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Junto al pueblo de México, el cielo también lloró por AMLO

 

Llegar no fue fácil. Desde Paseo de la Reforma había gente. Conforme caminaba uno rumbo al zócalo, esa gente comenzaba a multiplicarse. A hacerse más y más y más multitud. Cuando por fin entrabas a la calle Madero, se avanzaba muy lento. A veces esa multitud, de la cual yo era orgullosamente parte, se detenía y no había forma ya de moverse.

Pero soy terco y no podía dejar de estar en el zócalo el último grito de Andrés Manuel López Obrador. Tomé atajos. Por 5 de mayo pude ingresar a la plaza pública más importante e imponente del país. Pensé que siendo las siete de la tarde (el grito sería a las once), habría espacios relativamente cercanos del balcón principal de Palacio Nacional, pero no. Estaba muy equivocado.

A duras penas, y sumiendo panza en busca de hacerme pequeño, pude llegar exactamente de frente al balcón donde cuatro horas después saldría Andrés Manuel López Obrador a dar el grito de Independencia. Estaba en mero enfrente, pero al otro extremo del zócalo. Apenas si podía divisar el balcón, y eso que llevaba mis lentes para mirar de lejos. No hubo ya posibilidad de moverme. Estaba en medio de esa multitud que iba a lo mismo que yo: a decirle gracias al presidente.

Para donde se mirara, estaba cerrado el paso. Gente de pie por acá, gente sentada en su banquito portátil por allá, gente apretada por más gente más allá, y gente y más gente.

La lluvia tímida

A la hora de estar de pie ahí, en el zócalo, esperando a que Andrés Manuel López Obrador saliera de Palacio Nacional y diera el grito, comenzó a caer una lluvia tímida. Parecía brisa. Yo estaba convencido de que no llovería fuerte, que eran momentáneas esas pequeñas gotas. Lo había visto en el estado del tiempo.

Estaba equivocado el estado del tiempo.

Poco antes de las 8 comenzó a llover. Una lluvia no tan intensa, pero constante. La gente, pronto, comenzó a sacar sus paraguas. Seguramente desde el cielo el zócalo se veía lleno de pueblo con paraguas.

Yo había comprado un impermeable del azul más horrible posible. Me costó veinte pesos y lo adquirí cuando venía por Paseo de la Reforma. Al sentir las gotas caer en mi cabeza, me dije: “Jorge, eres un hombre precavido”. Después pensé que hubiera sido más precavido llevar un paraguas.

Me puse el impermeable (que, por cierto, cerca del zócalo costaba diez pesos menos de lo que había pagado por él). Ahí estaba yo, vestido del azul más horripilante del mundo junto a miles de personas con impermeables iguales al mío (aunque de distinto color) y con miles de paraguas.

La lluvia tímida era tan tímida que se quedó ahí encima del zócalo más de una hora. Aunque la timidez se agradecía, el tiempo de la lluvia terminó por mojar todo y a todos.

La lluvia intensa

Hubo un momento en que la timidez de la lluvia tímida fue tanta que parecía desaparecer. Pero fue un engaño muy bien montado, porque después de la calma, arribó a nuestras cabezas la lluvia fuerte, la lluvia intensa: la tormenta.

Para cuando se fue la lluvia tímida yo ya estaba -a pesar de mi impermeable azul detestable-, completamente mojado.

Es común que cuando hay gente en algún evento al aire libre y comienza a llover, esa gente se resguarda. Va rumbo a donde haya un techo para no mojarse. En el zócalo el 15 de septiembre de 2024, nadie se fue. La señora adulta mayor que venía con su hija y con su nieta, no se movió. El muchacho que llevaba un moño de charro y que iba acompañado de su esposa y de sus dos hijas, no se movió. La señora que llevaba a su esposo y a su hijo y el esposo no paró de fumar durante las cuatro horas que estuve yo ahí, no se movió.

Llovía y llovía fuerte y los paraguas no impedían que la gente se mojara, pero la gente no se movió. No se movió nadie. Y por supuesto, yo tampoco.

Ver a tanta gente mojándose y parada durante más de cinco horas para escuchar el grito de Andrés Manuel López Obrador me hizo pensar que ahí estaba, en ese zócalo repleto, ese profundo amor y ese enorme respeto que el pueblo de México le tiene a su presidente. Vi a los obreros, a las amas de casa, a los trabajadores de la construcción, a los maestros, a los choferes, a las enfermeras, a todo el pueblo trabajador ahí de pie, mojándose. La gente estaba empapada y en lugar de retirarse, cantaba canciones de José Alfredo Jiménez y también gritaba “sí se pudo”, “presidente, presidente” y “es un honor estar con Obrador”.

Una hora y media de constante lluvia, tímida y fuerte, y la gente no se fue.

Muchas veces Andrés Manuel López Obrador ha dicho que los trabajadores mexicanos son los mejores del mundo. Esa frase tomó enorme sentido este 15 de septiembre. La gente trabajadora de México, lloviera o tronara o cayera un aguacero, no se movió del zócalo. El agradecimiento al presidente por parte del pueblo trabajador mexicano debía darse sí o sí. Era un imperativo. Además, era un imperativo lleno de amor. El amor del pueblo, cuando se da a un mandatario, es uno de los amores más fuertes, sinceros y llenos de pasión que puedan existir.

¿El cielo también llora?

Llovió por más de una hora y media. Una señora atrás de mí había comprado un peluche de AMLO y lo llevaba muy orgullosa y emocionada. Ella, ya con toda la cabeza blanca por las canas, tendría alrededor de unos 70 años. Venía con su hija y su nieta. Ni ella ni sus familiares se movieron en ningún momento. Cuando la lluvia estaba más fuerte, la señora le dijo a su hija: “a mí se me hace que el cielo está llorando porque se va mi presidente”.

Muchas personas lloraron ayer. Lo hicieron de alegría porque nunca habían sentido tanto orgullo por un presidente o porque nunca habían estado tan representados en el gobierno por una persona o porque nunca les había tocado un mandatario que fuera del pueblo y gobernara para el pueblo.

Ayer lloraron miles. Fue el último acto de Andrés Manuel López Obrador en el zócalo de la Ciudad de México y prácticamente el último de su vida pública. El cielo de México, ése que nos cubre a todos, de cierta forma también lloró y nos mojó con su tristeza a los miles que ahí, tristes y alegres, estábamos esperando al presidente que más amor ha despertado en el pueblo.

El grito

Cuando todos estábamos mojados, comenzó a soplar un viento frío. Pero si la lluvia no había ahuyentado a la gente, menos el aire helado que pegaba en lo mojado de los cuerpos.

A las 10 en punto comenzó a tocar la banda MS, que afirmó daría un recital de sus canciones nuevas y de las viejitas. Emocionó a la gente, pero la gente no estaba ahí por la banda (que se entregó al zócalo lleno), sino por el presidente que daría el grito.

Diez minutos antes de las 11, la banda MS interrumpió su recital y prometió que regresaría pronto. Le estaba dando paso a la celebración nacional de nuestra Independencia. La gente, en ese momento, gritó con tanta fuerza que a mí el cuerpo se me puso completamente chinto. No lloré, pero pensándolo quizás sí lloré.

Entonces, a las 11 en punto, salió Andrés Manuel López Obrador a dar el grito de la Independencia de México. En cada viva que gritaba, el pueblo con todas sus fuerzas lo repetía. Esos vivas no sólo eran por los héroes nacionales, por Hidalgo, por Morelos, por Leona Vicario, sino también eran vivas porque México hoy es más independiente que hace seis años. Porque México hoy es más justo, porque se disminuyó la pobreza, porque miles de personas tienen becas y porque el mandatario mexicano que hoy tenemos piensa siempre primero en el pueblo.

Este 15 de septiembre de 2024 sí, se celebró la independencia de México, pero más que ella, se celebró que el pueblo recuperó al país, que lo está curando y que no dejará que regresen unos cuantos saqueadores que durante años se apoderaron de México.

Además, con Andrés Manuel López Obrador, la gente se siente más orgullosa de ser mexicana. Presume a su presidente. Presume lo que ha logrado. Presume que está contenta porque el gobierno emana ahora sí del pueblo y no de unos cuantos empresarios tramposos y corruptos.

Eso se notó ayer en el centro de la Ciudad de México: se vendían banderas de México y huipiles y miles de objetos que representan lo mexicano y, junto a ellos, en la misma cantidad, se vendían Amlitos y camisas de AMLO y llaveros de AMLO y todo de AMLO.

Nuestro presidente está dejando de ser presidente, pero se transformó en un símbolo de la mexicanidad. Así pasará a la historia: el presidente mexicano que más ha querido a México.

Al final del grito, antes de los tres “viva México”, AMLO dijo: “Viva la Cuarta Transformación”. En ese momento el grito de la gente ahí en el zócalo, que ya era ensordecedor, fue más fuerte. Nunca había visto gritar con tanta fuerza a tanta gente. Fue algo hermoso. Seguramente para miles de personas ahí en el zócalo, ese momento será de los que jamás se borrarán de la mente. Quedarán ahí, eternos, hasta que la muerte llegue.

Gracias, presidente

Después del himno nacional que todos cantamos, vinieron los fuegos artificiales. Siempre es hermoso mirar cómo se ilumina el cielo con esas luces blancas y rojas y verdes. Pero además de fuegos, hubo también un conjunto de drones que formaron la palabra “gracias” y también la frase “Viva México”.

Yo nunca había visto algo así, pero esos drones estaban encima de Palacio Nacional y la gente, mientras veía los fuegos artificiales, también observaba los mensajes que daban esos aparatos voladores.

En los edificios que están exactamente enfrente del balcón presidencial se proyectó un mensaje que López Obrador podía ver de frente: “Gracias, señor presidente”. Cuando se iluminó ese mensaje, los que estábamos de espaldas a él nos volteamos. Lo vimos y todos coincidimos con él.

Este grito de 2024 fue de agradecimiento, de sentirnos mexicanos no sólo por haber nacido en esta tierra llena de historia, hazañas y belleza, sino por haber logrado hacer que Andrés Manuel López Obrador fuera el presidente del país. La gente estaba orgullosa de su mexicanidad y de su presidente, que es ya parte de esa mexicanidad.

Al finalizar todo, yo estaba entre alegre, triste y emocionado. Estos últimos días de la Presidencia de Andrés Manuel López Obrador son de una alegría enorme y de una tristeza profunda.

Tardé más de media hora en salir del zócalo. Jamás había tardado tanto. Ni en las manifestaciones más multitudinarias a las cuales he ido (que todas han sido encabezadas o tenido algo que ver con AMLO), tardé tanto en salir. Había muchísima gente. Era complicado avanzar entre tanta multitud. Lo hice por 5 de Mayo. Cuando salía, sólo podía pensar que había estado en un momento histórico fundamental de México. Un momento donde ese pueblo, del cual formo parte, era el protagonista. Y donde ese hombre que hacía unos momentos había de nuevo ingresado a Palacio Nacional después de dar el grito, era el guía que, con su tesón y terquedad, había posibilitado una transformación.

Fue entonces que recordé que el cielo había llorado hacía unas horas, y lo acompañé en ese llanto.

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