través de la enseñanza
transmitida por el Libro de la Ley Sagrada (que recoge las revelaciones y teofanías
transmitidas a los componentes de la «cadena tradicional»), el Compás y la Escuadra
(instrumentos que sirven para trazar las medidas prototípicas del cielo y de la tierra
aplicadas a la construcción mediante el uso de la geometría sagrada).
Inmediatamente después de la aparición de las «Tres Grandes Luces», el oficial Experto
dispone en medio del pavimento de mosaico el cuadro de Logia, así llamado porque en
él se reproducen a escala las dimensiones de la Logia, que es un «cuadrado largo» o
rectángulo, pues sus lados largos son exactamente el doble de sus lados anchos.
Además, en ese cuadro están dibujados los símbolos y emblemas más significativos del
grado en que la Logia esté trabajando, ya sea el de Aprendiz, el de Compañero o el de
Maestro, los que constituyen la jerarquía iniciática de la tradición masónica.
El cuadro
conforma así una síntesis visual y gráfica de la enseñanza simbólica contenida en cada
uno de esos grados, de ahí también que represente un soporte de meditación y concentración indispensable dentro de esa misma enseñanza. El cuadro de Logia podría ser
considerado como un auténtico “mandala” masónico.
Recordaremos, en este sentido,
que en la antigua Masonería operativa el cuadro de Logia era dibujado directamente en
el suelo, utilizando para ello la tiza y el carbón. Esta costumbre, que nosotros sepamos,
ya no se conserva en la actual Masonería (excepto en el Rito Emulación, en el que el
trazado del cuadro está acompañado de las lecturas de determinados textos), que si ha
sido llamada «especulativa» es precisamente por haber olvidado determinadas técnicas
de transmisión de la influencia espiritual practicadas entre los antiguos masones, como
es sin duda alguna el caso que nos ocupa. La importancia de trazar directamente el cuadro de Logia deriva del valor que en sí mismo tiene el gesto ritual como vehículo de esa
influencia, pues siendo éste el símbolo en movimiento, el gesto ritual «actualiza»
(siempre y cuando se haga conscientemente) la idea o energía-fuerza en él contenida de
manera potencial o virtual.
Por idénticos motivos, aquel que traza el cuadro (el Experto)
y todos los símbolos que lo configuran, se convierte también en un vehículo intermediario de esas mismas energías. Podríamos incluso decir que esa función vehicular es
desempeñada en realidad por todos los integrantes de la Logia, los cuales al «contemplar» el desarrollo ordenado del trazado ejecutado por el Experto participan por igual de
él. Esa contemplación, o «concentración» ritualmente cumplida, necesariamente ha de
generar un vínculo de orden sutil entre todos y cada uno de los miembros de la Logia,
vínculo que una vez establecido deviene el soporte para la manifestación de la influencia espiritual.
Se comprenderá entonces por qué es imprescindible la presencia del cuadro de Logia durante el desarrollo de los trabajos masónicos, teniendo en cuenta, además, que para los operativos el lugar donde él es depositado se convertía en una auténtica «tierra sagrada».
Por ello el cuadro ocupa una posición central en la Logia, exactamente en medio mismo
del Hikal, siendo, además, el eje ordenador alrededor del cual se efectúan las marchas o
circulaciones rituales y donde se realiza el importante rito de la cadena de unión.
Descripción del tiempo simbólico y consagración de la Logia
Una vez el cuadro ha sido trazado, o dispuesto sin más en su lugar correspondiente como es el caso habitual, se puede decir que la Logia dispone de todos los elementos necesarios para que los trabajos puedan abrirse «regularmente», pues «todo está conforme
al rito».
Como se señala en los rituales, esos trabajos comienzan a «Mediodía en punto», cuando
el sol se encuentra en su cenit y su luz cae en «perpendicular» o en «plomada» sobre
nuestro mundo, siendo la verticalidad de esa luz un símbolo más del eje invisible que
une el Cielo y la Tierra.
El mediodía es el momento en que el sol detiene su curso en lo
alto de la bóveda celeste, fenómeno éste que llevado al ciclo del año se repite durante
los solsticios de verano y de invierno, correspondiéndose éste último con el Septentrión
y la «Medianoche en punto», cuando esos mismos trabajos finalizan.
A partir de mediodía se inicia la curva descendente de la luz solar, que encuentra su punto más bajo
(nadir) en la medianoche. Y lo mismo ocurre del solsticio de Verano al de Invierno.
Considerado simbólicamente (es decir, estableciendo las correspondientes analogías
entre el orden natural y el orden espiritual) ese descenso de la luz solar expresa también
el «descenso» de la influencia sagrada en el seno de la organización iniciática, lo que
está formalmente ritualizado en la invocación realizada «a la Gloria del Gran Arquitecto del Universo», y con la cual los trabajos quedan definitivamente «consagrados».
A este respecto, sería sin duda interesante recordar lo que Guénon menciona en «El Rey
del Mundo» acerca de la palabra «Gloria», que él asimila a la Sekinah de la Cábala
hebrea, que es la «presencia real» de la Divinidad en el mundo manifestado. Textualmente dice:
“Es preciso señalar que los pasajes de la Escritura donde se la menciona especialmente
(a la Sekinah o a la «Gloria») son sobre todo aquellos que tratan de la institución de un
centro espiritual: la construcción del Tabernáculo y la edificación de los Templos de
Salomón y de Zorobabel.
Un centro semejante, constituido en condiciones regularmente definidas, debía ser, en efecto, el lugar de la manifestación divina, siempre representada como «Luz»; y es curioso señalar que la expresión «lugar muy iluminado y
muy regular», que la Masonería ha conservado, parece ser un recuerdo de la antigua
ciencia sacerdotal que regía la construcción de los Templos” .
Si tenemos en cuenta que los Templos de Salomón y de Zorobabel (que esencialmente
son solo uno) se consideran como los modelos del Templo masónico, comprenderemos
entonces por qué se invoca la «Gloria del Gran Arquitecto» (esto es su «presencia») en
el momento de abrir y consagrar los trabajos, y con la que culmina este verdadero rito
de fundación (periódicamente reiterado) que representa en realidad la apertura de la
Logia masónica.
La clausura de la Logia
Como ya vimos, la apertura de la Logia permite la “creación”, o mejor, “re-creación”,
de un tiempo y un espacio sagrados, un enmarque protector dentro del cual los masones
realizan sus trabajos “a cubierto” del mundo profano (profanum: fuera del Templo),
ejercitando el Arte Real o “Gran Obra” de la cosmogonía.
Y todo ello en perfecta correspondencia con los “planes del Gran Arquitecto del Universo”, a cuya “Gloria” y
“Nombre” se cumplen precisamente esos trabajos, pues como se lee en el Libro Sagrado: “Si el Eterno no edifica la casa en vano trabajan los que la edifican”.
Cuando éstos llegan a su fin, el Maestro de la Logia, ayudado por los demás Oficiales
del Taller, procede a la clausura de los mismos, a su cierre y recogimiento (clausura, de
“clau”, “llave”), lo que se hace, como todo en la Masonería, de manera ritual y simbólica.
Con esa clausura o cierre la Logia ha cumplido su ciclo de manifestación, habiendo desarrollado hasta llegar a sus propios límites (señalados por el tiempo simbólico)
todas las posibilidades en ella contenidas, y la luz, cuya irradiación ha iluminado esos
trabajos, se repliega progresivamente en sí misma, retornando así al origen o principio
de donde brotó. La Palabra, el Verbo, el Logos (de donde Logia), esto es el Ser, vuelve
a concentrarse en el “Silencio” de lo inefable e inmanifestado, siendo éste el sentido
profundo que tiene el “juramento del silencio” que todos los miembros del Taller realizan antes de abandonar definitivamente el Templo.
La Logia, imagen simbólica del Mundo, ritualiza con ese doble movimiento expansivo
(centrífugo) de la apertura, y contractivo (centrípeto) de la clausura, la cadencia del
ritmo universal, del expir y aspir cósmico, pues esta es la Ley o Norma a la que está
sujeto todo lo manifestado, ya se trate de un ser, un mundo o del conjunto entero de la
Existencia Universal. A todo nacimiento le sigue un proceso de expansión y desarrollo,
alcanzados los límites del cual se inicia un período inverso de contracción, replegamiento y finalmente extinción.
A este respecto, la clausura de la Logia coincide con la
“Medianoche en punto”, es decir, con el “fin del día”, el cual es en sí un ciclo completo
análogo a ciclos mayores, en los que está incluido.
El repliegue de la luz al que antes nos referíamos, está ritualmente representado por el
hermano Experto (en nuestro ritual lo hace el H∴ Prim∴ Vig∴) en el momento en que
cierra el Libro de la Ley Sagrada y recoge el Compás y la Escuadra, esto es, las “Tres
Grandes Luces” de la Masonería, pasando a continuación a “enrollar” o “borrar” el
cuadro de la Logia (que el mismo Experto “desenrolla” o “dibuja” durante la apertura),
llamado así porque en él se plasman los símbolos más importantes y significativos del
grado en que la Logia esté trabajando: Ya sea en el de Aprendiz, en el de Compañero o
en el de Maestro. A continuación se procede a la extinción de las “Tres Pequeñas Luces” que alumbran en la sumidad de los pilares de la Sabiduría, la Fuerza y la Belleza,
extinción que llevan a cabo el Maestro de la Logia y los dos Vigilantes (estrechamente
relacionados con la simbólica de esos pilares), llamados las “Tres Luces”.
Contabilizamos, por tanto, nueve luces en total, y esto está en relación con la idea de ciclo, pues el
nueve es, como sabemos, un número cíclico por su directa vinculación con la circunferencia, la cual expresa el desarrollo completo de lo contenido virtualmente en su punto
central, gracias al cual la circunferencia misma existe. Así, las nueve luces que alumbraron y generaron el espacio y el tiempo en el que se desarrollaron los trabajos, se
concentran, efectivamente, en el centro de donde emanaron.
Por consiguiente, todo lo que debía realizarse y manifestarse en la Logia, en el Taller de
trabajo, ya ha sido cumplido, pero antes de retirarse los obreros reciben su “salario”,
recogiendo lo que han sembrado o edificado en sí mismos, y que son los frutos de su
acción, en definitiva de su intención, de lo que ellos han contribuido, y en qué medida,
en la realización efectiva de los planes del Gran Arquitecto.
Este es el sentido que tiene
el “salario” masónico (o iniciático), palabra que deriva de “sal”, sustancia que en la
Alquimia es considerada como la síntesis o el fruto de la acción del azufre sobre el
mercurio, es decir, el resultado de la unión o conciliación de una energía celeste, activa,
yang, y de una energía terrestre, pasiva, yin.
Se trata, en suma, de “conciliar los opuestos”, o de “reunir lo disperso”, y que al igual que el alquimista el masón debe operar en
sí mismo, lo que constituye la principal razón de su oficio.
No es entonces por casualidad que los masones reciban su salario en las columnas J y B
(situadas a la entrada y, por tanto, también a la salida de la Logia), pues ellas simboli-
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zan respectivamente el principio activo y el principio pasivo o receptivo.
Cuando la
Logia trabaja en grado de Aprendiz, el salario se recibe en la columna B, y cuando lo
hace en grado de Compañero en la columna J. Añadiremos que ambas columnas aluden
al necesario “establecimiento” o “fundamento” que hace posible la edificación del
Templo, construcción que en realidad no es otra cosa que el proceso mismo de la realización interior.
Los Maestros, en cambio, reciben su salario en la “Cámara del Medio”,
o en el “centro del círculo”, pues su función no está ligada directamente a esa construcción (que es la que llevan a cabo los aprendices y Compañeros), sino a elaborar sus
planos de acuerdo a los del Arquitecto o Ser Universal, lo que implica un conocimiento
directo (no mediatizado) de la cosmogonía y sus leyes, así como del orden ontológico y
metafísico.
Por todo ello, el salario masónico también alude a la virtud de la justicia, ya que cada
uno recibe en su columna lo que merece, que en realidad es lo que tiene, pues como
dice el Evangelio: “Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no
tiene, aun lo que tiene se le quitará” (Mateo 25, 29), y en donde también se afirma:
“que el que tenga oídos para oír que oiga”.
Sólo entonces “los obreros estarán contentos
y satisfechos” y tendrán “derecho al descanso”, pues la justicia de que se trata no es
otra que el reflejo en el orden humano de la ley de equilibrio y armonía que rige el orden cósmico, reflejo a su vez de la justicia divina. Habiendo recibido lo que les corresponde, los obreros podrán despedirse así “en la libertad, el fervor y la alegría, pues
habrán cumplido sus acciones, es decir, su trabajo, en “bien general de la Orden (del
Orden) y de la Logia en particular”.
Pero quizá el rito más significativo e importante de la clausura es la “cadena de unión”,
constituida por todos los miembros del Taller “enlazados” unos con otros alrededor de
los tres pilares de la Sabiduría, la Fuerza y la Belleza y del cuadro de la Logia, es decir,
en el centro mismo del Templo.
Ciertamente, y como se dice en el ritual, esta cadena es
el símbolo de la fraternidad masónica, sin embargo, podríamos preguntarnos sobre la
base de qué debe su existencia dicha fraternidad y por qué se manifiesta a través de la
cadena de unión, pues sin duda alguna ella expresa otra cosa bien distinta a cualquier
tipo de “camaradería” o cosa por el estilo. Tal vez la respuesta esté en las palabras y
gestos que realiza el Maestro de la Logia momentos antes de formarse dicha cadena:
“Hermanos, siguiendo la antigua costumbre (tradición) no queda más que cerrar nuestros secretos en lugar seguro y sagrado”, y acto seguido lleva su mano derecha al corazón, como indicando que es ahí, en el corazón, en el lugar más puro y central del ser y
en donde éste comunica con su verdadera esencia, donde los “secretos” han de guardarse y cerrarse.
Y ya se sabe que el corazón es el tabernáculo del verdadero Templo,
aquel que según las Escrituras “no es hecho por mano de hombre”, pues nada de individual o particular puede penetrar en él. Por tanto, esos secretos no son sólo los que se
refieren específicamente a los de la Orden masónica y la Logia (y que deben ser salvaguardados de las “miradas indiscretas de los profanos”), sino también, y podríamos
decir que ante todo, a la esencia (o “quinta-esencia”) misma de lo que se ha recibido de
la enseñanza tradicional transmitida por los símbolos y los ritos, de aquello que verdaderamente se ha comprendido y asimilado en lo más interno de uno mismo de esa enseñanza, en definitiva, de la efectiva e íntima vinculación que cada ser mantiene con su
Principio uno y eterno.
Esto sería, pues, lo que “enlaza” o “une” a los hermanos entre
sí, y por esto ellos forman la cadena de unión, que es la unión con la Unidad del Sí
mismo, y con respecto a la cual las individualidades, por las propias limitaciones a las que están sujetas, no cuentan en absoluto.
En relación con esto último, queremos señalar que al comienzo de formarse la cadena no está completamente cerrada, es decir, que
aparece como “rota”, afirmándose que ello es así debido a “nuestras imperfecciones” (o
limitaciones), las que sólo desaparecerán invocando los nombres sagrados de la Sabiduría (Fe), la Fuerza (Esperanza) y la Belleza (Caridad), tras lo cual la cadena acaba cerrándose definitivamente.
Sin embargo, que la cadena esté sin cerrar también indica (y aquí tenemos un caso del
doble sentido de los símbolos, que siempre hay que tener presente para poder comprender sus diversos significados) que al mismo tiempo ella continúa “abierta” a todo aquel
que quiera sumarse a ella, estando esto perfectamente señalado cuando en un momento
de la ceremonia de iniciación al neófito o recipiendario se le recibe precisamente en la
cadena de unión.
Esto nos da a entender, entre otras cosas, que la cadena continúa viva
y transmitiendo la enseñanza y el Conocimiento, en este caso a través de la cosmogonía
expresada por los símbolos y los ritos masónicos, pues tradición significa exactamente
transmisión, y ésta ha de continuar perpetuándose para que aquella continúe existiendo
y sea una posibilidad siempre presente y actual.
A ello alude expresamente el Maestro
de la Logia cuando al concluir el rito de la cadena de unión exclama: “¡Que la Luz que
ha iluminado nuestros trabajos continúe brillando en nosotros para que terminemos
fuera la obra empezada en este Templo!” Imagen, volvemos a repetir, del Orden y la
Armonía Universal.
El Trazado del Primer Grado
Los usos y costumbres entre Masones han tenido siempre un parecido cercano a los de
los antiguos Egipcios. Sus filósofos, remisos a exponer sus misterios al vulgo, enseñaban sus sistemas de estudios y constitución por medio de señales y figuras jeroglíficas,
las cuales eran comunicadas a sus principales Sacerdotes y Magos solamente, quienes
estaban sujetos por juramento sagrado a ocultarlas.
El sistema de Pitágoras fue fundado
de manera parecida, así como muchos otros de tiempo más reciente. La Masonería, sin
embargo, no es solamente la más antigua, sino también la sociedad más honorable que
ha existido, porque no hay un carácter o emblema aquí representado que no sirva para
inculcar los principios de piedad y virtud entre todos aquellos que profesan sus verdaderos ideales.
Permítame primeramente llame su atención a la hechura de la Logia, que es cuadrilonga, su largo de Oriente a Occidente, su ancho entre Norte y Sur, su base desde la
superficie de la Tierra hasta su centro, y de altura hasta el Cielo.
La razón de que una
Logia Masónica es representada de tan inmensa extensión es para demostrar la universalidad de las ciencias, igualmente porque la caridad de un masón no debe tener más
límites que los de la prudencia.
Nuestras Logias están sobre tierra Sagrada, porque la primera Logia fue consagrada
debido a tres grandes ofrecimientos que se hicieron en ella, que hallaron la Aprobación
Divina. Primero: la pronta complacencia de Abraham con la voluntad de Dios en no
rehusar ofrecer a su hijo Isaac en sacrificio, complaciéndole luego al Altísimo sustituirlo por otra víctima más agradable. Segundo: las muchas piadosas oraciones y jaculatorias del rey David, que apaciguó la ira de Dios, y detuvo una pestilencia que entonces hacía estragos entre los suyos, debido a haberlos enumerado inadvertidamente. Tercero: las muchas oblaciones, acción de gracias, sacrificios y costosas ofrendas hechas
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por Salomón, rey de Israel, a la terminación, dedicación y consagración del Templo de
Jerusalén al servicio de Dios.
Esos tres fueron entonces, son ahora y espero serán siempre, motivos para que nuestras Logias estén sobre tierra Sagrada.
Nuestras Logias están construidas de Oriente a Occidente, porque todos los lugares
dedicados a Dios, así como las Logias masónicas, debidamente formadas y constituidas, están o deben estar construidas así, por lo cual asignamos tres Razones masónicas.
Primera: el Sol, la Gloria del Señor, sale por Oriente y se pone por Occidente. Segunda:
la erudición tomó su origen en el Este, y desde allí esparció su benigna influencia al
Oeste. La tercera, última y gran razón, la cual es muy larga de contar, es explicada en el
curso de nuestras leyendas, lo que espero tenga muchas oportunidades de oír.
Nuestras Logias están sostenidas por tres grandes pilares.
Ellos se llaman Sabiduría,
Fuerza y Belleza; Sabiduría para dirigir, Fuerza para soportar y Belleza para adornar;
Sabiduría para dirigirnos en todas nuestras empresas; Fuerza para soportarnos en todas
nuestras dificultades, y Belleza para adornar interiormente al hombre. El Universo es el
Templo del Señor, a quien servimos: Sabiduría, Fuerza y Belleza, están cerca de Su
trono como pilares de Su obra, pues Su Sabiduría es infinita, Su Fuerza, omnipotente, y
Su Belleza brilla por toda la creación con simetría y orden.
El Cielo lo ha extendido
como un dosel; la Tierra la ha puesto como un suelo; con estrellas adorna Sus Sienes
como una diadema, y con Sus Manos extiende el poder y la gloria. El Sol y la Luna son
mensajeros de Su voluntad y toda Su ley es armonía.
Los tres grandes pilares que sostienen una Logia masónica, son emblema de estos atributos Divinos. Además, representan a Salomón, rey de Israel; Hiram, rey de Tiro, y Hiram Abí. A Salomón, rey de
Israel, por su sabiduría en edificar, completar y dedicar el Templo de Jerusalén para el
servicio de Dios; a Hiram, rey de Tiro, por su fuerza sosteniéndole con hombres y materiales; y a Hiram Abí, por su curiosa y hábil arquitectura al hermosearla y adornarla;
pero como no tenemos órdenes en Arquitectura conocidas por los nombres de Sabiduría, Fuerza y Belleza, aludimos a las tres más célebres, que son: el Jónico, Dórico y
Corintio.
Las Logias masónicas están cubiertas de un celestial dosel de diversos colores, así como el Cielo. El camino por el cual nosotros, como masones, esperamos llegar, es por
medio de una escala, llamada en la Sagrada Escritura la Escala de Jacob.
Esta se compone de muchos escalones, que nos señalan otras tantas virtudes, pero tres principales,
que son Fe, Esperanza y Caridad. Fe en el Gran Arquitecto Del Universo, Esperanza en
la salvación, y Caridad para con todo el género humano. Esta escala alcanza al Cielo, y
descansa sobre el Volumen de la Divina Ley, pues por las doctrinas que contiene ese
sagrado libro, somos enseñados a creer en la Divina providencia, la cual refuerza nuestra fe, y nos ayuda a ascender el primer escalón; esta Fe naturalmente crea en nosotros
una esperanza de que seremos partícipes de las benditas promesas que contiene, cuya
esperanza nos ayuda a ascender el segundo escalón; pero el tercero y último, siendo la
Caridad, lo comprende todo, y el masón que está en posesión de esta virtud en su más
amplio sentido puede justamente ser considerado de haber llegado al límite de su profesión; figuradamente hablando, una mansión etérea, velada a los ojos de los mortales por
el estrellado firmamento, emblemáticamente representado aquí por siete estrellas, que
aluden a otros tantos masones, sin cuyo número ninguna Logia es perfecta, ni tampoco
puede ningún candidato ser legalmente iniciado.
El interior de una Logia masónica se compone de Ornamentos, Mobiliario y Joyas. Los
ornamentos son el pavimento de Mosaico, la Estrella de Bendición y el Dentado o Taraceado borde. El pavimento de Mosaico es el bello entarimado de la Logia, la Estrella
de Bendición la gloria en el centro, y el Dentado o Taraceado borde la orilla alrededor
de la misma. El pavimento de Mosaico puede justamente considerarse como el bello
entarimado de una Logia, por estar abigarrado y variado. Esto nos enseña la diversidad
de objetos que adornan lo creado, tanto lo animado como lo inanimado.
La Estrella de
Bendición, representa al Sol, que ilumina la Tierra, y por su benigna influencia derrama
sus bendiciones sobre toda la humanidad. El Dentado o Taraceado borde nos muestra a
los planetas, quienes en sus revoluciones forman un bello borde u orilla alrededor del
gran luminar, el Sol, de la misma manera que éste lo hace alrededor de una Logia masónica.
El mobiliario de la Logia consiste del Volumen de la Sagrada Escritura, el
Compás y la Escuadra; la Sagrada Escritura gobierna y rige nuestra Fe, y sirve para
juramentar a nuestros candidatos; así como el Compás y la Escuadra unidos gobiernan
nuestras vidas y acciones.
La Sagrada Ley fue enviada por Dios a los hombres en general, el Compás pertenece al Gran Maestro y la Escuadra a toda la Comunidad.
Las Joyas de la Logia son tres movibles y tres inamovibles. Las tres movibles son la
Escuadra, el Nivel y la Perpendicular (o Plomada).
Entre masones operativos la Escuadra sirve para probar y ajustar los ángulos rectangulares y asiste a traer la materia tosca
a su debida forma; el Nivel sirve para nivelar y probar horizontales; y la Perpendicular
para probar y ajustar perpendiculares, mientras son fijadas sobre sus debidas bases.
Entre masones libres y aceptados, la Escuadra nos enseña moralidad, el Nivel igualdad
y la Perpendicular rectitud de vida y acciones. Se las llaman movibles porque son usadas por el Maestro y sus Vigilantes, y son transferidas a sus sucesores en noches de
instalación.
El Maestro se distingue por la Escuadra, el Primer Vigilante por el Nivel, y el Segundo
Vigilante por la Plomada. Las Joyas inamovibles son el caballete, la piedra tosca y la
piedra cúbica. El caballete sirve al Maestro para trazar y designar; la Piedra bruta sirve
al Aprendiz para trabajar sobre ella; y la cúbica la usa el hábil Compañero para probar y
ajustar sus herramientas. Se las llaman inamovibles porque están en sitio fijo y visible
en la Logia para estudio de los hermanos.
Así como el caballete sirve al Maestro para trazar y delinear, como guía a los hermanos
para terminar sus trabajos con regularidad y esmero, de la misma manera el Volumen
de la Sagrada Ley puede justamente considerarse como el caballete espiritual del G∴
A∴ D∴ U∴, en el cual hay trazadas todas las leyes Divinas y planos, que si estuviéramos versados en ellas y las practicáramos, nos llevarían a una mansión etérea de eterna gloria.
La piedra bruta es una piedra como recién sacada de la cantera, hasta que por
la industria y habilidad del obrero es modelada, labrada y dejada servible para la edificación de la estructura; ésta representa al hombre en su estado infantil o primitivo, rudo
y sin pulimento como esa piedra, hasta que con el cuidado y atención de sus padres o
tutores, dándole una educación virtuosa y liberal, su mente es cultivada, y lo hacen digno de pertenecer a la sociedad civilizada.
La piedra perfecta es una piedra de un verdadero dado o perfectamente cuadrada, dispuesta a ser probada solamente por la Escuadra
y el Compás; ésta representa al hombre en el declive de su vida, después de una vida de
piedad y virtud, que no puede ser probada de otra manera más que por la Escuadra de la
palabra de Dios y el Compás de su misma conciencia.
En toda Logia regular, debidamente formada y bien constituida, hay un punto dentro de
un círculo alrededor del cual los Hermanos no pueden errar; este círculo se halla comprendido y rodeado de Norte a Sur por dos grandes líneas paralelas; una representa a
Moisés, y la otra al rey Salomón; en la parte alta de este círculo descansa el Volumen
de la Sagrada Ley, que sostiene la Escala de Jacob, cuya parte superior alcanza el Cielo;
y si estuviéramos tan versados como ese sagrado libro, y tan adheridos a las doctrinas
contenidas en él, como esas dos líneas paralelas están, nos conduciría a Él, quien no nos
engañaría ni tampoco Él sufriría decepción.
Al pasar alrededor de este círculo, tenemos
por necesidad que tocar ambas líneas paralelas, de la misma manera sobre el Volumen
de la Sagrada Ley; y mientras un masón se mantenga dentro de este círculo no puede
equivocarse.
La palabra Lewis denota fuerza, y está representada aquí por ciertas piezas metálicas
introducidas en la piedra a cola de pato, formando una grapa y en combinación con
alguno de los sistemas mecánicos, tales como un sistema de poleas; el masón operativo
puede levantar grandes pesos hasta ciertas alturas sin gran esfuerzo y fijarlas sobre sus
propias bases.
Lewis, asimismo, denota el hijo de un masón; su obligación hacia sus
padres es soportar el trabajo y fatigas del día, que ellos debido a su edad deben ser exceptuados, asistirlos en sus necesidades y así hacer que sus últimos días sean felices y
confortables; el privilegio que con esto adquiere es el de ser iniciado en nuestra orden
antes que cualquiera otra persona, por muy digna que sea.
Pendiente de los cuatro ángulos de la Logia hay cuatro borlas que aluden a las cuatro
virtudes capitales, que son: Templanza, Fuerza, Prudencia y Justicia, todas las cuales,
según las antiguas tradiciones, fueron constantemente practicadas por una gran mayoría
de nuestros antiguos hermanos. Los distintivos característicos de un buen masón, son:
Virtud, Honor y Misericordia, y puedan éstos siempre ser hallados en el pecho de un
masón.
El Símbolo y El Rito Masónico de la Cadena de Unión
La cadena de unión es sin duda alguna uno de los símbolos más significativos de entre
todos los que decoran la Logia masónica. Se trata de un cordel que rodea todo el Templo por su parte superior. Esta situación en lo “alto” le da una connotación celeste, confirmada por los doce nudos que aparecen de trecho en trecho a lo largo de todo el cordel, los cuales simbolizan los doce signos del zodíaco.
Esos nudos se corresponden,
además, con las doce columnas que excepto por el lado de Oriente también rodean el
recinto de la Logia. Cinco de esas columnas están situadas en el lado de Septentrión,
otras tantas a Mediodía, y las dos restantes -las columnas J y B- a Occidente (esto es
erróneo, las columnas J y B se encuentra fuera del Templo, por ello las columnas son: 6
a septentrión y 6 a Mediodía).
Para comprender esta simbólica habría que tener en cuenta que la Logia es, ante todo,
una imagen del mundo, y como tal debe existir en ella una representación de lo que
constituye el “marco” mismo del cosmos, que es propiamente el zodíaco.
Muchos recintos o santuarios sagrados –al igual que las ciudades edificadas según las reglas de la
arquitectura tradicional–, siendo la proyección en la tierra del orden celeste, están de
una u otra manera “enmarcados” por las constelaciones zodiacales.
Es el caso, por
ejemplo, del Ming-Tang chino, del Templo de Jerusalén (y su arquetipo la Jerusalén Celeste), de muchas fortalezas templarias, y en construcciones tan antiguas como puedan ser el crómlech megalítico de Stonehenge.
Asimismo, los masones operativos, y en
general los artesanos constructores de cualquier sociedad tradicional, se servían de un
cordel para determinar la posición correcta de los Templos o catedrales, que siempre y
de forma invariable, estaban orientados según las direcciones del espacio señaladas por
los cuatro puntos cardinales, exactamente igual que la Logia.
Ahora bien, como menciona René Guénon, “... entre las funciones de un 'marco' quizá la principal es mantener
en su sitio los diversos elementos que contiene o encierra en su interior de modo de
formar con ellos un todo ordenado, lo cual, como se sabe, es la significación misma de
la palabra 'cosmos'.
Ese 'marco' debe, pues, en cierta manera, 'ligar' o 'unir' esos elementos entre sí, lo que está formalmente expresado por el nombre de 'cadena de unión',
e inclusive de esto resulta, en lo que a ella concierne, su significación más profunda,
pues como todos los símbolos que se presentan en forma de cadena, cordel o hilo (todos
ellos símbolos del eje) se refieren en definitiva al sutratma”.
Por consiguiente, la cadena de unión masónica vendría a significar, considerada desde el punto de vista metafísico, exactamente lo mismo que la “cadena de los mundos”: un símbolo que resume el
conjunto de todos los estados, seres y mundos que conforman la manifestación universal, los cuales subsisten y están ligados entre sí por el “hilo de Atma” (sutratma), es
decir, por su hálito o espíritu vivificador.
Por otro lado, la cadena de unión es también la cuerda anudada (o houppe dentelée) que
aparece figurada en los cuadros de Logia masónicos, y concretamente en los pertenecientes a los grados de Aprendiz y de Compañero. La significación simbólica de dicha
cuerda es idéntica a la de la cadena de unión, pero, al mismo tiempo, y vinculado específicamente con el simbolismo del cuadro de Logia, habría que considerar también otro
aspecto importante de ella: el que tiene como función “proteger”, además de “unir” y de
“ligar”, los símbolos y emblemas que aparecen dibujados en el cuadro, el que es considerado como un espacio sacralizado, y, por tanto, inviolable.
En este sentido, la idea de
“protección” está incluida en el simbolismo de los nudos y las ligaduras, que por sus
formas respectivas recuerdan el trazado de los dédalos y laberintos iniciáticos. En la
simbólica universal, el laberinto, además de estar relacionado con los “viajes” y las
pruebas iniciáticas, también tiene como función la defensa y protección de los lugares
sagrados o centros espirituales, impidiendo el acceso a los mismos a los profanos que
no están cualificados para recibir la iniciación.
Pero la defensa se extiende igualmente
(y podríamos decir que principalmente) a impedir el acceso a las influencias sutiles del
psiquismo inferior, que por su carácter especialmente disolvente representan un claro
peligro que ha de ser controlado y evitado a toda costa, pues por medio de esas influencias se introducen determinadas energías maléficas y caóticas destinadas a destruir, o en
el mejor de los casos a debilitar, a los propios centros espirituales y a las organizaciones
tradicionales ligados a ellos, y consecuentemente a impedir en lo posible la comunicación con las influencias verdaderamente superiores, de las que esos centros y organizaciones han sido -y son- precisamente el soporte.
Y al hilo de esta última reflexión, quizá
no estaría de más señalar los peligros de disolución (o de petrificación, pues para el
caso es lo mismo) que en la actualidad acechan a la Masonería, ya que es a todas luces
evidente que esta organización tradicional se ha visto sometida a una paulatina extirpación de la dimensión iniciática y esotérica de sus símbolos y sus ritos.
Y lo que es tal
vez más lamentable es que esa acción ha sido llevada a cabo muchas veces por masones
que no han comprendido que es precisamente gracias a esos símbolos y ritos (revelados
en el origen y transmitidos a lo largo del tiempo) que la Orden masónica adquiere su pleno sentido, pues ellos constituyen sus señas de identidad, lo que dicha Orden es en sí
misma, y no podría dejar de ser, a menos de quedar totalmente desvirtuada y vacía de
contenido esencial.
Para que esa situación no llegue a ser irreversible, pensamos que se
hace necesario que los masones de espíritu tradicional (esto es, aquellos que consideran
que la Masonería pertenece y es una ramificación de la Tradición Primordial y, por tanto, una vía de realización al Conocimiento) restituyan de nuevo el sentido cosmogónico
y metafísico de su legado simbólico-ritual, empezando por considerar que la cadena de
unión es, efectivamente, el “marco” celeste que delimita, separa y protege el “mundo de
la luz” del “mundo de las tinieblas”, lo sagrado de lo profano.
Además de la cuerda anudada que rodea la Logia y el cuadro, existe un rito en la Masonería que también recibe el nombre de cadena de unión. Se trata de aquel que está constituido por el entrelazamiento que forman las manos, con los brazos entrecruzados, de
todos los integrantes del Taller, lo cual, precisamente, tiene lugar alrededor del cuadro
de la Logia y de los tres pilares de la Sabiduría, la Fuerza y la Belleza momentos antes
de clausurar los trabajos.
En primer lugar, habría que decir que la cadena de unión es
uno de los ritos masónicos que más directamente aluden a la fraternidad masónica, la
que, en efecto, está sustentada en los lazos de armonía y concordia que entre sí ligan a
todos los masones.
De ahí el por qué a los nudos de la cuerda anudada también se les
denomine “lazos de amor”, pues el amor, entendido por lo más alto, es la fuerza que
concilia los contrarios y resuelve todas las oposiciones en la unidad del Principio. Dicha fraternidad representa, por tanto, el fundamento mismo sobre el que se apoya la
propia organización iniciática y tradicional.
En este sentido, el entrelazamiento de manos y brazos configura una trama cruciforme que evoca la imagen de una estructura
fuertemente cohesionada y organizada.
Pero este rito se realiza, fundamentalmente, para dirigir una invocación al Gran Arquitecto, siendo en esa invocación donde reside su sentido profundo y su razón de ser. Por
ello, prescindir de la invocación, como sucede en muchas Logias actuales por el mero
hecho de ignorarla o por considerarla un trasnochado anacronismo, provoca inevitablemente el empobrecimiento del propio rito, quedando éste, en consecuencia, reducido
prácticamente a casi nada.
Sin embargo, en la antigua Masonería operativa, la invocación formaba parte constitutiva del rito y de los trabajos simbólicos; y precisamente ella
se realizaba en la cadena de unión y alrededor del cuadro de la Logia, con lo cual se
confirma el papel verdaderamente "central" que este último ha desempeñado siempre
en la Masonería.
Por lo general, la cadena de unión comienza y termina en el Venerable Maestro, y es él,
como máxima autoridad de la Logia, el que dirige la invocación al Gran Arquitecto.
Veamos a continuación un ejemplo de ésta según es de uso todavía entre algunos Ritos
masónicos que han seguido conservando parte del legado operativo: “¡El Arquitecto
Supremo del Universo! ¡Fuente única de todo bien y de toda perfección! ¡Oh Tú!
Que
siempre has obrado para la felicidad del hombre y de todas Tus criaturas; te damos gracias por Tus paternales beneplácitos, y te conjuramos para que los concedas a cada uno
de nosotros, según Tus consideraciones y según nuestras necesidades. Esparce sobre
nosotros y sobre todos nuestros Hermanos Tu celeste Luz. Fortifica en nuestros corazones el amor hacia nuestras obligaciones, a fin de observarlas fielmente. Que puedan
nuestras reuniones estar siempre fortalecidas en su unión por el deseo de Tu placer y
para hacernos útiles a nuestros semejantes.
Que ellas sean por siempre la morada de la
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paz y de la virtud, y que la cadena de una amistad perfecta y fraterna sea en lo sucesivo
tan sólida entre nosotros que nada pueda alterarla. Así sea”.
Por consiguiente, y según se desprende de esta oración masónica, la unión encadenada
y fraterna se convierte en el soporte horizontal y psicosomático (terrestre), sobre el que
“descenderá” –estimulada por la plegaria– los beneplácitos (bendiciones) de la influencia espiritual o supraindividual –“Tu celeste Luz”–, posibilitando así una vía de comunicación axial entre el cielo y la tierra, o, como se dice en lenguaje masónico, entre la
Logia de lo Alto y la Logia de Abajo.
Es decir, que a través de la invocación lo que se
pretende esencialmente es la comunicación con las energías celestes (las Ideas o atributos creadores del Arquitecto universal) cuya acción espiritual ha conformado –y conforma permanentemente– la realidad simbólica, ritual y mítica (es decir, cosmogónica y
metafísica) de la organización iniciática.
Al mismo tiempo, en el rito de la cadena de unión se concentra la entidad colectiva
constituida por todos los antepasados que realmente participaron de la Tradición y su
conocimiento, y de los que se dice moran en el “Oriente Eterno” (la Logia celeste).
Dicha entidad se hace una en comunión con sus herederos actuales, esto es, con los masones que habiendo recibido y comprendido (en la medida que sea) el mensaje de su legado tradicional, contribuyen hoy en día a mantenerlo vivo y actuante.
En este sentido, la
cadena de unión también está simbolizando la cadena iniciática de la tradición masónica (y por analogía la de todas las tradiciones), cuyo origen es inmemorial, como lo es
asimismo el mensaje que ella ha ido transmitiendo a lo largo del tiempo y de la historia.
Las individualidades, o mejor, la idea de lo individual y lo particular que cada componente de la cadena pudiera tener de sí mismo, desaparece como tal para formar un solo
cuerpo que vibra y respira a una misma cadencia rítmica.
La cadena de unión deviene
así un círculo mágico y sagrado donde se concentra y fluye una fuerza cósmica y teúrgica que asimilada por todos y cada uno de los integrantes de la misma les permite participar del verdadero espíritu masónico y de su energía salutífera y regeneradora.
No es
entonces de extrañar que durante el transcurso del rito de la iniciación, el neófito reciba
simbólicamente la “luz” integrado en la cadena de unión, lo cual es perfectamente coherente en una tradición en la que el rito y el trabajo colectivo desempeñan una función
eminente como vehículos de transmisión de la influencia espiritual.
La Escuadra
El Simbolismo Masónico.
Trataremos la Escuadra como un símbolo y como tal es la representación de una idea o
conjunto de ideas, que expresan una doctrina de vida, que cada uno de nosotros la elabora en la teoría y tiene el reto de llevarla a la práctica sobre la base de los diversos
simbolismos que encontramos en éste símbolo. En la Escuadra hallamos simbolismos
simples y generales, como también significados particulares de acuerdo a cómo la encontremos.
Para el efecto, analizaremos su significado como joya, como una de las tres luces y como instrumento de trabajo; en éste último caso tendremos que dividir el análisis entre el
instrumento operativo y el instrumento de inspiración especulativa, para concluir en
una síntesis operativo-especulativa que será la base para afrontar el tema capital que es
la manifestación de la Escuadra en nuestras acciones.
Para expresar la importancia que tiene el simbolismo masónico, cedemos la palabra a
Aldo Lavagnini y decimos con él que: “Así como las cifras constituyen el lenguaje de
la matemática, los emblemas arquitectónicos y los instrumentos de la construcción, lo
mismo que otros símbolos iniciáticos de distinto origen que nos conserva la tradición,
forman el lenguaje masónico, entendido para expresar el Arte Real de la Vida.
Todo
instrumento Manual representa un correspondiente instrumento interior o facultad, que
es, al mismo tiempo, un principio cósmico y humano... Además, tiene una enseñanza
práctica, moral y operativa, que puede constantemente aplicarse a la vida, para elevarla,
ordenarla y ennoblecerla, resolviendo armónicamente todo aparente conflicto y desarmonía en las relaciones del individuo con su medio y con el mundo en general”.
La Escuadra en el alfabeto.
A manera de ejemplo de los significados generales de la Escuadra, podemos encontrarlos en algo sumamente sencillo y básico, el alfabeto. Allí se encuentra la Escuadra y allí
comienzan sus mensajes.
Nuestra letra “C” corresponde a la tercera letra del alfabeto griego, en el cual toma el
nombre de “gamma” y tiene el sonido de la G, siendo su forma la de una Escuadra, al
igual que en los alfabetos fenicio y etrusco. Simboliza la unión de dos principios, el
masculino representado por la vertical y el femenino representado por la horizontal. Su
significado general es el de rectitud.
La letra “E” en su forma fenicia primitiva, de la que deriva, parece la repetición de tres
escuadras en una línea, lo cual nos recuerda los tres pasos en escuadra de la marcha del
Aprendiz.
En cualquier letra que se halle la Escuadra, simboliza las ideas de juicio y rectitud, tal
es el caso de la letra “L” latina, que, además, es la inicial de Logia.
La Escuadra como joya.
Es decir, como símbolo de un oficio, de un cargo y en éste caso, dado que la lleva el
Venerable Maestro, como símbolo de su gobierno, toma una interpretación propia con
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respecto a las características que debe tener éste gobierno y las normas por las que se
debe guiar quien dirige los trabajos Logiales.
Cuando el Venerable Maestro la lleva pendiente de su collar, la Escuadra toma el nombre de Joya de Oficio, designándolo como el representante y conductor de la Logia e
indicándole que debe tener un solo juicio, el de los Estatutos de la Orden y que debe
actuar de una sola manera, de acuerdo al Bien.
Se la llama Joya Móvil, pues regula las acciones de la vida y también porque el Venerable Maestro la transmite a su sucesor cuando se posesiona del cargo. También se la ha
denominado Joya Fija, puesto que siempre está en un mismo lugar, en el Oriente.
Llevada por el Venerable Maestro es un instrumento de gobierno, lo cual se remonta a
Osiris en la Sala del Juicio, sentado sobre la Escuadra, juzgando si las almas son lo suficientemente perfectas como para proseguir su camino.
En este sentido la Escuadra
simboliza el fundamento de la Ley eterna y surge la idea de actuar sobre la Escuadra, es
decir, con justicia hacia los demás.
En la Escuadra se unen la Joya del Segundo Vigilante que es la plomada y simboliza la
verticalidad y la Joya del Primer Vigilante que es el nivel y simboliza la igualdad.
La
vertical o perpendicular es símbolo del principio activo o masculino, y la horizontal o
nivel, del principio pasivo o femenino; su unión genera un principio diferente, que pone
en acción a los dos principios anteriores, logrando la armonía, el ritmo y el movimiento.
Además, la Escuadra simboliza la rectitud y actúa como un instrumento de control del
trabajo realizado por el cincel y el martillo, tiene, por tanto, una función directora y por
eso se llama “Escuadra del recto juicio”. Simboliza la Sabiduría y por lo tanto es el instrumento adecuado de quien dirige los trabajos del Taller, y así como es necesaria la
perfecta coordinación del cincel, el martillo y la Escuadra, también es necesaria una
perfecta coordinación del Venerable Maestro y de los Vigilantes, para que sean eficaces
los trabajos de la Logia.
La Escuadra como una de las tres luces.
Es uno de los símbolos de las luces que deben iluminar nuestros trabajos; concretamente es la segunda de las tres grandes luces que iluminan la Logia, junto con el Compás y el Volumen de la Ley Sagrada. Simboliza la rectitud moral, razón por la cual sus
lados son rígidos y de ahí la expresión de “vivir según la Escuadra”.
El ángulo recto de
la Escuadra está dirigido hacia abajo o hacia Occidente, simbolizando la fijeza, estabilidad y aparente inexorabilidad de las leyes físicas, gobernantes del mundo del Occidente
o de la materia. Su ángulo siempre es de 90 grados, emblema de la lucha, los contrastes
y las oposiciones del mundo sensible y de las desarmonías exteriores a resolverse una
vez enfrentas en la armonía del reconocimiento de su unidad interna.
Es la Escuadra de
la razón, de la inteligencia concreta y racional, la que marca los límites fijados por sus
leyes, las de la Logia y el juicio, con un determinismo del cual aparentemente no podemos escapar. Por eso, debemos profundizar en el estudio del mundo objetivo y su
realidad, y no contentarnos con un examen superficial exterior, con el fin de rectificar
nuestra visión y los esfuerzos de nuestra inteligencia para llegar a la Verdad, libres de
la ilusión. Simboliza también la medida que hace que nuestras acciones estén conformes con la Verdad y la Virtud.
Según los principios de base para el reconocimiento de una Gran Logia, emitidos para
su particular aplicación por la Gran Logia de Inglaterra, en Declaración de 4 de septiembre de 1.929 –adoptada por la mayor parte de las Grandes Logias Regulares–, la
Escuadra es una de las Tres Grandes Luces de la Francmasonería, las que deberán ser
siempre expuestas en los trabajos de la Gran Logia y en los de las Logias de su obediencia.
Por tanto, es uno de los utensilios sin los cuales una Logia no puede actuar
legalmente y en este sentido sirve para regular las acciones de los masones.
Para la Masonería Regular, al abrir el Volumen de la Ley Sagrada se simboliza la manifestación del Ser Universal, expresando, para los creyentes, que no hay nada que no sea
Dios.
Al sobreponer la Escuadra, ella, en este caso, simboliza la materia y sirve para interpretar la Ley de acuerdo a las facultades inteligentes y para medir su alcance, pues la Escuadra simboliza el criterio de la razón: su rigidez impide salirse del ángulo recto y así
el juicio debe enmarcarse en un criterio claro y determinado, propio de la mente conciente y racional.
Se considera que originalmente, en Egipto, la Escuadra fue un cuadrado, del cual ahora
está representado solo uno de sus ángulos. El cuadrado representaba la personalidad.
Estos utensilios estaban destinados a auxiliar al hombre en su camino y el cuadrado
significaba la utilidad de tomar en consideración los hechos y también la idea del valor
del sentido común; así, los hechos habían de ser conocidos y estudiados con sentido
común.
La Escuadra, en cuanto Luz, nos sirve para regular las acciones de la vida. Está sobre el
Ara para recordarnos la equidad a que deben ajustarse nuestras acciones y los deberes
para con nuestros semejantes, por lo que constituye un permanente recordatorio de la
necesaria rectitud del hombre que ambiciona reformas sociales y que tiene elevados
ideales.
En el Primer Grado cubre el Compás, en éste caso simboliza la materia, el pasivo, la tierra, el Occidente, aspectos que en el Primer Grado predominan aún.
La Escuadra como instrumento operativo.
En tumbas de arquitectos de la Edad Media se encuentran los símbolos de la Escuadra y
el Compás entrelazados, señal de una época operativa.
Un gremio respetable era el de
los masones, dedicados a construir catedrales; ellos se reunían en Logias y utilizaban
los instrumentos propios de la construcción, entre ellos la Escuadra. Por esto, a la Escuadra la encontramos en las iglesias como emblema de sus constructores.
Se afirma que en el Antiguo Egipto la Escuadra era conocida con el nombre de Neka y
se la encuentra en muchos Templos y aún en las pirámides, siendo utilizada para escuadrar piedras: con ella se comprobaban los lados adyacentes de una piedra llana para ver
si formaban ángulo recto.
Construir con la Escuadra significaba construir para siempre.
La piedra sola, aislada, aún la más bella, no tiene por sí sola sentido arquitectónico;
tiene que ajustarse a las demás piedras para formar una construcción según ciertas normas de equilibrio y belleza.
El trabajo de la piedra requiere del cincel y del martillo, pero la Escuadra sirve de guía
y medida en el trabajo, pues con ella se puede comprobar la rectitud, para lograr la piedra rectangular destinada a formar parte del edificio.
Así, la acción del cincel y el martillo debe ser comprobada y dirigida por la Escuadra.
Se comprueba que los lados de la piedra forman ángulo recto para que la pared que se
construya sea perpendicular, fuerte y segura.
La obra consiste en convertir la piedra
bruta en piedra cúbica. Si no se logra esto, es difícil que se junte en debida forma con
las demás piedras del edificio, pues siempre quedará algún hueco o protuberancia que
impedirá el ajuste perfecto, esta piedra no servirá para la construcción de un edificio de
tal naturaleza en que todas las piedras deben estar perfectamente ajustadas.
La Escuadra como instrumento de inspiración especulativa.
La tarea simbólica del Aprendiz es desbastar la piedra bruta, o sea, su propio ser, su
propia imperfección. Tiene como instrumento para este trabajo el martillo, que representa la voluntad; el cincel, que representa la inteligencia; y la Escuadra, que simboliza
el juicio comparativo entre la realidad y el objetivo. De esta manera se pasa de una
construcción material a una construcción interna y espiritual.
El nuevo objetivo viene a
ser el perfeccionamiento del ser humano por medio de sus realizaciones y para expresar
esto cobra sentido la frase “hacer cúbica la piedra bruta”.
Nuestra vida es la constante construcción de un Templo simbólico. La Escuadra nos
sirve como medida a fin de que nuestra voluntad e inteligencia obren de acuerdo a las
normas y criterios ideales.
Por medio de ella podemos constatar que aquello que estamos realizando responde al ideal propuesto, y si es preciso nos sirve para rectificar y
reencaminarnos hacia la meta trazada. En este caso la Escuadra simboliza la ley, la justicia, su ángulo recto constituye una norma de rectitud, que logra la armonía con los
demás y el progreso por el camino correcto.
Tiene pues, una función directora del trabajo realizado.
La Escuadra, así como se la utilizaba para escuadrar las piedras, se la utiliza simbólicamente para escuadrar nuestra conducta, por tanto, una conducta guiada por la Escuadra
debe caracterizarse por la probidad, pureza física, emocional y mental, rectitud y justicia, benevolencia y caballerosidad, en síntesis por “hacer a los demás lo que quisiéramos que con nosotros se hiciese”.
Ejemplos del carácter simbólico y especulativo de la Escuadra los hallamos en una Escuadra de metal encontrada en Irlanda, que tiene grabado el año 1.575 y la siguiente
leyenda: “Me esforzaré en vivir con amor y solicitud sobre el nivel por medio de la
Escuadra” y en una inscripción persa que dice: “¡Oh Escuadra! Te utilizaré de modo
que no quede olvidada piedra alguna a propósito para colocarla en la pared”.
El ángulo recto de la Escuadra simboliza el perfecto criterio, moral e intelectual. Si no
es recto, nuestra visión interna será o bien aguda o bien obtusa. Aguda, en que el análisis crítico es llevado al extremo. Obtusa, que descuida los aspectos particulares de cada
problema.
Es, por tanto, necesaria una visión recta en la que todo aparezca en su lugar y
ocupe el que le corresponde.
Especulativamente la Escuadra es, en esencia, un instrumento de medida que nos sirve
para construir en el mundo moral e intelectual. Con ella se logra la rectitud del juicio, fruto de la justa percepción que nos da la plomada y de la recta visión íntima que nos da
el nivel.
Si no conseguimos la rectitud que trata de lograr la Escuadra en nuestra simbólica piedra, siempre habrán asperezas y vacíos con relación a los demás seres humanos,
las otras piedras simbólicas, y no podrá construirse el gran Templo simbólico de la armonía universal.
La Escuadra como síntesis operativo-especulativa.
Hemos visto a la Escuadra como instrumento de trabajo, concretamente como instrumento de medida y control, desde el punto de vista operativo, cual la utilizaron los
gremios constructores, y luego como una gran alegoría de la construcción simbólica y
su utilización moral que la hemos descrito al tratarla ya no como instrumento operativo
sino como instrumento interpretado especulativamente.
Estos dos puntos de vista podrían ser la tesis y la antítesis, lo real y lo ideal.
Pero es necesario buscar una síntesis, que tenga las mejores características de lo operativo y de lo especulativo. Una síntesis que debe poner en ejecución el ideal especulativo, volviendo según los principios de la dialéctica, al punto donde se empezó, pero
remozado, perfeccionado, visto en una perspectiva superior. Esta síntesis debe tener un
nuevo carácter operativo, el que constituya un verdadero reto: llevar a la práctica el
ideal especulativo, puesto que un ideal sin efectiva realización pierde su valor.
El reto de llevar a la práctica nuestro ideal de perfectibilidad, “de hacer cúbica la piedra
bruta”, es una labor diaria en que la Escuadra juega un importante papel, en especial
midiendo nuestros pensamientos. Hay que pensar rectamente de conformidad con la
Escuadra del juicio, dirigiendo las reflexiones hacia lo verdadero, lo bueno y lo bello;
así, es correcto el pensamiento si es constructivo y positivo. Hay que desechar los pensamientos ilusorios, negativos e inarmónicos.
Debemos utilizar la Escuadra como instrumento de racionalidad con el cual conozcamos la verdad y la apliquemos constructivamente a las necesidades de la existencia, y
para ello utilizamos la Escuadra para rectificar nuestros pensamientos.
Es necesario rectificar nuestros puntos de vista, aspiraciones y deseos, con la Escuadra
de la razón y del discernimiento espiritual para buscar la verdad.
Por ello, si nuestro
camino de vida y objetivos está señalado longitudinalmente por la regla, su anchura,
que representa nuestra amplitud de visión y la extensión de nuestros esfuerzos y actividades, la obtenemos con la utilización de la Escuadra con la regla.
Manifestación de la Escuadra en nuestras actuaciones.
Con respecto a la forma correcta de utilizar nuestras palabras y de efectuar nuestras
acciones, la Escuadra tiene una importancia muy grande, con la ventaja de que ella se
nos representa para recordarnos sus mensajes, o más bien, nosotros la representamos.
La Escuadra debe usarse para medir nuestras palabras.
Lo hacemos así en el signo de
orden del Aprendiz, junto a la garganta, para medir nuestras expresiones de acuerdo a
lo más elevado de nuestros ideales y sentimientos, evitando de esta manera, que lleguemos a expresar lo negativo e inconveniente, los juicios erróneos y superficiales, las
pasiones y lo ilusorio, evitando las críticas que no sean constructivas y cualquier expresión que no esté encaminada hacia el Bien y la Verdad.
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También nos recuerda que, en muchas ocasiones, más importante que hablar bien es
saber callar.
El cómo deben ser nuestras actuaciones está representado en la marcha del Aprendiz,
que parte de la posición inicial de los pies cuando estamos al orden: éstos forman Escuadra. Luego, cada adelanto del pie izquierdo, que simboliza la inteligencia o comprensión de la verdad, es seguido por igual adelanto del pie derecho que simboliza la
aplicación práctica de dicha verdad. Ambos, cuando se juntan, forman Escuadra, surgiendo un resultado justo, como fruto de una aplicación armónica de la inteligencia y la
voluntad.
Cuando la marcha es hacia el Ara, el juntar los pies en Escuadra implica que la rectitud
es necesaria si se quiere llegar a la ciencia y la virtud y que para caminar hacia la verdad debe ceñirse la marcha a la rectitud y justicia que nos muestra la amplitud del camino recorrido con la Escuadra.
En general, los signos de los francmasones se hacen por la Escuadra, puesto que en
nuestros actos debemos inspirarnos en las ideas de justicia y equidad.
Por último, cuando en el Rito Escocés, al cerrar los trabajos, el Venerable Maestro pregunta: ¿Cómo se separan los francmasones?, el Hermano Segundo Vigilante contesta
que sobre la Escuadra y el Venerable Maestro explica que así lo hacemos para demostrar que nuestros actos deben ser siempre justos y rectos (no está incluido en nuestro
Ritual).
Y esto es así, puesto que a pesar de que los trabajos de la Logia van a cerrarse y
nos separaremos físicamente, lo hacemos sobre la Escuadra, es decir, con un ajuste perfecto, de tal manera que el interés de cada hermano es el de todos, estemos presentes o
ausentes, sin egoísmo ni olvido, puesto que todos somos hermanos.
El objetivo muy concreto de lograr una síntesis operativo especulativa del mensaje que
nos trae la Escuadra y lograr que éste se concrete en la práctica de nuestro diario vivir,
podríamos incluso graficarlo, empezando a construir.
Un brazo de la Escuadra puede
ser la tesis operativa, el otro, la antítesis especulativa, o viceversa, y el espacio a llenar
entre ellos es el que nos toca trazar, formar poco a poco con nuestra recta actitud, esa
línea igual de recta que será la síntesis y que nos dará como resultado la figura básica,
el triángulo, nuestra primera construcción geométrica bidimensional, máxima en el grado de Aprendiz, y así podríamos afirmar con el hermano Ward: “El beneficio espiritual
que un individuo recibe de la Masonería está en exacta proporción del deseo y capacidad para comprender su interno significado”.
El simbolismo de la Escuadra en la Antigüedad.
Hoy, dentro y fuera de la Masonería, encontramos algunos autores que otorgan un origen históricamente reciente a los símbolos y elementos iniciáticos de la Orden. Pero si
profundizamos en el fluir de la historia y del pensamiento, observaremos cómo una
cadena sutil prolonga a través de los tiempos, los símbolos, ritos y significados tradicionales, hasta hacerlos coincidir con el inicio de la civilización. El objeto que ocupa
esta plancha es la Escuadra, elemento de destacada importancia entre los símbolos de la
Masonería, y a la cual encontramos repetitivamente representada en el arte y la liturgia
egipcia, la filosofía pitagórica, los colegios de constructores romanos y los gremios
medievales, de los que deriva directamente nuestra Orden.
Para nosotros hoy, la Escuadra, utilizada en las iniciaciones, en el emblema de la Orden y como joya distintiva de
Venerable Maestro, preside junto al Compás y al volumen de la Ley, la apertura de los
trabajos, constituyendo las Tres Grandes Luces. Es el símbolo de la fijeza, la rectitud y
la inexorabilidad de las leyes del mundo.
Construida en madera o metal, con sus brazos
de igual longitud, los cuales forman un ángulo de 90º, el cual corresponde a la cuarta
parte de una circunferencia y a la mitad de un cuadrado, también es la mitad de la Cruz,
la cual inscrita en un círculo representa astrológicamente al planeta Tierra, indicándonos con ello la dimensión material, fija y pasiva del Microcosmos, frente a la dimensión
espiritual, móvil y activa del Macrocosmos que representa el Compás.
La Escuadra nos
permite trazar los ángulos rectos y las perpendiculares, uniendo así una línea horizontal
con una vertical; es pues la unión de lo alto y lo bajo, el cielo y la tierra, la Cruz, al fin
y al cabo. Símbolo de la materialidad terrestre, dentro de ella representa por un lado la
lucha y la unión de los contrarios, pero por otro es fundamentalmente el símbolo de la
Ley Moral, La Tolerancia, el Equilibrio y la Armonía que debe inspirar en el mundo
toda relación humana. En la obra que sobre la piedra bruta debe realizar el iniciado,
para poder transformarla en cúbica, la Escuadra nos permite angularla y cubicarla perfectamente, para que así pueda ensamblarse junto con las otras piedras en el edificio
simbólico que estamos levantando A La Gloria Del Gran Arquitecto Del Universo.
Sin
el uso de la Escuadra, las piedras no tendrían estabilidad y esta labor sería imposible de
realizar. Junto a las otras dos Grandes Luces, representa el arbor mundi de la Cábala,
en cuya correspondencia representaría la columna de la Justicia. Si rastreamos su origen, podremos observar como ya aparece representada en Egipto, donde unos la asocian, junto con el nivel, al Demiurgo dios Ptah, y otros a su hija, la diosa Ma'at, la Justicia y la Verdad. Egipto, profundo en el pensamiento espiritual, pero alejado del esquema filosófico del clasicismo griego, en cuanto vive inmerso en un universo mítico,
transformará los arquetipos, arcanos, ideas y misterios de la vida en dioses, pero será en
cambio el origen de numerosos rasgos distintivos de la cultura occidental, especialmente en su dimensión espiritual y esotérica.
Para los egipcios, junto con la creación
del mundo aparece una Verdad, una Regla Moral, un Orden, una norma genérica inscrita, un criterio de vida que hace posible la existencia del mismo, establecido por Osiris y Ra; estará representado por la diosa Ma'at la cual, junto a Thot (el Hermes griego),
hace funcionar minuciosamente el mundo, conservando las relaciones que existen entre
las cosas.
Así, la colocación de los hombres y de los dioses en el universo depende de
ella, lo mismo que las leyes, la justicia, la prosperidad, los impuestos, el poder político
y religioso, y todo cuanto existe en la creación, en la cual Ma'at es, al fin y al cabo, el
equilibrio y la rectitud necesaria para que el mundo no zozobre; unos y otros marchan
según su norma, y hasta Amón-Ra, el dios más poderoso de Egipto, tiene garantizada su
existencia gracias a Ma'at, a la cual pertenecen todas sus insignias protectoras.
De esta
manera Ma'at liga en sí misma de una manera indisoluble la existencia divina y las exigencias morales más profundas de la naturaleza humana, haciéndolas depender la una
de la otra, en la medida en que son ambas expresiones de la Verdad. Paralelamente integrada en una elaboración metafísica, Ma'at, como diosa, posee una particular iconología; bien la de una mujer sentada que lleva sobre su cabeza una pluma, destinada a escribir su nombre, bien la de un ojo, o también la de una mujer que porta una Escuadra
en la mano, o más simplificadamente sólo la pluma o la Escuadra.
Su lugar en el Templo egipcio estaba en lo más profundo del mismo, el lugar sagrado por antonomasia, el
Sancta Sanctorum, lugar donde el faraón ofrecía los sacrificios a los dioses, entre los
cuales la ofrenda a Ma'at era capital.
La visión que los egipcios tenían de Ma'at es clara
y a la vez sutil e indefinida. Para reconstruir ésta los modernos investigadores se han
tenido que valer más sobre sus representaciones rituales que sobre lo que hay definido
conceptualmente. Ma'at, hija del Demiurgo, se opone al desorden y al caos, del cual
surge el mundo ordenado y visible de la creación.
Para hacer perdurar este orden cósmico en lucha con las tinieblas, la diosa debe reinar sobre toda la creación. Esto no dependerá sólo y exclusivamente de las importantes ofrendas y del papel litúrgico del
faraón en el Templo y la Sociedad, o del sentido de la Justicia que tenga como gobernante, sino que dependerá en gran medida de que cada hombre, a su manera y en su
esfera debía, de acuerdo con sus posibilidades, someterse y conformarse a la Verdad,
representada por Ma'at, que en tanto fundamento mismo del universo y de la vida, podía ser conocida personalmente por cada individuo en el interior de su corazón. Ello
nunca sucedía como una actitud pasiva que se limita a no alterar el orden establecido,
sino por el contrario, el hombre debía trabajar y participar activamente en lo prescrito,
tanto en los deberes humanos y sociales como en el respeto de los preceptos religiosos.
Ma'at se relaciona con la vida, fuerza fundamental del Universo, junto a la cual hace
que el mundo exista.
Un texto de la época reza: “A partir de ahora la Ma'at se da a aquél que hace lo que es
amado, y la culpa a aquél que hace lo que es odiado.”
El que sigue esta norma hace bien y será amado y favorecido por el cielo. El que hace
lo contrario a Ma'at hace lo injusto, y por ello será odiado y condenado, en esta vida y
en la futura. El hombre, libre para actuar bien o mal, encontrará a Ma'at y a su deber en
fondo de su conciencia; sólo ella le ofrece una vida normal y segura.
Así pues, sólo
sobrevivirá el que actúa según la rectitud, pero para saber si su comportamiento está de
acuerdo con ella, debe apelar a la inteligencia y fundarse en la experiencia. La Ma'at,
como regla moral, guía la conducta de los hombres, y como norma social es la reguladora de la vida judicial y política del país. Por ello el faraón es la imagen visible de
Ma'at; el encargado de la justicia es el sacerdote de Ma'at y en el juicio de los juicios, el
de los muertos, Osiris será llamado el “Señor de la Ma'at”.
El Faraón, intermediario
entre el Cielo y la Tierra, también llamado el “pastor del país”, era el protector de su
pueblo, ya que era el responsable de coordinar las fuerzas naturales y sociales del mundo egipcio, garantizando así el bienestar de la humanidad a través de la defensa del orden cósmico, cuya esencia era la diosa Ma'at, la Justicia y la Verdad, en su triple sentido, Cósmico, Social y Ético.
Uno de los capítulos más importantes de “El libro de los
muertos”, el 125, está dedicado al juicio del alma en una sala llamada las “Dos Ma'at”,
y en el cual el corazón es colocado en uno de los platos de la balanza, y en el otro hay
una pluma o un ojo, ambos símbolos de la diosa, responsable en esta ceremonia final de
velar para que el difunto fuera “Veraz de Corazón y Palabra”. Ma'at, junto con Isis y
Osiris presidían los misterios iniciáticos egipcios, de los cuales en gran medida derivan
la mayoría de los misterios griegos y las religiones mistéricas romanas.
Cambiando de
escenario histórico, observaremos cómo para los pitagóricos el factor principal que definía los números en sus relaciones era el “gnomon” o Escuadra, la cual, aplicada a los
mismos en sus distintas combinaciones, permitía descubrir el sentido real que adoptaban, permitiendo así conocerlos en su consistencia interior. El gnomon relaciona la unidad con el ternario, formando ambos el cuaternario.
También el gnomon o Escuadra
formaba para los pitagóricos el llamado “Angulo de Equidad”. La Escuadra aparecerá
posteriormente en los sarcófagos funerarios romanos, y en algunos frisos, como el de
Pompeya, siempre asociada a los colegios de constructores de la edad clásica, de forma
similar a lo que sucederá en la Edad Media y Moderna, donde su uso se extenderá al
ámbito Heráldico y Arquitectónico.
Todo lo que hemos expuesto aquí, nos induce a
pensar en grandes áreas conceptuales de un símbolo tan capital como es la Escuadra, al
cual podemos fechar con bastante seguridad hacia el 2.500 a. d. C., rastreándolo hasta
nuestros días.
Tal vez como epílogo, y citando a Jean Saunier, podríamos decir:
“La Escuadra, nos enseña a dirigir nuestra vida y nuestros actos en conformidad con la
regla masónica y a armonizar nuestra conducta con los principios de la virtud”.
Mazo y Cincel.
Además de la regla de veinticuatro pulgadas, el mazo y el cincel son las herramientas
más características del Aprendiz masón.
De ellas se sirve éste para desbastar y pulir la
piedra bruta, que simboliza a su propia conciencia sometida aún a las influencias negativas del mundo profano, del que el Aprendiz procede y al que tiene que abandonar y
superar en su intento de ir de las “tinieblas a la luz”, del caos al orden. Fundamentalmente, el mazo y el cincel simbolizan la energía activa de la voluntad y la justa o recta
intención, respectivamente, dos cualidades esenciales del alma humana que deben ser
despertadas y desarrolladas por el nuevo iniciado a fin de realizar sus primeras purificaciones.
En efecto, la obra de regeneración no puede llevarse a cabo sin una voluntad
firme y perseverante que la desee, es decir, sin una fuerza interior que influya y transmita su poder creativo a la “materia informe” de la psique desordenada y caótica, simbolizada por la piedra bruta.
A este respecto, recordaremos que en la mitología nórdica
y celta el mazo (o su equivalente el martillo) aparece como el atributo principal de ciertas divinidades celestes, como el dios escandinavo Thor y el dios galo Sucellos, que
armados con dicha arma abaten a los titanes o “potencias de las tinieblas”, restableciendo así el equilibrio del orden cósmico.
Pero en lo que se refiere al trabajo sobre la
piedra bruta, la fuerza activa de la voluntad no “golpea” directamente sobre ella, si no
por intermedio del cincel, que la canaliza y dirige “orientándola” en la dirección apropiada. Se trata entonces de la acción de un gesto de la inteligencia, o mejor del “rigor
intelectual”, que “distingue” aquello que en el ser es conforme a la realidad esencial de
su naturaleza (lo que ese ser es en sí mismo), de lo que no son sino sus añadidos superfluos e ilusorios.
Así pues, con el cincel de la inteligencia, impulsado por el mazo de la
voluntad, el Aprendiz va limando y corrigiendo las aristas y asperezas de su piedra bruta, separando lo “espeso de lo sutil”, operación alquímica que ha de convertirse en un
rito cotidiano, en un ejercicio de cada momento, pues dicha separación constituye la
premisa fundamental a cumplir en las primeras etapas del proceso iniciático.
Pavimento Mosaico
Extendido en el centro del Templo, el pavimento de mosaico es un tapiz cuadrangular
que evoca la forma de cuadrado largo de la Logia y del cuadro de Logia.
En ese tapiz
están representados una serie de cuadrados alternativamente blancos y negros, exactamente igual que las casillas de ajedrez. Tanto en el pavimento de mosaico como en el
tablero de ajedrez (juego cuyos orígenes son sagrados), los cuadros blancos y negros
simbolizan respectivamente la luz y las tinieblas, el día y la noche, y en general todas
las dualidades cósmicas surgidas de la “reflexión” bipolar de la Unidad o Ser universal.
Dicha dualidad se encuentra representada también en el conocido símbolo extremooriental del yin-yang, cuyas dos mitades inseparables, una clara y otra oscura, se corresponden con la disposición de los cuadrados del pavimento. En este sentido, el color
blanco simboliza las energías celestes, activas, masculinas y centrífugas, y el color negro las energías terrestres, pasivas, femeninas y centrípetas.
Las primeras se oponen a
las segundas, y viceversa, al mismo tiempo que se complementan y conjugan (atraídas
como los polos positivo y negativo de un imán), determinando en su perpetua interacción el desarrollo y la propia estructura de la vida cósmica y humana.
Esa estructura se
genera igualmente por la confluencia de un eje vertical –celeste– y otro horizontal –
terrestre– (ejemplificados en el pavimento por las líneas transversales y longitudinales),
conformando un tejido o trama cruciforme, un cuadriculado, en fin, que refleja las tensiones y equilibrios a que está sometido el orden de la creación.
Asimismo, también
puede equipararse la vertical al tiempo y la horizontal al espacio (el primero activo con
respecto al segundo, al que moldea permanentemente), es decir, a las dos coordenadas
que establecen el “encuadre” que permite la existencia de nuestro mundo y de todas las
cosas en él incluidas.
La idea de ese orden está ya implícito en el significado de la palabra 'mosaico', que deriva del griego musèíon, literalmente “Templo de las Musas” (de
donde procede también “museo”), expresión ésta que conviene perfectamente a la Logia masónica, recinto sagrado en donde cada una de sus partes y la totalidad de su conjunto constituyen una síntesis simbólica de la armonía universal.
Al igual que el mandala el pavimento de mosaico es, pues, una imagen simbólica representativa de ese orden, en el que el iniciado ha de integrarse plenamente conciliando en su naturaleza las
influencias procedentes del Cielo y de la Tierra, lo que le permitirá recuperar finalmente la unidad de su ser.
Mas tratándose de un símbolo iniciático el pavimento de mosaico también se presta a
una interpretación metafísica, aparte de la propiamente cosmológica.
Desde ese punto
de vista más elevado el color negro simboliza las “tinieblas superiores”, es decir, lo nomanifestado, y el color blanco lo manifestado, en tanto que símbolo de la “luz” creadora. A este respecto, R. Guénon señala que el color negro del pavimento mosaico simbolizaría el “Sí Mismo” (lo supraindividual), y el blanco el “yo” (lo individual), que al
igual que los dos pájaros de que habla en la Upánishad, representan lo que en el ser
constituye su parte inmortal y su parte mortal, respectivamente.”...
Ello evoca, además,
otro símbolo, el del águila bicéfala negra y blanca que figura en ciertos altos grados
masónicos, nuevo ejemplo que, con tantos otros, muestra una vez más que el lenguaje
simbólico tiene carácter verdaderamente universal”.
Altar (o Ara)
El altar o ara masónico (como el altar cristiano) está generalmente ubicado en el Oriente, que es el lugar hacia el que se dirigen constantemente las miradas de los masones,
pues éste representa el punto de referencia espacial más importante y significativo de la
Logia.
Concretamente el altar está situado delante mismo del estrado del Venerable
Maestro, justo donde terminan los tres peldaños o gradas que separan, y unen, el Debir
del Hekal, los cuales, en la estructura del Templo masónico, simbolizan respectivamente el Cielo y la Tierra, la vertical y la horizontal. Sin embargo, no en todos los
Ritos masónicos el ara se sitúa en esa posición.
Por ejemplo, en el Rito de York inglés,
practicado también en muchas Logias del Norte, Centro y Sur de América (sin olvidar
tampoco las Logias operativas que aún perviven en Inglaterra y Escocia), el altar se
halla en medio del Hekal, entre los tres pilares de la Sabiduría, la Fuerza y la Belleza,
sin que esta circunstancia en nada altere el sentido y el significado real de su simbólica,
que es el de señalar de manera invariable la presencia de un centro sagrado en la Logia.
Los tres peldaños, presentes también en el Templo cristiano, sugieren la idea de as-
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censo, que está incluido en la propia etimología de altar, del latín altare, cuya raíz, altus, significa lugar alto o elevado. En muchas culturas tradicionales los altares (como
los templos) se erigían en la sumidad de las montañas, o de las pirámides escalonadas,
como en el caso de las civilizaciones precolombinas, o de los zigurat babilónicos, por
poner sólo dos ejemplos.
El altar constituye así el “punto geométrico” donde confluyen y concentran las energías
del Cielo y de la Tierra. Es verdaderamente el corazón del Templo, su espacio más sagrado e interno, a partir del cual se organiza toda su estructura, y en donde simbólicamente finaliza el recorrido horizontal (asimilado al paso por el laberinto), comenzando
el ascenso vertical que conduce a los misterios más profundos de la iniciación.
Todo
esto está perfectamente señalado en ciertos “cuadros de Logia” donde aparece dibujada
una escala cuyo extremo inferior está apoyado en el altar mientras que su extremo superior toca los cielos. Ese camino vertical es el que emprenden los “Pasados Venerables
Maestros” cuando abandonan sus funciones con respecto a la Logia terrestre y comienzan su viaje axial en dirección a la Logia celeste.
El altar pertenece así a la simbólica de
“pasaje” o “tránsito” de una realidad a otra, en este caso de una realidad condicionada y
horizontal (limitada por el tiempo y el espacio) a otra incondicionada, vertical y eterna.
Es sobre el altar que se disponen las “Tres Grandes Luces” de la Masonería: el Volumen de la Ley Sagrada, el Compás y la Escuadra, siendo estas dos últimas herramientas
los símbolos respectivos del Cielo y de la Tierra. Además, es “en presencia de las Tres
Grandes Luces” donde los masones prestan sus juramentos y establecen las alianzas
con el Espíritu de su Orden, significando con ello que son dichas “Luces” las que dentro de la simbólica masónica mejor expresan el Verbo y la acción ordenadora del Gran
Arquitecto del Universo.
Lazos, nudos
En la Masonería, como en todas las tradiciones, los lazos o los nudos simbolizan esencialmente la vinculación que el individuo mantiene con la propia organización iniciática, y a través de ésta, considerada como soporte, con el principio divino o supraindividual que esa misma organización transmite. Sin embargo, ese anudamiento con lo que
constituye la naturaleza profunda y más interna del ser, incluye previamente un “desanudamiento” o un “desenlace” con lo que en ese ser hay de más externo y periférico.
Esta doble operación de “desanudar” y “anudar” es idéntica al solve et coagula de la
Alquimia, consistente en separar, o “desligar”, lo “espeso de lo sutil”, lo profano de lo
sagrado. Con la disolución o muerte a un plano inferior, se produce simultáneamente la
coagulación o nacimiento a un plano superior, lo cual constituye un proceso arquetípico
que va señalando las diferentes etapas por las que transcurre la iniciación en los misterios del cosmos y de la vida.
Esta es la razón por la que el significado de los lazos se
presta a una ambivalencia que, por otro lado, es consubstancial a numerosos símbolos
tradicionales. En efecto, existe un cierto aspecto “negativo” de los lazos y los nudos,
pues en ocasiones éstos, en lugar de simbolizar la unión permanente y armónica entre
todos los estados del ser, traducen, por el contrario, determinadas trabas o ataduras psicológicas que suponen un serio obstáculo en la realización interior.
Recordemos, en
este sentido, el “nudo gordiano” de la leyenda de Alejandro Magno.
En la Masonería, este aspecto ambivalente de los nudos aparece claramente definido
cuando en un momento de la iniciación al grado de Aprendiz se le pone al postulante una cuerda anudada alrededor del cuello. Por un lado, esa cuerda le advierte del estado
de dependencia que aún mantiene con el mundo profano, del que procede y del que
deberá desvincularse.
Pero, al mismo tiempo, la cuerda que le anuda representa un símbolo del “lazo iniciático”, o del “cordón umbilical” sutil que liga al ser con su arquetipo
celeste, unión que sólo se hace efectiva una vez se ha asumido íntegramente la realidad
sagrada y metafísica contenida en la enseñanza iniciática y tradicional. Además, en
llegar a comprender y encarnar esa realidad, en vivenciarla en uno mismo, consiste el
verdadero “secreto masónico”.
De ahí que en algunos antiguos manuales se diga expresamente: “¿Qué lazo nos une? –Un secreto– ¿Cuál es este secreto? –La Masonería–“.
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Los primeros pasos del Aprendiz
La piedra bruta
Durante el transcurso de la ceremonia de la iniciación el neófito va intuyendo la inmensidad de los conocimientos que ante el se alzan por desvelar, conocimientos que se encuentran tras el umbral que representa el paso de profano a iniciado.
Un ritual de muerte y nacimiento, que se puede representar también como la puerta de Jano, el dios romano de las dos caras, la una que mira hacia el pasado y la otra que vislumbra el futuro.
La práctica y el estudio del ritual lleva al Aprendiz a contactar con la antigua Masonería
operativa, con los antiguos Gremios de Constructores, con su organización y con su
Trabajo. Con los trabajos de construcción de las catedrales góticas.
De aquellos trabajos
el más rudimentario, el reservado a los aprendices era el desbastar, el de cantear las
piedras extraídas de las canteras a fin de que fueran útiles para la obra que habían de
realizar artesanos más diestros, más expertos; ellos, conocedores del Arte, darían forma,
medirían, escuadrarían y pulirían cada piedra, para que, así trabajada, ocupara el lugar
al que el “trazado” realizado por el Maestro la había destinado. Nada ha cambiado tras
el paso a la Masonería especulativa, salvo que nosotros somos al mismo tiempo el material, la piedra y artesano.
Somos la piedra a trabajar y el cantero que utiliza las herramientas con las que, de una piedra basta, plena de imperfecciones, se puede obtener una
piedra perfectamente cúbica, perfectamente pulida.
De aprendices somos los masones piedra bruta en la cantera y, al mismo tiempo, agremiados que apenas comienzan a dar los primeros pasos en el Arte, artesanos incapaces
de manejar con precisión las herramientas que la Masonería pone a nuestra disposición.
Piedras a desbastar, piedras que con perseverancia en el trabajo llegarán a ser sillares
perfectamente insertados sen el Templo que la Masonería pretende construir para la
Humanidad. En la piedra bruta que simbólicamente es cada Aprendiz, se halla encerrado el sillar perfecto, solo hay que saber trabajar la piedra, ¡Hay que querer trabajar la
piedra!.
La Masonería, mediante alegorías y símbolos, vela los conocimientos que tras su iniciación quedan expuestos al nuevo masón que da sus primeros pasos por el camino iniciático.
El primer trabajo que el V∴ M∴ ordena realizar al Aprendiz, una vez finalizada la
ceremonia de Iniciación, debe realizarse sobre la piedra bruta, utilizando para ello las
dos principales herramientas del Aprendiz: el mazo y el cincel. Con esos tres golpes
dados con el mazo sobre el cincel y este, así golpeado, mordiendo con su filo por tres
veces la piedra bruta, comienza el “aprendizaje”, a través del cual comprenderá el
Aprendiz que es con su propia voluntad, con su trabajo personal, con su esfuerzo, con
su decisión ha hacer, con el abandono de la pasividad, con lo que comienza a “desbastar” su piedra bruta para hacer aflorar la belleza y perfección que contiene:
Con la
Fuerza medida y aplicada con Sabiduría, hace aflorar la Belleza escondida tras la piedra
bruta; piedra inservible en ese estado para la construcción del Templo de la Humanidad, pero piedra que potencialmente encierra la máxima belleza, la perfección de la
Creación.
Trabajo
El trabajo es la única forma de aprender y hacer, o dicho de otra forma, para aprender
es imprescindible trabajar y solo a través del trabajo se alcanzan los objetivos. Mas nadie en el Taller debe imponer trabajos al Aprendiz que este no evidencie querer realizar.
Nadie en el Taller debe a enseñarle a utilizar herramientas que el propio Aprendiz no
demuestre interés en aprender a utilizar. No puede mover al trabajo masónico la obediencia al Maestro, sino una fuerza interna que debe emanar del propio Aprendiz.
Llama y se te abrirá; pide y se te dará; pregunta y se te dirá. La Logia es tan fuerte como el más débil de sus miembros, tan sabia como el menos sabio, tan justa como el
menos justo.
Por ello la responsabilidad sobre el Trabajo que realiza la Logia es de todos sus miembros y, aquellos que no trabajan o lo hacen mal, al dejar la obra inacabada,
imperfecta, privan del justo salario a los demás miembros del Taller. De ahí la importancia de una buena selección de los candidatos a la iniciación o al ingreso en el Taller
desde otras Logias.
De ahí que jamás se deba conceder un aumento de salario, menos
aun una exaltación, a los obreros que no conozcan perfectamente cuanto deben conocer
del Grado al que pertenecen. Jamás a aquellos obreros que con sus repetidas, cuando
son injustificadas, ausencias de los trabajos, denotan su falta de interés en la Logia en
particular y en la Masonería en general.
El paso al grado superior no es un derecho, no
hay un tiempo establecido para ser concedido, es el reconocimiento por la Cámara superior del trabajo que el obrero ha realizado en la Cámara inmediatamente inferior... si
no ha habido trabajo o si este no ha sido correcto, sino se saben utilizar las herramientas, no tiene sentido pretender utilizar otras, no tiene razón de ser pretender realizar un
trabajo aun más delicado, en el que es más necesario un buen dominio de las artes del
gremio.
Obediencia
En Masonería la obediencia emana e implica la asunción de un orden necesario. Obedecer a sus Maestros, a los HH∴ de mayor edad masónica, a los Dignatarios y Oficiales del Taller, o a los de la Gran Logia, es la consecuencia del reconocimiento de lo que
es la Masonería, la comprensión de la Pirámide Masónica. No se asume la obediencia
obligatoria a las jerarquías de una institución en la que unos mandan y otros obedecen,
una organización jerarquizada militarmente ¡No!
La obediencia en la Masonería es consecuencia de una aceptación, razonada y sentida, cuya percepción solo se alcanza por la
iniciación y el conocimiento de su carácter. Así, aquellos que han entrado en la Masonería pero la Masonería no ha entrado en ellos, jamás llegarán a comprender el sentido
de la obediencia masónica... No comprendiéndola, no la asumirán ni la acatarán, convirtiéndose en fuente de conflicto permanente. Mas aquellos que hayan emprendido el
camino iniciático, aquellos que adquieran el dominio de las herramientas, toscas al
principio, de mayor precisión después, y el arte de trazar los planos finalmente, aquellos entenderán el sentido de la obediencia masónica y, en su consecuencia, ocuparán de
buen grado la posición que les corresponda en la pirámide. ¡Esos, solo esos serán masones, ellos habrán aprendido y entendido el Arte Real!
Silencio
Para el masón, muy especialmente para el Aprendiz, el silencio es virtud... Cuando no
se tiene algo realmente importante que decir, cuando nuestras palabras no aportan ma-
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yor conocimiento al Taller ¿Qué sentido tiene hablar?.
Callar, pues, es expresión de
sabiduría, es dar la oportunidad a aquellos que más saben sobre la materia de la que se
trate, de trasladar su conocimiento al conjunto de los HH∴ de la Logia. El silencio, por
otra parte, cuando es consciente implica un estado de alerta que permite absorber el
conocimiento, adquirir la luz que todo masón busca.
Es la expresión coherente en el
Aprendiz que ningún masón debe dejar de ser, porque aquel que deja de ser Aprendiz,
aquel que cree saberlo todo o tener suficiente con lo que ya sabe, realmente está muerto, aunque respire, aunque ande, aunque tenga activas todas sus otras actitudes vitales.
Las labores del Aprendiz en la Logia
Trabajar, obedecer y callar, son las tres primeras obligaciones del Aprendiz. Mediante
el trabajo el Aprendiz se vincula al Taller y, para hacerlo, debe conocerlo perfectamente. Es por ello que el Aprendiz tiene la obligación de preparar el Templo, de disponerlo todo para la celebración de la Tenida.
Tiene también la obligación de atender a
los HH∴ en el transcurso del ágape con el que se deberían cerrar todas las Tenidas, a
fin de que los HH∴ se conozcan más allá de los trabajos ritualísticos, que se traten entre sí y, conociéndose, sabiendo los unos de los otros, de sus familias, de sus alegrías,
de sus penas, lleguen a quererse como los auténticos HH∴ que son.
Las labores del Aprendiz son de servicio a la Logia y a sus HH∴. Labores que lo familiarizan con el Templo y todo lo que este contiene, con el ritual, con las costumbres de
la Logia. Constituyen el trabajo no simbólico y, al realizarlo, tendrá ocasión, si es ese
su ánimo, de escuchar y aprender lo que los HH∴ de mayor edad mayores le irán enseñando.
Al cumplir con la obligación de preparar el Templo, el Aprendiz se impone la de llegar
temprano al Taller y cuidar que cada cosa esté en su sitio, de que nada falte. Debe asegurarse de que en el Ara estén dispuestos la Escuadra, el Compás y el Volumen de la
Ley Sagrada, en el caso de nuestra Logia la Biblia. El estandarte de la Logia y la bandera nacional deben ocupar sus respectivos sitios en el Oriente: El primero a la izquierda del V∴ M∴, la segunda a su derecha.
La Carta Patente de la Logia situada bien
visible a la puerta del Templo, a fin de que todos los HH∴, incluidos los posibles visitantes, tengan testimonio fiel de la Regularidad de la Logia y sepan fidedignamente la
Gran Logia bajo cuyos auspicios trabaja. Los tapetes deben adornar mesas y altares.
Sobre los del V∴ M∴ y los HH∴ Prim∴Vig∴ y Seg∴Vig∴ deben estar los correspondiente candelabros, con las velas preparadas. En el centro del Templo las tres columnas: Sabiduría, Fuerza y Belleza y, sobre ellas, las correspondientes “estrellas”.
Collares de Dignatarios y Oficiales en sus respectivos puestos, el saco de proposiciones
y el tronco de la Viuda preparados en los sitios del H∴ M∴ de Cer∴ y el H∴ Hosp∴,
la columna de armonía preparada, el Testigo, encendido sobre el Altar del V∴ M∴…
En resumen, deben cuidarse de todo aquello que los MM∴ MM∴ encargados de ello
los irán enseñando.
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Es obligación de un buen masón:
Asistir con puntualidad a las Tenidas de su Logia, ser aseado, vestir formalmente y
guardar la compostura.
Aceptar los cargos y comisiones que se le encomiende realizar en Logia o fuera de ella;
desempeñándolos siempre con buen ánimo, prontitud y eficiencia.
No ambicionar nunca los oficios (cargos) de su Logia, ni disgustarse sino se le favorece
por el voto de los HH∴ o la designación directa. Para ello, el masón debe entender que
no existe derecho alguno a desempeñar “cargos” en función de la antigüedad o de los
anteriormente desempeñados, ni estos son recompensa a supuestos o reales méritos
personales, sino servicio a los HH∴ y a la Masonería.
Así mismo debe considerar que
si bien los oficios pueden implicar mayores rangos o preeminencias, estos solo son la
expresión de mayores responsabilidades. Por ello, la Logia debe elegir para los distintos
oficios a los HH∴ que sean los más idóneos con arreglo al momento o necesidades del
Taller, no a los que en aplicación de inexistentes escalafones los pudiera corresponder
desempeñarlos.
No criticar ni entorpecer la labor de Dignidades y Oficiales de la Logia, o de la Gran
Logia, con falsas apreciaciones o señalando públicamente los imaginarios o reales defectos o errores que notare en otros HH∴.
El masón que realmente lo sea, siempre sugerirá y recomendará la corrección de defectos o errores de manera confidencial, amistosa y fraternal, cuidando como cosa propia del prestigio y buen nombre de todos los
HH∴.
Emitir en forma franca y sincera la propia opinión en los asuntos de su Logia, interviniendo en los debates sin creerse en posesión de la verdad, perfecto, infalible o superior
a los demás HH∴; reconociendo y corrigiendo siempre los propios errores, y respetándose a sí mismo, para ser respetado por los demás.
No hacer jamás uso de la palabra para agredir o sembrar resentimientos entre los HH∴.
Por el contrario, hacerlo siempre para defenderlos de las murmuraciones, pero sin halagar nunca su vanidad ni hablar en perjuicio de otro H∴.
Evitar entrar en discusiones inútiles, repetir argumentos ya expuestos por otros HH∴ y
ser intransigente rebatiendo o atacando las ideas de los demás.
Procurar orientar a los HH∴ antes que corregirlos y, si debiera corregirlos, hacerlo con
humildad y desde el mayor afecto fraternal.
No ser descuidado ni apático, procurando no hacer monótonas las Tenidas, participando
activamente en ellas, guardando la compostura debida y manteniendo siempre la disciplina, armonía y fraternidad entre los HH∴.
No tratar asuntos de proselitismo político y religioso, respetando siempre las opiniones
de los HH∴ o profanos, se compartan o no.
Observar una conducta, tanto en el mundo profano como en el ámbito masónico, recta,
intachable y digna, sin tratar jamás los asuntos internos de la Logia con su familia o
amigos, pero sí trasmitiendo los principios y objetivos de la Orden.
Dar cumplimiento siempre a los deberes, obligaciones y juramentos del masón, así como satisfacer puntualmente las capitaciones y atender a las demás necesidades de la
Logia; no para poder disfrutar de los derechos y prerrogativas, sino por convencimiento
de la necesidad y obligación de proveer al mantenimiento del Taller.
Darse en cualquier circunstancia él titulo de H∴.
CATECISMO DEL APRENDIZ FRANCMASÓN
Para ser leído antes de cerrar los trabajos al menos en una tenida al trimestre y, además,
siempre en la primera tenida siguiente a una de Iniciación.
La lectura se realizará mediante el sistema de preguntas y respuestas, efectuando las
preguntas el V∴ M∴y las respuestas el Prim∴ Vig∴.
P. ¿Hay algo en común entre nosotros?.
R.
Sí V∴ M∴.
P. ¿Qué es ello? H∴ mío.
R. Un secreto.
P. ¿Cuál es ese secreto?
R. La Francmasonería.
P. ¿Qué es la Francmasonería?
R. Es una fraternidad universal de hombres, libres y virtuosos, unidos para trabajar
juntos por el perfeccionamiento ético, espiritual, moral e intelectual de la Humanidad.
P. ¿Es la Francmasonería una religión?
R. No es una religión, en el sentido vulgar y estrecho de la palabra. Pero mucho mejor que cualquier otra institución, la Francmasonería tiene por fin el unir a los
hombres entre ellos; es por esto por lo que sí es una religión, en el sentido más
amplio y más elevado del término.
P. ¿Sois vos francmasón?
R. Por tal me reconocen mis HH∴.
P. ¿Cuál es el hombre que merece llevar este nombre?
R. El hombre, libre y de buenas costumbres, amigo igualmente de los ricos y de los
pobres, siempre que sean seres virtuosos.
P. ¿Qué entendéis vos por hombre libre?
R. Es aquel que ha dado muerte dentro de sí a los perjuicios, las supersticiones, la
vulgaridad y los vicios, y que ha renacido a la nueva vida tras su Iniciación.
P. ¿Cómo podremos saber que vos sois realmente un francmasón?
R. Por los signos, palabras y toques que me han sido dados a conocer y por las circunstancias de mi Iniciación.
¿Por qué os hicisteis recibir masón?
R. Porque estaba en las tinieblas y quería conocer la Luz.
P. ¿Qué significa la Luz?
R. Es el emblema de todas las virtudes y conocimientos, además de ser el símbolo
del G∴ A∴ D∴ U∴.
P. ¿En dónde habéis sido recibido masón?
R. En una L∴ justa y perfecta.
P. Explicadme esto, Q∴ H∴.
R. Tres forman una L∴ simple, cinco la hacen justa y siete la convierten en justa y
perfecta.
P. ¿Quiénes son los que forman una L∴ simple?
R. Tres MM∴ MM∴, a saber: un V∴ M∴, un Prim∴ Vig∴ y un Seg∴ Vig∴.
P. ¿Quiénes la convierten en una L∴ justa?
R. Los anteriores, más otros dos M∴ M∴.
P. ¿Y quiénes en una L∴ justa y perfecta?
R. Además de por los anteriores, un C∴ M∴ y un A∴ M∴.
P.
¿En todos los casos es así?
R. No, V∴ M∴, pues para que una L∴ pueda proceder a iniciar regularmente, es
necesario que esté compuesta por al menos siete masones, de los que tres, como
mínimo, deben de ser MM∴ MM∴ y dos CC∴ MM∴. Cuando se reúnen tres
masones y al menos uno de ellos es M∴ M∴, constituyen una L∴simple, autorizada para deliberaciones sobre temas simbólicos e intercambios de puntos de vista sobre materia de instrucción masónica y formación iniciática.
La reunión de
cinco masones, de los que tres sean MM∴ MM∴, uno C∴ M∴y uno A∴ M∴,
forma una L∴ justa, competente en materia judicial para hechos en los que estén
involucrados miembros de la L∴ que no sean MM∴ MM∴.
Pero para que una
L∴ tenga la consideración de perfecta y esté investida de la plena soberanía masónica, debe de estar constituida como se ha dicho al principio.
P. ¿Por quién fuisteis preparado para ser recibido masón?
R. Por el H∴ Exp∴.
P. ¿Cómo habéis sido preparado para ser recibido masón?
R. Disponiendo primero mi corazón.
P. ¿A dónde fuisteis conducido?
R. A un lugar inmediato a la L∴, llamado Cuarto de Reflexiones, despojándome
antes de todos los metales.
P. ¿Para qué os introdujeron en el Cuarto de Reflexiones?
R. Para dejarme entregado a mis meditaciones y pensamientos; porque todo hombre
que quiere adoptar un nuevo estado en sociedad, debe consultar su corazón en silencio y reflexionar con madurez sobre las obligaciones que va a contraer. También se me quiso hacer ver, simbólicamente, que antes de nacer a la Luz con la
Iniciación, debía morir a mi vida anterior y bajar a la tumba, de la que sería sacado para convertirme en un iniciado.
P. ¿Quién os procuró el favor de ser recibido masón?
R. Un amigo virtuoso, que después reconocí por H∴.
P. ¿En qué estado estabais después de ser preparado, y qué hicieron de vos?
R. Ni desnudo ni vestido, privado de todos los metales y con una soga al cuello,
pero en un estado que no pugnaba ni con mi dignidad ni con las buenas costumbres.
P. ¿Por qué el H∴ Exp∴ os puso en tal estado?
R. Para probarme que el lujo es un vicio que no engaña sino al mundo profano, y
que el hombre que quiere ser virtuoso debe de estar libre de preocupaciones materiales.
P. ¿Por qué os despojaron de todos los metales?
R. Porque son el símbolo de los vicios y para darme a entender que un buen masón
no debe de tener nada propio, ni dedicarse a acumular y conservar bienes materiales.
P. ¿Cómo fuisteis introducido en la L∴?
R. Por tres grandes golpes.
P. ¿Qué significado tienen esos tres grandes golpes?
R. Pedid y os darán, buscad y encontrareis, llamad y os abrirán.
P. ¿Qué os exigieron antes de entrar?
R. Que dijera mi nombre, apellidos, edad, profesión y domicilio.
P. ¿Qué se os mandó enseguida?
R. Entrar.
P. ¿Qué sucedió tras vuestra entrada en la L∴?
R. El H∴ Exp∴me puso en manos del H∴ Exp∴ Terrible y este me colocó entre
columnas.
¿Qué sentisteis entonces?
R. La punta de una espada bajo la tetilla izquierda.
P. ¿Con qué fin os apoyaron la punta de una espada sobre el corazón?
P. El contacto de la punta de la espada sobre mi corazón, debe recordarme siempre
el castigo que reciben los perjuros. Siendo, pues, el símbolo del remordimiento
que tortura hasta su muerte a los que traicionan a la Masonería, o a quienes solicitan su ingreso en ella pensando en obtener ventajas sociales o económicas.
P. ¿Qué se os preguntó seguidamente?
R. Qué era lo que veían mis ojos, y contesté que nada que el entendimiento humano
pudiera entender, pues una venda me los cubría.
P. ¿Por qué os cubrieron con una venda los ojos?
R. Para darme a entender que lo ignoraba todo sobre la Francmasonería y lo perjudicial que es la ignorancia para la Humanidad.
P. ¿Qué se hizo de vos enseguida?
R. Me tomaron de la mano, me dijeron que nada temiera y que siguiera a mis guías.
P. ¿Qué hicieron estos de vos?
R. Me hicieron realizar tres viajes del Occ∴ al Or∴ por la ruta del norte, y del Or∴
al Occ∴ por la ruta del mediodía.
P. ¿En dónde encontrasteis el primer obstáculo?
R. Al sur, ante la columna del Seg∴ Vig∴, en donde di suavemente tres golpes.
P. ¿Qué os contestaron?
R. Me preguntaron quién era y, quién me conducía, mi acompañante contestó: un
profano, hombre libre y de buenas costumbres, que quiere ser iniciado masón.
P. ¿En dónde encontrasteis el segundo obstáculo?
R. Al norte, en la columna del Prim∴ Vig∴, en donde di también tres golpes; se me
preguntó quién era, y mi acompañante contestó de igual manera que ante la columna del Seg∴ Vig∴.
P. ¿En dónde encontrasteis el tercer obstáculo?
R. Al Or∴, delante del V∴ M∴, en donde di los mismos golpes, y mi acompañante
contestó de igual forma.
P. ¿Por qué os hicieron realizar esos viajes?
R. Me dijeron que así encontraría lo que buscaba. . Cuando os fueron descubiertos los ojos, ¿qué visteis?
R. A todos los HH∴ de la L∴ armados de espadas, cuyas puntas se dirigían directamente a mi corazón.
P. ¿Por qué?
R. Para demostrarme que estarían tan prontos a derramar su sangre por mí, si permanecía fiel a los compromisos que estaba por contraer, como a castigarme si era
perjuro y faltaba a los juramentos libremente prestados.
P. ¿Qué es lo que buscabais entre los francmasones?
R. La Luz V∴ M∴.
P. ¿Y la encontrasteis?
R. La encontré más tarde, V∴ M∴.
P. ¿Dónde prestasteis juramento?
R. Me condujeron ante el altar de la L∴, V∴ M∴.
P. ¿Cómo estabais cuando lo prestasteis?
R. Se me hizo prestar el juramento solemne, conocido de los francmasones, rodilla
derecha en tierra, frente al altar de la L∴, en un cuadro perfecto: tenía descalzo el
pie izquierdo, desnuda y en escuadra la rodilla derecha, el cuerpo erguido con la
espalda recta, formando escuadra la pierna izquierda y, esta, otra nueva escuadra
con el tronco del cuerpo; empuñando, con la mano izquierda, un Compás con una
de sus puntas sobre mi tórax, en dirección al corazón, y con la mano derecha
formando escuadra y colocada sobre la Biblia y una escuadra y un Compás dispuestos de determinada forma.
P. ¿Por qué los francmasones juran sus obligaciones, en vez de realizar una promesa?
R. La promesa es un compromiso entre quien la da y quien la recibe. Pero la Masonería, que es camino de perfección, quiere que en este compromiso intervenga
como testigo un tercero. Así, prestando juramento, al adquirirse ante el G∴ A∴
D∴ U∴ el compromiso con la Masonería, este adquiere la característica de ser
irreversible y alcanza la rotundidad, la importancia y la solemnidad que deben de
tener los compromisos libremente tomados.
P. ¿Os acordáis de vuestro juramento?
R. Sí V∴ M∴.
P. Comenzad, pues.
Nota: Este juramento no es el del Ritual oficial de la Gran Logia de España, no obstante se incluye por su belleza simbólica..
Yo........ (nombre y apellidos).........
Libre y espontáneamente, con pleno y profundo convencimiento del alma, con absoluta
e inremovible voluntad, en la presencia del Gran Arquitecto del Universo y de esta respetable Asamblea de Libres y Aceptados Masones, regularmente iniciados:
JURO no revelar jamás los secretos de la Masonería, a la que consagraré toda mi vida,
siendo siempre prudente, discreto e impenetrable en todo lo que se me confíe.
JURO prestar ayuda, protección y asistencia, en todo caso y según mis posibilidades, a
todos los HH∴ francmasones esparcidos por la superficie de la Tierra, amándoles y
honrándoles de todo corazón.
JURO dedicar toda mi existencia al bien y el progreso de la Humanidad.
JURO cumplir y seguir las Leyes, la Constitución, los Reglamentos y todas las disposiciones de la Orden y dar homenaje y obediencia al Gran Maestro y a cuantos sean mis
superiores.
JURO mantenerme y conservarme siempre honesto en mi conducta, prudente en mis
acciones, moderado en mis discursos, sobrio en mis gustos, justo en mis placeres, equitativo en mis decisiones, honrado en mi proceder, benemérito ciudadano, observante de
las leyes del Estado, humano, generoso y caritativo con todos los hombres, especialmente con mis HH∴, amigo de cuantos me honren con su amistad, miembro de mi familia, y orgulloso de mi calidad de masón.
JURO no atentar jamás al honor de la familia de mis HH∴, respetando siempre a sus
mujeres, hijas y hermanas.
FINALMENTE JURO que no perteneceré a ninguna sociedad que esté en enemistad u
oposición con la Francmasonería.
Prefiriendo que se me corte el cuello antes de faltar a mi juramento.
P. Después de haber prestado este juramento ¿cuál es la primera cosa que hicisteis?
R. Me fue dado a conocer mi mayor enemigo.
P. Tras esto ¿qué sucedió?
R. Se me dio la Luz, como deseaba.
P. ¿Quién os dio la Luz?
R. El V∴ M∴ de la L∴, después de haber obtenido la conformidad de todos los
HH∴ que la componían y de haberme sometido a todas las pruebas necesarias y,
recibido de mí, el juramento solemne de cumplir con todas mis obligaciones y
guardar fielmente los secretos de la Orden.
P. Después que se os hubo dado la Luz, ¿cuál fue el objeto que más llamó vuestra
atención?
R. Una Biblia, una Escuadra y un Compás.
. ¿Qué sabéis respecto a la significación de estas tres cosas?
R. Que son las tres grandes luces de la Masonería.
P. Explicadme esto.
R. La Biblia es el símbolo que sostiene y dirige nuestra fe, la Escuadra conforma
nuestras acciones a los preceptos de la moral, y el Compás nos prescribe la equidad con que debemos tratar a todos los hombres y en particular a nuestros HH∴.
P. ¿Qué se os mostró enseguida?
R. Tres luces sublimes: el sol, la luna, y el V∴ M∴ de la L∴.
P. ¿Qué representan simbólicamente?
R. Se me ha dicho que el sol acompaña a los obreros durante el día, la luna lo hace
durante la noche y el V∴ M∴ gobierna y dirige los trabajos de la L∴, iluminándola con la Luz de la Masonería.
P. ¿Por qué se os enseñó a dar tres pasos en dirección al Or∴?
R. Para darme a conocer el camino que debo seguir y como deben de andar los
AA∴ de nuestra Orden.
P. ¿Qué significa esa marcha?
R. El celo que debemos mostrar marchando hacia aquel que nos ilumina.
P. ¿Por qué teníais la rodilla derecha desnuda y el pie izquierdo descalzo?
R. Para enseñarme que el masón debe de ser humilde.
P. ¿Por qué se os puso la punta de un Compás sobre la tetilla izquierda desnuda?
R. Para mostrarme que el corazón de un masón debe ser justo y estar siempre descubierto.
P. ¿Por qué teníais el brazo izquierdo desnudo?
R. Para hacerme ver que mi primera obligación es la de consagrar mi brazo a la defensa de la Humanidad.
P. ¿Qué os dieron?
R. Un signo, un toque y una palabra.
P. Dadme el signo.
R. El Prim∴ Vig∴, puesto en pie, hace el signo del grado de forma que todos los
miembros de la L∴ lo observen.
P. ¿Cómo se llama el signo que habéis hecho? R. Gutural, V∴ M∴.
P. ¿Qué significa?
R. Que un masón debe preferir que le corten la garganta antes de revelar los secretos
que le han sido confiados por la Masonería.
P. ¿Cuáles son los toques?
R. Aquellos que sirven para que se reconozcan mutuamente los HH∴ (se acerca el
Seg∴ Vig∴ al lugar del Prim∴Vig∴ y se intercambian entre ellos el toque del
grado, al mismo tiempo que todos los obreros del Tal∴ hacen lo mismo con el
H∴ que esté más cercano a su puesto).
P. Dadme la Palabra Sagrada del Aprendiz francmasón.
R. V∴ M∴, no sé leer ni escribir, sólo os la puedo dar como la he aprendido, dadme
vos la primera letra y yo os daré la segunda, comenzad vos y os seguiré. (El V∴
M∴ y el Prim∴ Vig∴ deletrean alternativamente la Palabra Sagrada del grado
de Aprendiz).
P. ¿Qué significa esa palabra?
R. Que la sabiduría está en Dios. Era el nombre de una columna de bronce puesta al
norte en el Templo de Salomón, cerca de la cual se reunían los AA∴ para recibir
sus salarios.
P. ¿Por qué se reunían los AA∴ cerca de esa columna?
R. Porque no teniendo aún la fuerza y los conocimientos necesarios en los trabajos
masónicos, se juntaban allí para aprender y recibir instrucciones.
P. ¿Qué más os dieron cuando fuisteis recibido francmasón?
R. Se me dio un mandil blanco y guantes de hombre y de mujer del mismo color.
P. ¿Qué significa el mandil?
R. Es el símbolo del trabajo: su blancura nos demuestra el candor de nuestras costumbres y la igualdad que debe de reinar entre nosotros.
P. ¿Por qué se os dieron guantes blancos?
R. Para enseñarme que un masón no debe mancharse nunca las manos con la iniquidad.
P. ¿Y por qué los de mujer?
R. Para demostrarme que debe de estimarse, quererse y respetar a la mujer y que no
debe olvidársela un sólo instante sin ser injusto.
P. ¿Qué forma tiene vuestra L∴?
R. Un rectángulo.
P. ¿Cuál es su latitud?
R. De norte a sur.
P. ¿Y su longitud?
R. De oriente a occidente.
P. ¿Cuál es su altura?
R. De la Tierra al Firmamento.
P. ¿Y su profundidad?
R. De la superficie de la Tierra al centro de la misma.
P. ¿Por qué?
R. Porque la Masonería es universal.
P. ¿Por qué vuestra L∴está colocada de Or∴ a Occ∴?
R. Porque la Luz nace en Or∴ y se desplaza en dirección al Occ∴.
P. ¿Qué sostiene a vuestra L∴?
R. Tres grandes columnas.
P. ¿Cómo se llaman?
R. Sabiduría, Fuerza y Belleza.
P. ¿Quién representa la columna Belleza?
R. El Seg∴ Vig∴, al sur o mediodía.
P. ¿Quién la columna Fuerza?
R. El Prim∴ Vig∴ al Occ∴.
P. ¿Quién la columna Sabiduría?
R. El V∴ M∴ de la L∴, al Or∴.
P. ¿Por qué el V∴ M∴ representa al Or∴ esta última columna?
R. Porque a él corresponde la instrucción de los obreros y el gobierno de la L∴.
P. ¿Por qué el Prim∴ Vig∴ representa la columna Fuerza al Occ∴?
R. Porque así como el sol termina su carrera en esta parte del mundo, del mismo
modo el Prim∴ Vig∴ se coloca allí para pagar a los obreros, con cuyos salarios
atienden a su subsistencia.
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